27 abril, 2024

Los homenajes

Por justo y merecido me complació el reconocimiento que hizo el alcalde de Guayaquil a la trayectoria, dedicación y entrega de Gloria Gallardo al servicio de Guayaquil.  Fue sin duda una justa distinción. Siempre me agradó toda ella, su radiante personalidad, su contagiosa sonrisa, su forma de ser. El merecido homenaje que recibió hace pocos días, se desbordó en sencillez y autenticidad. 

Cambió mi manera de ver los agasajos, siempre los vi como una autóctona y desagradable manera de perder el tiempo, montando una pantomima a fin de hacer creer al interfecto que lo adornan virtudes cívicas y/o cualidades morales, de las cuales estamos convencidos que carece.

Para realizar un homenaje, lo primero que necesitamos es un fantoche, el típico presumido que le agrada el adulo y la fanfarronería, el mediocre de turno, pues toda sociedad nuestra está regida por mediocres que se turnan en los gobiernos, con la típica excepción que confirma la regla, que como todos sabemos ocurre cada 28 días.

Encontrado el personaje, el paso siguiente es llenar de nombres ostentosos, la Comisión Organizadora. Ahí aparecen exactamente las mismas personas que conformaron las anteriores comisiones organizadoras de los 25 últimos homenajes y que seguro no asistieron a su mayoría. Entrar en la lista es tan difícil como llevar una ballena de peregrinación a la Meca, formar parte de ella es señal de estatus, todos quieren figurar aun cuando el homenajeado no sea de su simpatía, lo malquieran, envidien o le caiga más pesado que una vaca en brazos. Por supuesto que del numeroso grupo sólo tres o cuatro realmente trabajan, vendiendo las adhesiones con las que se financia tan filántropo acontecimiento.-

A los agasajos concurres usualmente y en primer lugar quienes esperan un favor o servicio del homenajeado, los que quieren salir en la foto, los vendedores profesionales, los que no tienen nada qué hacer ese día, los maridos botados de su casa y finalmente los familiares que son los únicos que concurren de mala gana. Luego vienen los discursos, llenos de metáforas incoherentes, palabras rimbombantes y retruécanos rebuscados, intervenciones que por lo general son realizadas por los más hipócritas del grupo de amigos o por aduladores profesionales que también sobran en el medio. Finalmente, el homenajeado visiblemente emocionado, recibe un pergamino en cuya redacción intervino vigorosamente y manifiesta a la sala no merecer tan significativa manifestación de aprecio (la única verdad que dirá en todo el acto), indicando que lo han tomado de sorpresa, sin embargo de lo cual, saca un discurso de veinte carillas, lleno de citas enciclopédicas, cuya preparación le tomó al menos dos semanas. El discurso finaliza pleno de frases elogiosas a los generosos asistentes.  La farsa termina con un brindis que sirve para descontar la cuota.  

Esta es mi pobre opinión que tengo de los agasajos, que seguramente comparte  y que tanto usted como yo, nos reservamos el derecho de cambiar de opinión cuando se le ocurra a un gil darnos un homenaje.



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