5 mayo, 2024

Acojo

Acojo el nuevo día, el sol de la mañana, el despertar de los niños para recibir sabiduría. Acojo el canto del gallo, el café hirviendo de deseo, los buenos días a todos. Acojo el agua que baña mi cuerpo, que limpia mi boca, acojo el beso del aire que es el mismo aire de Venus y los anillos de Saturno. Acojo y me acojo. Acojo tus ojos, la música de tus labios llenando de saliva mi nombre; acojo el horno de tu corazón y la fuerza con que ordenas “levantarse” a todos los muertos. Te acojo y regalo todo lo que acojo.

Acojo la voluntad que me ordena morirme y ver morir al otro y a los otros. Acojo la palabra nacimiento y el nacer de nuevas esperanzas y nuevos ahíncos. Acojo el arroz, la chicha y el dragón de agua que me regalo mi madre el día de todos los santos. Acojo el día que cumplí dos días de nacido y me regalaron un avión que se desarmaba y nunca más volvió a ser lo mismo. Acojo cuando te echas en mis brazos y puedo ofrecerte a la noche, a la dulzura de la sombra y a la mesa convertida en árbol de uvas.
Acojo el tiempo no vivido, lo que no ha podido hacerse, acojo a los que ya me olvidaron, los que salieron por la puerta trasera y huyeron por la puerta invisible. Acojo la oportunidad que nunca llego, la promesa que me hice mirando las estrellas, acojo mi pereza tu pereza la pereza del altísimo cuando ordeno que me pongan aquí.

Acojo el mal la maldad al malo y al que se hace el malo. Acojo la bondad lo bueno de estar bueno y lo bueno de saber que no siempre voy a estar aquí. Acojo la sandia que se deshace en mi deseo, acojo verte desnuda como sembrar agua y cosechar cascadas. Acojo el viento que me trae el recuerdo de los que se fueron. El recuerdo de la que se fue. Que me parió me dio de lactar me acompaño en mis primeros pasos y me recibía como nadie lo ha hecho hasta ahora, te fuiste y acojo que te hayas ido, entonces acojo la paz, la letra Dios y a Dios mismo sin letras ni mandamientos.

Acojo la vida y vivir la vida, acojo el gusto de existir, de que estés conmigo. Acojo con gozo que usted me lea, que descubra el amor cuando escribo y en lo que escribo. Acojo al amigo: coexistimos, es el otro, me rodea y con él deshojo margaritas. Acojo mi soberbia tu soberbia y la soberbia del que creo todo.

Te detienes me detengo, acojo que hay que parar, no quiero ser demasiado, ser lo que soy, sin esperar nada a cambio. Acojo las letras. Acojo la esperanza de que nunca nadie esté sentado esperando ver pasar mi cadáver, acojo que no suceda y si pasa no lo veré, muchas cosas no veré, ¡qué lindo aquello! acojo todo lo que ya no tuve porque no me sirvió de nada. Me sirvo a mí mismo y pertenezco a la vida. Acojo el verbo acoger y quieto y sin moverme te pido: “piedad”.

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Definitivamente estamos en un tiempo en el que las susceptibilidades hacen que las personas se sientan insultadas a veces sin que se les haya dicho nada que pueda ser considerado insulto, otras veces por interpretar en forma errada lo dicho sobre ellos.

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