28 abril, 2024

Fe católica, enfermedad y eutanasia

En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: -Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaba[2].

 

1.      La Iglesia prolonga en la Historia la actitud de Cristo ante la enfermedad. Ofrece: La profunda Doctrina sobre el sufrimiento, contenida en el NT[3]; la gracia de los Sacramentos; sobre todo la Unción de los enfermos y la Confesión y la Eucaristía; las Orientaciones morales sobre el respeto a la dignidad del enfermo (ahora más necesaria que nunca, cuando el médico tiene la tentación de transformarse en veterinario, cerrando los ojos a la distancia que hay entre lo ‘técnica y médicamente factible’ y lo ‘ética y moralmente posible’, y cuando cada vez hay más voces que claman por la humanización de la medicina).

2.      ¿Qué dice la Santa Biblia sobre la Unción de los Enfermos? Los Apóstoles “ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”[4]. “¿Hay algún enfermo entre vosotros? Llamad al sacerdote de la Iglesia, para que ore sobre él y lo unja con aceite, invocando al Señor. La oración hecha con fe dará salud al enfermo y el Señor hará que se levante; si tiene pecados, se le perdonarán”[5].

3.      ¿Qué es la Unción de los Enfermos?

a.  La Unción alivia y reconforta al cristiano que ha caído seriamente enfermo, o experimenta ya las dolencias propias de la vejez, o está próximo a morir.  La Unción no se denomina ya Extremaunción, para evitar que se acuda a ella sólo en caso de muerte.

                      i.     La enfermedad del cuerpo no debe llevarnos a la angustia del alma y a la rebeldía contra Dios, sino que ha de servirnos para la conversión y la purificación interior.  

                     ii.     Los que están seriamente enfermos necesitan una ayuda especial de Dios para no caer en la ansiedad, para que su espíritu no se quebrante y para que, bajo el peso de la tentación, no se debilite en la fe. 

                    iii.     El Espíritu Santo, acude en ayuda de nuestra debilidad, e infunde la confianza en Dios y da fortaleza ante las tentaciones del Maligno.

b.  La Unción une al enfermo a la Pasión de Cristo; fortaleciendo así su fe, confiriéndole consuelo, ánimo y paz en medio de la enfermedad; llegado el caso, ayudándole a bien morir, como lo hizo Jesús, entregando Su espíritu a Dios Padre.

c.  La Unción alivia los dolores del cuerpo, si Dios ve esto conveniente para la salvación del alma.

d.  La Unción cura el alma, perdonando los pecados del que, arrepentido, no ha podido confesarse.

4.      ¿A quiénes y cómo se administra este sacramento?

a.  Este sacramento no se administra sólo a los agonizantes, como algunos piensan.

b.  Lo han de recibir aquellos enfermos (físicos o mentales) cuya salud esté seriamente comprometida, aunque hayan perdido la conciencia o el uso de la razón.

c.  A quienes van a sufrir una intervención quirúrgica seria, ocasionada por una enfermedad.

d.  También a los ancianos cuando se encuentran ya demasiado débiles, aunque no estén enfermos.

e.  Se puede repetir en caso de nueva enfermedad, de recaída o de agravamiento.

f.  A los que se presume que les ha llegado la hora de la muerte.

5.      ¿Quién lo administra? Exclusivamente los obispos y sacerdotes. Por esto hay que rechazar la práctica infiltrada desde las sectas, según la cual hay laicos que se atribuyen la facultad de “poner el aceite de sanación”.

6.      ¿Quién solicita este sacramento?

a.  Este sacramento lo puede solicitar, tanto el mismo enfermo como sus familiares o amigos.

b.  Hay que rechazar de modo absoluto la idea pagana de que no se debe llamar al sacerdote porque el enfermo se puede asustar. Ni al sacerdote ni al médico se los llama cuando la persona ha fallecido ya.  La experiencia demuestra que los enfermos nunca se asustan ante la presencia del sacerdote, y, por lo contrario, experimentan una inmensa paz y un gran consuelo. Es muy posible que esa idea la sugiera el demonio para intentar que los cristianos no reciban los sacramentos.

c.  Es una expresión de gran amor preocuparse de que quien está enfermo, o ha llegado a la ancianidad o va a morir, reciba la unción de los enfermos.

