2 mayo, 2024

La estupidez inteligente

Ha llegado recientemente a mis manos el libro titulado “Cómo ser un estoico: utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna”, escrito por el filósofo Massimo Pigliucci (2017), de origen italiano, radicado en los Estados Unidos donde es catedrático en el City College of New York.  No hace falta decir que es un libro que cautiva.  Pero mientras disfrutaba la lectura de sus capítulos, me encontré con un concepto que aglutina muchas experiencias, narrativas, opiniones y posturas de índole académica y moral con las que me ha tocado navegar por estos tiempos, en el embravecido mar de la política ecuatoriana y, por extensión, en la educación del país.

Se trata del concepto de la “estupidez inteligente”.  Y aunque parezca una contradicción lógica en la que algo (inteligencia) no puede ser al mismo tiempo lo contrario (estupidez), aunque pareciera una figura literaria en las que el poeta echa mano de expresiones como: 

“hielo abrasador, fuego helado,
herida que duele y no se siente,
soñado bien, mal presente,
breve descanso muy cansado.
descuido que nos da cuidado,
cobarde con nombre de valiente,
andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.”

(Quevedo)

Es un concepto que existe, sus consecuencias las vivimos casi a diario y nos han acompañado desde los tiempos de Sócrates y Platón.  

En griego, como en nuestro idioma, existen dos palabras para diferenciar la “ignorancia” y la “estupidez” son, respectivamente “agnoia y amathia”.  Pero ninguna de las dos palabras castellanas describe lo que intentan explicar los filósofos griegos.  

Agnoia, que tiene el prefijo griego “a”, significa literalmente “no saber”. Y, de igual forma, A-mathia no aprender.  La “agnoia” es el estado de no saber algo que es cognoscible. Cuando nacemos, nacemos ignorantes (agnoia) y, aunque todos logramos por medio de la educación, cambiar de ese estado de ignorancia, que también requiere su tiempo, porque persistirán algunos ámbitos que no conoceremos lo suficientemente bien.  En efecto, en muchos temas somos unos ignorantes y no hay nada de vergonzoso en ello, más bien es un indicador de nuestra humanidad, de nuestras limitaciones, de nuestra finitud. 

Pero, existe una ignorancia que sí es vergonzosa y sucede cuando, al presentarnos evidencia de lo que ignoramos y, sobre todo, si es de gran importancia, no hacemos ningún esfuerzo por mitigar las consecuencias de no saber y seguimos actuando como si no fuéramos ignorantes. 

Con la estupidez es todavía peor.  Sócrates la llama “enfermedad”. Amathia significa “no aprender”.  Y, de la misma manera que el término “agnoia”, “amathia” puede significar simplemente el tosco estado de falta de educación debido a la incapacidad para el aprendizaje. Pero también, y esto es lo más grave, manifiesta la falta de voluntad para aprender.   Mantenerse por voluntad propia en la ignorancia (agnoia) puede ser grosero, incompetente y llevarnos a decisiones equivocadas al estar mal informados. Pero, aquellas personas que están “enfermas”, obcecadas en no aprender (amathia) pueden llegar a convertirse -como la historia ha demostrado- en siniestros personajes, en perversos criminales. Y hoy dolorosamente se ratifica con el terror que vivió Israel hace pocos días.

Y es aquí dónde radica, la paradoja del concepto de la “estupidez inteligente”.  No es falta de inteligencia, no es un fracaso en el intento de ser inteligente, no es la incapacidad de pensar, es la negativa a comprender, es no querer saber, aunque se expongan argumentos racionales, datos, conocimientos nuevos o diferentes.  La estupidez inteligente puede afectar a individuos altamente inteligentes cuando toman decisiones irracionales o se comportan de manera insensata.  Es decir, no es un reflejo de la falta de capacidad cognitiva, sino más bien de la influencia de factores emocionales y motivacionales en la toma de decisiones.  Algunos “estúpidos inteligentes” son socialmente aceptados o incluso alentados a tomar decisiones cargadas de error.  La historia nos ofrece una larga lista de ejemplos: criminales de guerra, asesinos seriales, financistas, líderes políticos y religiosos.  Las personas caracterizadas por la amathia no se las puede persuadir simplemente con argumentos, porque los comprenden bien.  Su problema capital, su deficiencia crucial está en su carácter.  La amathia, se podría decir entonces, es lo opuesto a la sabiduría.

Sócrates tenía razón cuando se refería a ella como una enfermedad, no psicológica sino del espíritu.  Y San Pablo también, cuando con estas palabras, confesaba a los cristianos de Roma que, a causa del mal: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7,19).

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2 comentarios

  1. Nuestra sociedad debe trabajar en la formación de una verdadera educación científica y también en una formación moral.
    Esto debe ser una prioridad del estado, principalmente con nuestros jóvenes. Todos debemos tener una aptitud para el estudio y formación en conocimientos.
    Gran reflexión, felicitaciones.

  2. Un artículo muy interesante, Ricardo arranca un concepto paradójico y trata de explicar basándose en el conocimiento etimológico y filosófico; relacionando situaciones actuales (Una sociedad cargada de conocimientos y poder, para hacer todo lo que su alcance lo permita. Jamás se me ocurrió clasificar a la estupidez como una enfermedad). Sin lugar a dudas vivir enfermo, sabiendo que algo pasa en su interior y no hacer nada para remediarlo….. es soberbia; misma que enferma el alma y no permite cumplir a plenitud el fin de nuestro existir.
    La estupidez nos vuelve fríos y arrogantes ..por aquello, la sociedad a emprendido un viaje a la involución.

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