27 abril, 2024

¿Qué es lo que quiere el Ecuador?

Correa vendió con éxito su idea de convertir al Ecuador en una sociedad próspera a cargo absoluto del Estado, de igualdades para todos y en la que el precio por cambiar el modelo la asumirían los ricos. La mayoría vio con agrado un proyecto con perfil de reivindicación histórica a costo cero. El fallido experimento tiene en Moreno su continuación, ahora bajo patrones de crisis, con objetivos presuntamente alentadores pero sin metas macrofiscales cuantificadas y con la intención de endosar a la empresa privada la falta de resultados. Las encuestas demuestran la gran insatisfacción ciudadana por la conducción del país mientras Moreno inútilmente pasea la propuesta de apertura a la inversión extranjera sin que la Constitución y las leyes ofrezcan las debidas garantías.

La prosperidad anhelada por los ecuatorianos es irrenunciable, pero su consecusión requiere de sacrificios y es ahí cuando la objetividad se disipa en matices políticos y la lógica pierde su rumbo. El Gobierno mantiene una política de Estado que subsidia la pobreza, agrava las distorsiones económicas y profundiza la apesadumbrez social. El país no dejará de ser rico, pero seguirá sumido en un progresivo empobrecimiento mientras la sociedad no exija resultados a sus mandatarios. La requerida focalización o eliminación de subsidios no surtirá efectos positivos a menos que sea parte de una gran reestructuración económica y que los mercaderes del porvenir tiemblen ante un ordenamiento jurídico verdaderamente independiente. ¡Cuán lejos estamos!

 

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En estos tiempos, tiempos de la Revolución Ciudadana, en los que las palabras libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social y democracia, entre otras muchas, cada día se van vaciando de contenido, es preciso reflexionar sobre el pensamiento de ese gran escritor argentino Julio Cortázar, en un discurso sobre la palabra, expresó: “…pero la distorsión del lenguaje es todavía peor en nuestros días, cuando la sofisticación de los medios lo hace más eficaz y peligroso. Porque ahora franquea los últimos umbrales de la vida individual y, desde los canales de televisión o desde las ondas radiales, puede invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones”.

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