7.      ¿En qué momento se ha de solicitar?

a.  No hay que esperar que la persona esté inconsciente para solicitar la Unción.

b.  Lo correcto es recibir la Confesión, la Unción y la Sagrada Comunión.

c.  Si la persona está inconsciente, ha de recibir por lo menos la Unción.

8.      La Eucaristía como Viático. Además de la Unción, la Iglesia ofrece a quienes van a morir, el sacramento de la Eucaristía como “viático”.  En términos ordinarios, se llama “viático” a lo que se le da para su sustento al que hace un viaje.  En términos religiosos, se llama viático a la Eucaristía cuando se la administra al que va a “viajar” hacia la eternidad. Todos los católicos, capaces de recibir la Comunión están obligados a recibir el Viático cuando se encuentren en peligro de muerte. Los fieles han de ser alimentados con la Eucaristía cuando estén plenamente lúcidos. Todo enfermo debe ser atendido cuando todavía está conciente. Jesús prometió: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”[6].

9.      Ense&nt
ilde;anzas sobre la dignidad del enfermo.
Sólo a un mundo sin amor, sin fe y sin esperanza se le puede haber ocurrido resolver el problema del enfermo, matándolo. ¿Qué debemos saber sobre la eutanasia? ¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica?

a.  Nº 2276: Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.

b.  Nº 2277: Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable, por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre.

c.  Nº 2278: La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el «encarnizamiento terapéutico». Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.

d.  Nº 2279: Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos (higiene, oxigeno, sueros, medicinas, trasfusión de sangre, inyecciones, hidratación, prevención de las complicaciones vinculadas al hecho de estar en cama …los llamados ‘cuidados mínimos’). El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.

10.    ¿Qué dice la Academia Pontificia para la Vida?

a.  A partir de la década de 1970, comenzando en los países más desarrollados del mundo, se ha ido difundiendo una insistente campaña en favor de la eutanasia, entendida como acción u omisión que por su naturaleza y en sus intenciones provoca la interrupción de la vida del enfermo grave o también del niño recién nacido mal formado. El motivo que se aduce por lo general es que de esa manera se quiere ahorrar al paciente mismo sufrimientos definidos inútiles.

b.  Con ese objetivo, se han llevado a cabo campañas y estrategias, que han contado:

                      i.     Con el apoyo de asociaciones pro-eutanasia a nivel internacional.

                     ii.     Con manifiestos públicos firmados por intelectuales y científicos.

                    iii.     Con publicaciones favorables a esas propuestas -algunas acompañadas incluso de instrucciones para enseñar a los enfermos, y a los no enfermos, los diversos modos de poner fin a la vida, cuando esta se considere insoportable-.

              
     
iv.    
Con encuestas que recogen opiniones de médicos o personajes famosos, favorables a la práctica de la eutanasia.

                     v.     Con propuestas de leyes presentadas en los Parlamentos, además de los intentos de provocar sentencias de los tribunales que podrían permitir de hecho la práctica de la eutanasia o, al menos, que quede impune.

c.  El eje de la justificación que se quiere utilizar y presentar a la opinión pública está constituido sustancialmente por dos ideas fundamentales:

                      i.     El principio de autonomía del sujeto, que tendría derecho a disponer, de manera absoluta, de su propia vida;

                     ii.     La convicción, más o menos explicitada, de la insoportabilidad e inutilidad del dolor que puede a veces acompañar a la muerte.

d.  La Iglesia:

                      i.     Ha seguido con aprensión ese desarrollo de pensamiento, reconociendo en él una de las manifestaciones del debilitamiento espiritual y moral con respecto a la dignidad de la persona moribunda y una senda "utilitarista" de desinterés frente a las verdaderas necesidades del paciente. 

                     ii.     Estos documentos del Magisterio[7]  no se limitan a definir la eutanasia como moralmente inaceptable, en cuanto “eliminación deliberada de una persona humana" inocente,[8] o como "oprobio"[9] sino que también ofrecen un itinerario de asistencia al enfermo grave y al moribundo, que se inspire en el respeto a la dignidad de la persona.

