28 abril, 2024

Queridos amigos y no amigos:

Esta mañana, mientras corría iba pensando en mi propia vida, en mi proceso de duelo, en mi proceso de crecimiento como persona, como madre, como esposa, como amiga, como hija…en fin…en varios procesos. Parece que así ando, procesando, ja, ja. Porque no puedo evitar hacerlo, no puedo evitar hacer algunas evaluaciones cada tanto, hacerme preguntas casi todo el tiempo, mirarme para adentro y ver qué hay para ordenar, o para sacar directamente, o quizá también para alegrarme y alentarme viendo que sí, que algo logré o voy logrando tal vez. 

Hoy nos tocaba, junto con una de mis hijas, la semana cinco del plan de entrenamiento que estamos haciendo para lograr correr cinco kilómetros en nueve semanas. Lo de hoy era realmente una prueba más grande que la que habíamos hecho hasta ahora, ya que teníamos que correr veinte minutos seguidos. Un desafío enorme para las dos, en especial para mí que tengo algunos años encima. Antes de comenzar la corrida, mientras caminábamos para calentar un rato, las dos nos hablábamos con mucho miedo. Honestamente temíamos no poder lograrlo. Yo también dudaba de mí, pero le decía que sí, que podíamos, porque, aunque también desconfiaba de mi estado, creo que hay un poder en las palabras que de alguna manera colaboran para bien o para mal. Aparte de eso, la voz de la aplicación que nos acompaña y nos guía, no repetía que sí, que íbamos a poder, que ella sabía porque este entrenamiento estaba súper probado y estudiado y pensado para que, siguiendo los pasos que nos indica, funcionara. Con esa confianza en la voz y con una determinación personal, comenzamos el reto. 

Para sorpresa y gran alegría, las dos lo logramos. Vale decir que yo casi lloro. Quizá parezca exagerada, pero cuando empecé todo esto, lo tomé no solo como un desafío en lo físico, sino como una prueba de que voy a poder salir adelante y aun, más fortalecida, en mi proceso de duelo, en esta etapa que me sigue costando tanto y especialmente donde el dolor en vez de menguar todavía se acentúa. 

De hecho, mientras corría muy concentrada, porque tuve que poner todo mi esfuerzo y mi mente en cada paso que daba, pensaba en Alan. Todo el tiempo pienso en él. Creo que parte de las fuerzas que tengo para hacer esto vienen por ahí, hasta creo que mi corazón late más fuerte porque tengo parte de él en el mío. Así me siento, por un lado muy débil y frágil y por otro, con el corazón de Alan latiendo dentro mío. Creo que, en este caso, el dolor está actuando como motor. Cuando comencé este desafío, pensaba en hacerlo por Alan, luego me di cuenta que Alan no necesita nada, así que entendí que, en principio lo hago por mí. De alguna manera necesito saber que puedo lograr algo que, a mi juicio, parece imposible. En segundo lugar, entendí que lo hago por mis hijos. Tenemos otros cuatro hijos más que siguen viviendo y cada uno está atravesando su proceso de duelo muy personal y particular. Creo, estoy convencida de que lo que hagamos como padres, es fundamental para ellos. Nos guste o no, ellos nos miran. Así que eso también me impulsa muchísimo a seguir.

Cuando estábamos por comenzar, mientras caminábamos con Katia, nos reíamos diciéndonos palabras para alentarnos como: “vamos que podemos”, o algunas otras parecidas, hasta que en un momento miré hacia el cielo y, medio en chiste, medio en verdad, le pedí a Dios que me de fuerzas extras. 

Y pensaba en cuántas veces uno escucha frases como “vos podés”, o “yo pude solo” y de repente entendí que no es así, nadie puede solo. Sea que lo reconozcamos o no, hacemos lo que hacemos, logramos lo que logramos porque hay una fuerza detrás sosteniéndonos. Hay una mano que no vemos, pero que está, que nos mantiene con vida, que nos da la energía, que provoca que nuestro cuerpo funcione, que nuestras células cambien, se reproduzcan, incluso mueran. Sea que creamos en Dios o no, solos no podemos. De repente, me quedó muy claro eso. Y me gustó. Y agradecí. Y me alegré. 

Y por último, otro pensamiento que se coló durante el trayecto, fue que, aunque a mi parecer, según mis propios cálculos, no iba a poder lograrlo, confié totalmente en la voz que nos guiaba. Ella expresaba claramente que ella sí sabía que esto funcionaba. Que todo estaba probado, estudiado y pensado perfectamente. Y fue esa confianza depositada en esa guía que nos ayudó a llegar al final del objetivo y experimentar una alegría extrema. 

Creo, estoy convencida de que seguir a Jesús tiene que ver con eso, con confiar en el que sabe. Tiene que ver, no con prohibiciones o restricciones, o mandatos que no queremos, sino todo lo contrario, tiene que ver con depositar nuestra confianza en alguien que ya sabe qué es lo que funciona, qué es lo que nos hace bien. Y si seguimos esa voz que nos guía, la cosa resulta y la alegría verdadera aparece y salimos fortalecidos y nos dan ganas de continuar, y nuestra confianza aumenta. 

Queridos amigos y no amigos, sigo narrando la vida, mejor dicho, parte de mi vida. Por ahora sigo también en este proceso de duelo, de haber experimentado la muerte de un hijo y todavía llorar todos los días y sentir que no voy a poder salir de este gran agujero. 

Pero al mismo tiempo, sigo confiando en la voz que me guia y me guió hasta ahora. Sigo confiando en la voz que me susurra que no me deja, que está conmigo, que sabe todas las cosas, que me da la mano bien fuerte y me acompaña durante todo el trayecto y me promete que lo voy a lograr. 

A veces pienso que no, que no voy a poder. A veces siento que mi ánimo en vez de mejorar, empeora, que mis lágrimas en vez de ser menos, cada vez son más. El dolor, contrariamente a lo que otros me auguran, parece que aumenta a través del tiempo en vez de menguar. 

Así y todo, creo en aquel que nunca jamás se equivoca y me acompaña y me sostiene con vida y me da las fuerzas que necesito cada día. 

Así y todo, sigo apostándole al que verdaderamente sabe y eso, otra vez, me deja tranquila. 

Queridos amigos y no amigos, ¡vamos que podemos!

Analía Duo


Artículos relacionados

Lo que aprendí de ella

Era yo una adolescente cuando conocí a Madre Paloma Gutiérrez y ahora que me pongo a pensar, era ella una mujer joven. Habrá tenido no más de cuarenta. Recuerdo el primer sentimiento hacía ella: temor. Autoritaria, seria, estricta, de pocas pulgas. En pocas palabras ¡bravísima!

También recuerdo que un día no sé cómo ni cuándo apareció el sentimiento mayor, el que cubre a todos los demás: un inmenso cariño. Por qué tan grande ese cariño. Porque son muchas cosas las que aprendí de ella. Son muchas cosas, si se pueden llamar cosas las que ella me enseño. Las que debo agradecer porque me han servido para sobrevivir en un mundo que no siempre ha sido de lo más apetecible.

La Navidad y la Navidad

Guirnaldas y luces, compromisos y regalos, agitación y bullicio, comida y licor, comprar y vender, décimo tercer sueldo y bonificaciones, ahorrar para gastar,… ¿Es ésto la Navidad? ¿A tan poca cosa se […]

2 comentarios

  1. Cuando estamos arriba, cuando estamos abajo, cuando sólo andamos por el medio, hay tres palabras claras para nosotros sin importar las circunstancias: Yo estaré contigo. Y esas palabras son las que nos empujan a seguir creyendo que: vamos que podemos!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

×