6 octubre, 2024

Los escalones de la asamblea

Sobre todo en política, siempre hay una filosofía que pretende justificar las tonterías que se cometen. ¿ Ha visto usted, alguna vez, que algún político confiese sus errores ? ¡ Creería haber cavado su propia tumba ! La Historia doméstica nos enseña, sin embargo, que esas tumbas están abiertas en espera de aquél que no los confesó o no los rectificó, por más que admitir una verdad constituye ejemplo de aseo mental y ético. Estamos condenados a presenciar que la acción política se asienta, básicamente, en la práctica del ocultamiento y en el embrujo de la mentira. Bien decía un filósofo moderno que los escalones que conducen al poder suelen estar llenos de mierda. Grosera expresión que, sin embargo, cobra cada vez más vigencia y objetividad. No hay duda.

La Asamblea Constituyente optó por mistificar conceptos y transita con soltura por esos escalones. Que me disculpen los pocos y valerosos opositores, pero cuando casi 80 individuos coinciden en esconder la verdad de sus intenciones, cabe atribuir a “la asamblea” la autoría de todo ello. De esos rabiosos asambleístas, unos lo hacen por estrategia. Los más, por el maniqueísmo en que han caído hasta merecer el mote de “alzamanos”. La Asamblea, a pretexto de un cambio innovador que alentó las esperanzas de todo un pueblo, simplemente quiere destruir lo poco que se ha ganado y trastocar todo el orden de cosas para hundirnos en la absurda aventura que otros ya vivieron y pagaron muy caro por ella. Por las venas de muchos de estos personajes corre un enorme caudal de odio al sistema democrático occidental, considerándolo responsable de la corrupción generada ,en realidad, por factores cuyo análisis soslayan. Una corrupción que, a pesar de tener grados y matices que la hacían combatible y superable a corto y mediano plazo, la denuncian como estructural y la utilizan como plataforma política . Debían arrasar con el sistema, como fuere y a cualquier costo. Aún a costa de su propia degradación como Asamblea y como asambleístas. Nada mejor, entonces, que utilizar el iracundo y manido discurso moralista y la prejuiciada condena a todos cuantos tengan algún patrimonio, con el martilleo ritual que conocemos.

La coyuntura histórica reunió a los camaradas con el compañero presidente, forjándose una simbiosis de la que no podemos adelantar quién o quienes harán de tontos útiles. Una relación entre un soñador intemperante, belicoso, intransigente, apasionado, contradictorio y “camotero”, y la marrullera, sectaria y decimonónica ideología marxista, en cuyo nombre se han gestado los desastres más descomunales que la Historia registra. Los discursos iniciales fueron decididamente radicales y sectarios; pero a medida que prevaleció el riesgo de perder el referéndum, ese odio se ha transformado en miedo. Y el miedo crea monstruos insospechados. El discurso se vuelve hipócrita y mentiroso. Y hasta ridículo. Como “onanismo legislativo” lo definió Nebot. Pero el marxismo lo tienen escondido bajo sus axilas y bajo sus faldas. Sigue allí, con ellos. No son lo suficientemente aseados y frontales para corear a Marx y proclamar en el proyecto de Constitución, sin ambages, la expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado”, o la “abolición del derecho de herencia”, o la “centralización de la banca en manos del Estado” , como, entre otros dogmas, se afirma textualmente en el Manifiesto Comunista, verdadera Biblia para todos sus seguidores.

¿Qué hacer, entonces? El descrédito de la Asamblea , con solo meses de vida, supera al logrado por el Congreso en casi dos siglos. ¡Había que mentir y fungir de demócratas! Y así surgen las ambigüedades y subterfugios legislativos para engañar al electorado y apostar a un triunfo en el referendum , que luego les permitirá hacer de las suyas a través del “congresillo” ad hoc que redactaría, como el dios Marx manda, los sueños de ilusos que destruyen sociedades. Genuinos escalones de mierda, ¿verdad?

Es imperioso, entonces, que la ciudadanía detecte los errores históricos que están procesándose. Si esta vez erramos, quedaremos definidos y marcados. Comprendamos que la Verdad –si la hubo- ha desertado de la Asamblea Constituyente y que un error más que cometamos en el referéndum, será irreparable. No juzguemos las cosas desde afuera. Debemos involucrarnos en el momento que la Democracia enfrenta. Es desde el seno mismo de esta desgraciada Nación, víctima de la corrupción de antaño y de la corrupción conceptual de la llamada revolución ciudadana, que podremos ejercer el derecho a despreciar a ambos y sentar las bases de un nuevo futuro. Apelemos a nuestras mentes. A nuestra acción. A nuestras voces. Y a nuestro voto.

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