7 septiembre, 2024

Te esperaré en esa estrella

Cuando sea llamado y me toque partir…

Terminando el tiempo para volver a comenzar.

Te parecerá que estoy dormido,  más no seré lo que soy.

Estaré como ausente; pero seguiré pensando.

No tendré miedo, pero extrañaré tu presencia.

Al recordarte nacerá mi nuevo estado de conciencia.

Cuando me suspenda en el silencio; te oiré.

Nuestro amor va más allá del no respiro y las circunstancias físicas.

En esa transición te necesitaré tan fuertemente…

Que cuando esté ya en el cielo, no será cielo hasta que tú también hayas llegado.

Mi nueva realidad empezará conmigo, pero terminará contigo.

De todo lo que dejo, la peor parte será el dejarte.

No te podré mirar ni podré besarte.

No podré tocarte ni abrazarte.

Añoraré tus costumbres y tu forma de ser.

Apenas comience a conocer lo desconocido, empezaré a construir una estrella…

La haré con amor y paciencia,

Comenzará a brillar para que ilumine tu llegada.

Hasta ese día será sólo sueños y anhelos…

Sin embargo; trataré de no irme del todo

Descubrirás mi presencia en las cosas que te rodean

Si te suceden hechos inexplicables; seré yo quien esté junto a ti.

En un atardecer cualquiera,

Con cada suspiro de la brisa que respiras…

Al rosarte los pequeños vientos que acaricien tus mejillas,

Serán mis labios con ternura que te besan por premura.

Lo restante de tu vida, no lo vivas con tristeza.

Lo que falta no se compara a lo que comenzaremos a vivir.

Cuando veas a mi estrella; te estaré esperando en ella

Porque la vida vive contigo…

Y morirse no es morir.

 

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¿Coincidencias históricas? El 15 de agosto de 1534, en la capilla subterránea dedicada a la Virgen en el Monte del Mártir (Montmarte) nombre puesto en honor a san Dionisio, mártir decapitado en ese sitio, 7 amigos, entre ellos el Sacerdote que ofició la misa, Pedro Lefevre (Pedro Fabro), se reunieron Ignacio de Loyola y su otro compañero de dormitorio, Francisco Javier y otros cuatro amigos, llegados en 1533 a París: Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla, y Simón Rodríguez de Avedo quienes, con preparación de ayuno y oración, decidieron ofrecer sus vidas en bien de la Iglesia Católica, haciendo un juramento solemne de trabajar juntos, creando una comunidad religiosa, la Compañía de Jesús. El dedo de Dios había señalado a Íñigo de Loyola ese lugar de recuerdo del martirio de un Santo perseguido, para que se realice allí el juramento inicial que daría lugar, 6 años después al nacimiento de la Societas Jesu, S.J., orden religiosa comúnmente conocida como los jesuitas. A estos siete, se les unieron, luego del voto, 3 franceses Juan Codure, Pascasio Broët y Claudio Jayo, reclutados por Pedro Fabro.

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2 comentarios

  1. Morir no es el fin, es el nuevo comienzo en una vibracion superior, a ud caballero a quien no tengo el gusto de conocerlo, pero lo admiro desde que puso un editorial resaltando a mi mejor amigo el Sr. Juan Carlos Aspiazu Saporiti alla por el año 1.991, luego de su deceso, me permito decirle, TODOS SOMOS SERES ESPIRITUALES EN BUSCA DE EXPERIENCIAS HUMANAS………………………..los seres humanos que vivimos con honor decia mi difunto padre el Dr. Abdon Calderon Franco y mi abuelo paterno el Sr Cap Juan Dario Calderon Luces, morimos con honor, ese es el mas preciado tesoro, porque es eterno, es una joya cuyo valor es incalculable numericamente……….

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