26 abril, 2024

Cuando escucho las palabras del silencio…

Hay momentos donde necesito estar conmigo en solitario, pero mis pensamientos me arrastran hacia ti.

Desesperadamente busco mis respuestas en las oquedades pardas del despacio espacio.

Son divagaciones percibidas por mi necesidad incontenible de repensar mis soledades…

Desaforadamente me pregunto y repregunto,

Pero como clamor a mis disquisiciones solo escucho el grito silencioso de un eco  enmudecido.

Haga lo que haga, la intelectualidad de mi percibir regresa a ti.

Te he amado como nuca he amado a nadie,

Te adoro desde mucho antes de poderte amar…

Llegaste al otoño de mi vida cuando ya no te buscaba.

Eres la consecuencia de lo anhelado desde que tuve conciencia de amar en mis entrañas…

Piense lo que piense o haga lo que haga; asombrado descubro que en mis más profundos silencios, te quiero más en cada te quiero que no te pueda decir…

 

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Antes que tú

Definitivamente los tiempos cambian. Para poder entender esta poesía de Federico Barreto, hay que ubicarse en su tiempo, o cuando menos en la época en que los de mi edad o mayores, estábamos en los 15 abriles.

En esa lejana época, se creía que la mujer debía llegar virgen al matrimonio. Ahora los tiempos han cambiado. Hasta las ballenas usan bikini. Prácticamente el único traje de baño que se puede comprar de una pieza es un monokini, es decir, un bikini sin la parte superior. Al hombre le gustan las “grillas” que bailan el “perreo”, que gustan de jugar a la “ruleta sexual”, y las madres se ponen felices cuando sus hijas bailan imitando a Madonna, a Lady Gaga, a Shakira o a cualquier otra artista que baile con movimientos sensuales, o mejor dicho, sexuales.

La costumbre social ha ido calando fuerte en el alma del ser humano. Ahora es común que los enamorados vivan juntos y consideran una aberración el casarse sin haber probado si son o no compatibles sexualmente. Le damos demasiada importancia a lo material, a lo físico, al hedonismo, a la diversión. Como alguna vez me dijo una madre: “la que no exhibe no vende”. Sigo creyendo, capaz ingenuamente, que la mujer no es un objeto sexual que se compra y se vende. Para mí, la riqueza espiritual de la mujer es lo más hermoso que ella tiene. La moral debe ser respetada, así como debe ser respetada la mujer. A mi modo de ver es ella misma la que se degrada, al aceptar mostrarse desvestida en público y al permitir que se la mancille con las letras de las canciones y los insinuantes bailes actuales.

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