7 diciembre, 2024

Sin hijos con hijos

Hay sociedades cuya población decrece porque sus habitantes no tienen suficientes hijos. En algunas eso se compensa con la inmigración, que puede perturbar la estructura cultural tradicional de esa sociedad.

Son sociedades de adultos, estructuradas para adultos, con intereses de adultos. Lo que se deja, dinero o medallas, después de muerto irá al Estado o a algún pariente lejano que importa poco. Por eso se goza el hoy. Se quiere que las circunstancias mejoren para hoy, no importa lo que pasará mañana, cuando ya no se estará. Al aborto se lo ve como la salida a un descuido, el abortado no interesa; a parejas del mismo sexo se las acepta porque no se ve a la pareja como inicio de una familia. En esas sociedades no hay la perspectiva de permanencia que dan los hijos.

Son sociedades en que las predomina el inmediatismo y, como la vida pasa rápido, el egoísmo. El futuro es una pensión de vejez y, ojalá, un buen asilo. Son sociedades del yo: comamos y bebamos que mañana moriremos. Los pocos hijos, siguiendo lo que han visto en la sociedad, abandonan prontamente a sus padres en la búsqueda de mayores ingresos y capacidad de consumo. En poco tiempo se convierten en extraños unos de otros. Los padres se quedan con la dirección del mail y con el interrogante: me sacrifiqué por ellos, ¿para qué? Muchos concluyen que es mejor no tenerlos.

En sociedades cuya población crece, como las nuestras, la perspectiva es radicalmente diferente. Son sociedades con un gran contingente joven que ve al mundo como lo ven los jóvenes, con esperanza, con ilusión, con fe. El elemento constitutivo principal no son ciudadanos solos o parejas casadas o arrejuntadas, sin hijos, buscando su propia conveniencia o comodidad, son familias buscando el balance entre vivir bien y dar un futuro a sus hijos.

Para padres con hijos la vida tiene una razón de ser diferente de la que tiene para los sin hijos. Por supuesto ambos quieren gozar de la vida, pero los con hijos conscientes de que esa vida se extiende más allá de la muerte, arropada en hijos y en nietos, a los que se quiere dar el mejor futuro. La presencia de abuelos, tíos y primos apoya en esa tarea. La familia es el principal sustento social. En sociedades con pocos hijos, que viven lejos y con los que hay poco contacto, los padres pasan a ser una incomodidad, amada, pero incomodidad, y se pierde la relación con tíos y primos.

Las sociedades hoy ricas son en su gran parte sociedades sin hijos. Dieron prioridad al trabajo y a la generación de ingresos, sacrificando para ello a la familia. Se hicieron ricas porque son eficientes en el uso de sus recursos En ellas el ser humano es un recurso más, descartable, para obligarlo a dar prioridad al trabajo sobre la familia. Esas sociedades ricas se han convertido en un imán para las sociedades pobres, que ven su riqueza. No ven las vidas de quieta desesperación que pululan en ellas. Su modelo de vida da la apariencia de felicidad, aunque en el fondo es consumir desaforadamente, generando grasa y basura. No tienen la proyección que dan los hijos, se contentan más bien con triunfos pasajeros que al resto no importa, porque cada uno mira a lo suyo. No habrá nietos a quien contárselos.

La vida de las sociedades ricas esconde tensiones y soledades, que se sufren solas porque no hay familia con quien compartirlas.

La familia ha sido desde siempre el eslabón entre generaciones, es parte inseparable del ser humano, sin ella somos incompletos, máquinas para producir y consumir. Cuando el esfuerzo, el sacrificio y el amor que caracteriza a la familia se reemplaza por el egoísmo a la espera de la jubilación, la vida deja de tener sentido.

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