29 abril, 2024

Dolores Veintimilla de Galindo

Nació en Quito en 1830 y murió en Cuenca en 1857.

Esta escritora y poetisa ecuatoriana de altísima sensibilidad fue hija legítima de José Veintimilla y Jerónima Carrión y Antepara, lojanos acomodados residentes en la Capital. En su libro en prosa, “Recuerdos”, cuenta cómo fue su vida y cómo fue la engreída de su casa en su niñez. Allí relata el sentimiento que tuvo por un muchacho de 19 años, de quien fue amiga con el consentimiento de su madre, y a quien atribuyela mayor parte de sus buenos sentimientos. Al cumplir los 18 años, contrajo matrimonio en Quito con el Doctor Sixto Antonio Galindo y Oroña, Médico natural de Nueva Granada, quien vino a Ecuador a causa de las persecuciones políticas comunes en su Patria. Él se encargó de hacerle continuar su educación literaria. Tuvo un hijo y su esposo decidió viajar a Guayaquil, donde Dolores hizo numerosas y excelentes amistades, pues la ciudad le abrió las puertas. Luego de unos años, viajaron a Cuenca y luego su esposo viajó a Centroamérica, dejándola sola en Cuenca, donde resplandeció por su cultura.

En 1857, fue testigo del fusilamiento del indígena Tiburcio Lucero, quien fue acusado de parricidio y reclamó en varios escritos contra la pena de muerte. Esto le valió la enemistad de gente que estaba de acuerdo con el acto, entre ellos Fray Vicente Solano, quienes la atacaron muy duramente por su defensa. Esto la fue llevando a una depresión que terminó llevándola al suicidio.

Cuando vivía en Guayaquil escribió la mayor parte de sus poesías, entre ellas, “Quejas”, la más conocida de sus poesías y que pongo a continuación:

¡QUEJAS!
Dolores Veintimilla de Galindo

¡Y amarle pude! … Al sol de la existencia
se abría apenas soñadora el alma…
Perdió mi pobre corazón su calma
desde el fatal instante en que le hallé.

Sus palabras sonaron en mi oído
como música blanda y deliciosa;
subió a mi rostro el tinte de la rosa;
como la hoja en el árbol vacilé.

Su imagen en el sueño me acosaba
siempre halagüeña, siempre enamorada;
mil veces sorprendiste, madre amada,
en mi boca un suspiro abrasador;

y era él quien lo arrancaba de mi pecho,
él, la fascinación de mis sentidos;
él, ideal de mis sueños más queridos,
él, mi primero, mi ferviente amor.

Sin él, para mí, el campo placentero
en vez de flores me obsequiaba abrojos;
sin él eran sombríos a mis ojos
del sol los rayos en el mes de Abril.

Vivía de su vida aprisionada;
era el centro de mi alma el amor suyo,
era mi aspiración, era mi orgullo…
¿por qué tan presto me olvidaba el vil?

No es mío ya su amor, que a otra prefiere;
sus caricias son frías como el hielo.
Es mentira su fe, finge desvelo…
Mas no me engañará con su ficción. . .

¡Y amarle pude delirante, loca!
¡No! mí altivez no sufre su maltrato;
y si a olvidar no alcanzas al ingrato
¡te arrancaré del pecho, corazón!

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José Ángel Buesa

Ella no fue entre todas la más bella,
pero me dio el amor más hondo y largo.
Otras me amaron más, y sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

Acaso fue porque la amé de lejos,
como a una estrella desde mi ventana
y la estrella que brilla más lejana,
nos parece que tiene más destellos.

Tuve su amor como una cosa ajena,
como una playa cada vez más sola
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena.

Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,
como el agua en un cántaro sediento,
como un perfume, que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía.

Me penetró su sed insatisfecha
como un arado sobre la llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura,
la esperanza feliz de la cosecha.

Ella fue lo cercano en lo remoto,
pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas del navío,
como la luz en el espejo roto.

Por eso aún pienso en la mujer aquella,
la que me dio el amor más hondo y largo.
Nunca fue mía, no era la más bella,
otras me amaron más y sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

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