29 abril, 2024

Crisis en nuestra «Alma Mater»

Una de las instituciones más antiguas, representativas y emblemáticas de nuestra ciudad es la Universidad de Guayaquil, que este 2018 está cumpliendo 150 años de fundación.

Han sido innumerables las generaciones guayaquileñas y de su entorno geográfico que se han formado en sus aulas. Debido a su historia gloriosa y de aporte a las ciencias y el desarrollo de la ciudad y el país, resulta triste, como guayaquileña y catedrática de esta ‘alma mater’, leer y escuchar en los medios de comunicación los vergonzosos acontecimientos de estas últimas semanas: corrupción, politiquería e indecencia.

La universidad, como parte del Estado, también fue copada como casi todas las instituciones estatales por el esperpento revolucionario que dirigió la década pasada. Por donde pasaron, cual huracán, han dejado todo patas arriba.

Ahora se conoce públicamente lo que muchos sospechábamos: que ese interés frenético de ciertos funcionarios públicos por aferrarse a sus cargos se entiende por la desesperada acción de no permitir que sean expuestas a la luz pública sus mañoserías. No les ha importado atentar contra el prestigio de nuestra centenaria universidad, en la que laboramos académicos, científicos, epistemólogos y profesionales.

Los postulados de autonomía y cogobierno, que significan libertad de pensamiento, no pueden ser manipulados por los beneficiarios del caos y la corrupción; debe existir una actitud más comprometida por parte de los organismos oficiales de supervisión y control de la educación superior frente a la crisis que vive nuestra ‘alma mater’, pues su silencio o respuestas tibias resultan sospechosos.

Urge que las instituciones guayaquileñas formen un gran frente en defensa de la Universidad de Guayaquil, pues esta no puede ser tierra de nadie, para que sea invadida impávida e impunemente. Pensar que la depuración saldrá exclusivamente, desde el interior de su claustro, es dejarla en indefensión. Hay que desalojar a los invasores y mercachifles de la educación, para que imperen la academia, la transparencia y la decencia.

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¿Qué pasó con las autonomías?

El concepto de las llamadas autonomías surge en la Constitución de España de 1978. Fue César Coronel Jones, un prestigioso catedrático de la U. Católica de Guayaquil quien comienza a difundirlo en su cátedra. Es un término intermedio entre el federalismo y el estatismo atosigante implementado por el Generalísimo Franco allá en el Madrid absolutista. Quienes comprendimos la idea comenzamos a usar esa mágica atracción que el término autonomías ejerce en Guayaquil en reemplazo de esos verbos indefinidos como lo son “descentralizar y desconcentrar” que resultan vacuos y puramente burocráticos. Se evitaba así evocar la palabra separatista que está implícita en aquella frase impresa en el escudo de la ciudad que dice “Guayaquil Independiente”. Ya era tarde para eso que se le fue de las manos a J.J. Olmedo porque, siendo poeta, no supo manejar las armas.

Fue el matemático Juan José Illingworth –cuando estuvo a cargo del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEN) durante el gobierno de Sixto Durán-Ballén– quien destapa y publica cifras estadísticas respecto a la realidad del país en el Censo de 1.990. Ahí quedó gráficamente demostrado la inequidad regional. Esos indicadores eran: agua potable y aguas servidas, energía eléctrica, teléfono, escolaridad, camas hospitalarias. Se elaboran mapas de pobreza que destapan la cloaca y logran que la palabra “autonomías” prenda con fuerza incontenible por la indignación en Guayas.

¡La Ley de Educación al plenario!

Cuando se lee la propuesta gubernamental condensada en el “proyecto de ley de educación” presentado por el Ministerio a cargo del Lcdo. Raúl Vallejo ante la Asamblea y se relaciona su texto con la evidente realidad que vivimos los educadores en escuelas y colegios ecuatorianos, lo primero que salta a la mente es… ¿quién escribió esto?.

Luego, de manera más sosegada, el lector entiende que los autores son técnicos y tecnócratas sin ninguna experiencia docente y que seguramente no han tenido la oportunidad de trabajar en el aula con niños, niñas o jóvenes. Entonces, una segunda pregunta es… “¿acaso no existen en el Ecuador educadores que con experiencia, conocimiento y probidad pudieron hacerlo mejor?”. “Al menos sin sectarismos y pensando en el bienestar de los educandos…”

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