e.  Vale la pena recordar aquí:

                      i.     Que el dolor de los pacientes, del que se habla y sobre el que se quiere fundamentar una especie de justificación o casi obligatoriedad de la eutanasia y del suicidio asistido, es hoy más que nunca un dolor "curable" con los medios adecuados de la analgesia y de los cuidados paliativos proporcionados al dolor mismo; el paciente, si se le presta una adecuada asistencia humana y espiritual, puede recibir alivio y consuelo en un clima de apoyo afectivo.

                     ii.     Las posibles peticiones de muerte por parte de personas que sufren gravemente, como demuestran las encuestas realizadas entre los pacientes y los testimonios de clínicos cercanos a las situaciones de los moribundos, casi siempre constituyen la manifestación extrema de una apremiante solicitud del paciente que quiere recibir más atención y cercanía humana, además de cuidados adecuados, ambos elementos que actualmente a veces faltan en los hospitales.

                    iii.     Resulta hoy más verdadera que nunca esta consideración: "El enfermo que se siente rodeado por la presencia amorosa, humana y cristiana, no cae en la depresión y en la angustia de quien, por el contrario, se siente abandonado a su destino de sufrimiento y muerte y pide que acaben con su vida. Por eso la eutanasia es una derrota de quien la teoriza, la
decide y la practica"
(n. 149).

f.  A este respecto, podemos preguntarnos si, bajo la justificación de que el dolor del paciente es insoportable, no se esconde más bien la incapacidad de los "sanos" de acompañar al moribundo en la prueba de su sufrimiento, de dar sentido al dolor humano -que, por lo demás, nunca se puede eliminar totalmente de la experiencia de la vida humana- y una especie de rechazo de la idea misma del sufrimiento, cada vez más difundido en nuestra sociedad donde domina el bienestar y el hedonismo.

g.  Tampoco se ha de excluir que detrás de algunas campañas en favor de la eutanasia se ocultan razones de gasto público, considerado insostenible e inútil frente a la prolongación de ciertas enfermedades. Declarando curable, en el sentido médico, el dolor y proponiendo, como compromiso de solidaridad, la asistencia a los que sufren es como se llega a afirmar el verdadero humanismo: el dolor humano exige amor y participación solidaria, no la expeditiva violencia de la muerte anticipada.

h.  Por lo demás, el citado principio de autonomía, con el que a veces se quiere exasperar el concepto de libertad individual, impulsándolo más allá de sus confines racionales, ciertamente no puede justificar la supresión de la vida propia o ajena. En efecto, la autonomía personal tiene como primer presupuesto el hecho de estar vivos y exige la responsabilidad del individuo, que es libre para hacer el bien según la verdad; sólo llegará a afirmarse a sí mismo, sin contradicciones, reconociendo (también en una perspectiva puramente racional) que ha recibido como don su vida, de la que, por consiguiente, no es "amo absoluto"; en definitiva, suprimir la vida significa destruir las raíces mismas de la libertad y de la autonomía de la persona.

i.   Además, cuando la sociedad llega a legitimar la supresión del individuo -sin importar en qué estadio de vida se encuentre, o cuál sea el grado de debilitamiento de su salud- reniega de su finalidad y del fundamento mismo de su existencia, abriendo el camino a iniquidades cada vez más graves.

j.  Por último, en la legitimación de la eutanasia se induce una complicidad perversa del médico, el cual, por su identidad profesional y en virtud de las inderogables exigencias deontológicas a ella vinculadas, está llamado siempre a sostener la vida y a curar el dolor, y jamás a dar muerte "ni siquiera movido por las apremiantes solicitudes de cualquiera" (Juramento de Hipócrates).

k.  La condena de la eutanasia que se hace en la encíclica Evangelium vitae por ser "una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana" (n. 65).

l.   Así pues, la línea de comportamiento con el enfermo grave y el moribundo

                      i.     deberá inspirarse en el respeto a la vida y a la dignidad de la persona;

                     ii.     deberá perseguir como finalidad hacer disponibles las terapias proporcionadas, sin utilizar ninguna forma de "ensañamiento terapéutico";

                    iii.     deberá acatar la voluntad del paciente cuando se trate de terapias extraordinarias o peligrosas -que no se tiene obligación moral de utilizar;

                    iv.     deberá asegurar siempre los cuidados ordinarios (que incluyen la alimentación y la hidratación, aunque sea artificiales)

                     v.     y comprometerse en los cuidados paliativos, sobre todo en la adecuada terapia del dolor, favoreciendo siempre el diálogo y la información del paciente mismo.

m. Ante la cercanía de una muerte que resulta inevitable e inminente

                      i.     "Es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a tratamientos que sólo producirían una prolongación precaria y penosa de la vida.

                     ii.     Dado que existe gran diferencia ética entre "provocar la muerte" y "permitir la muerte": la primera actitud rechaza y niega la vida; la segunda, en cambio, acepta su fin natural.

                    iii.     Especialmente la asistencia religiosa -que es un derecho y una ayuda valiosa para todo paciente y no sólo en la fase final de la vida-, si es acogida, transfigura el dolor mismo en un acto de amor redentor y la muerte en apertura hacia la vida en Dios.

 

 


[1] Las homilías del P. Paulino Toral las puede encontrar desde el viernes anterior al domingo en el que toca la homilía en: https://www.desdemitrinchera.com/  y en http://www.samconline.org/

[2] Mc 6,7-13

[3] Col 3:1-4; 1 Pedro 1:6-9; 1 Pedro 1:6-9; Col 1:24; 2 Co 1:3-4; Ro 8:35-37;Fil 4:11-13; Ap 21: 4-5

[4] Mc 6:13

[5] St 5:14-15

[6] Jn 6:54

[7] Queremos recordar la Declaración sobre la eutanasia (1980), publicada hace veinte años por la Congregación para la doctrina de la fe, el documento del Consejo pontificio "Cor unum" Cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos (1981), la encíclica Evangelium vitae (1995) del Papa Juan Pablo II (en particular los números 64-67)y la Carta de los agentes sanitarios, elaborada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud (1995).

[8] Cf. Evangelium vitae, 65. El pensamiento de la encíclica se precisa en el número 57, permitiendo así una correcta interpretación del texto del número 65, que acabamos de citar).

[9] Cf. Gaudium et spes, 27

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Existen dos principios básicos que la liberad de expresión jamás debe pasar por alto. La libertad de expresión, moralmente tiene límites. La libertad de expresión, éticamente debe responder a limitaciones fundamentales. Delimitar la libertad de expresión a estas dos virtudes del comportamiento humano, inevitablemente solo puede florecer desde la calidad personal de quien reclama el derecho a ejercer esta actividad innata de un ser pensante, inteligente y responsable.

Cuando la libertad de expresión transgrede principios elementales de convivencia y viola los fundamentos morales y éticos que deben regir a cualquier actividad del ser humano, necesariamente involucra a las leyes que serán las responsables de imponer los límites en los que esa libertad puede y debe transitar.

Cuando el poco sentido común, las pasiones negativas, la visceralidad política, el rumor morboso, la simple duda que no se puede demostrar, y el lucro económico prevalecen sobre la moral, la ética, la verdad y el respeto al derecho al buen nombre de los seres humanos, se cae en terrenos antinaturales, de energías perversas, que solamente pueden provocar un incalculable daño a la colectividad. No se hiere solamente a la democracia, se enferma y se castiga al mismo tiempo a la sociedad.

Dos Puntos de Vista

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El primero se refiere a una semblanza del Guayaquileño, y el segundo a hechos
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celebrar el Aniversario de Fundación de uno de los equipos deportivos de esta
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eran sus opositores, en pocas palabras daba a entender que tendía a
utilizar expresiones peyorativas. Esa afirmación es totalmente falsa, pues, tal
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“Manantial de gente amable, cortés, discreta y afable”. O recordar a
Numa Pompilio Llona, Wenceslao Pareja, José Joaquín de Olmedo, Pedro
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Pedro José Huerta y muchísimos otros más que siempre exhibieron un
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