2 mayo, 2024

Las Elegías

Otro grupo precioso de Buesa, son sus elegías. Vamos a presentar ahora la “elegía para nosotros”, “la elegía para ti y para mí” y su “Elegía lamentable”.

Elegía para nosotros

José Ángel Buesa

Erguida en tu silencio y en tu orgullo,
no sé con qué señor que te enamora,
comentas a manera de murmullo:
¡Mirad! ¡Ese es el hombre que me adora!

Yo paso como siempre, absorto,… mudo,
y tú nerviosamente te sonríes,
sabiendo que detrás de mi saludo,
te ahondas y después te me deslíes.

Yo sé que ni te busco, ni te sigo,
que nada te mendigo, ni reclamo,
comento, nada más con un amigo:
“Esa es la mujer que yo más amo”.

Yo sé que mi cariño recriminas,
es claro, tú no entiendes de esas cosas,
¡qué sabe del perfume y las espinas,
quien nunca estuvo al lado de las rosas!

Tú sabes que jamás suplico nada,
y me sabes cautivo de tus huellas,
que vivo en la región de tu mirada,
y comparto contigo las estrellas.

Un día nos veremos nuevamente,
y es lógico que bajes la cabeza,
tendrás muchas arrugas en la frente,
y el rostro entristecido y sin belleza.

Serás menos sensual en la cadera,
tus ojos no tendrán aquel hechizo,
y aún murmuraré: ¡Si me quisiera…!
Tú sólo pensarás: ¡Cuánto me quiso…!

Elegía para tí y para mí

José Ángel Buesa

I

Yo seguiré soñando, mientras pasa la vida
y tú te iras borrando, lentamente en mi sueño.

Un año y otro año caerán como hojas secas
de las ramas del árbol milenario del tiempo,

Y tu sonrisa, llena de claridad de aurora,
se alejará en la sombra creciente del recuerdo.

II

Yo seguiré soñando, mientras pasa la vida
y quizás, poco a poco, dejaré de hacer versos,

bajo el vulgar agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones y los aburrimientos.

Tú, que nunca soñaste más que cosas posibles,
dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo.

III

Acaso nos veremos un día, casualmente,
al cruzar una calle, y nos saludaremos.

Yo pensaré quizás: “Que linda es, todavía”,
tú quizás pensarás: “Se está poniendo viejo”

Tú irás sola o con otro, yo iré solo… o con otra,
o tú irás con un hijo que debiera ser nuestro.

IV

Y seguirá muriendo la vida, año tras año,
igual que un río obscuro que corre hacia el silencio.

Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto,
o una canción de entonces me traerá tu recuerdo.

Y en estas noches tristes, de quietud y de estrellas,
pensaré en ti un instante, pero cada vez menos.

V

Y pasará la vida… Yo seguiré soñando,
pero ya no habrá un nombre de mujer en mi sueño.

Ya yo te habré olvidado, definitivamente
y sobre mis rodillas retozarán mis nietos.

(Y quizás, para entonces, al cruzar una calle,
nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos).

VI

Y una tarde de sol, me cubrirán de tierra;
las manos, para siempre cruzadas sobre el pecho.

Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos,
te pasarás las horas bostezando y tejiendo…

Y cada primavera, renacerán las rosas,
aunque ya tú estés vieja… y aunque yo me haya muerto.

ELEGÍA LAMENTABLE

José Ángel Buesa

I

Desde este mismo instante, seremos dos extraños,
por estos pocos días, quien sabe cuántos años.

Yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido,
uno de esos que nadie confiesa haber leído.

Y así mañana, al vernos en la calle, al acaso,
tu bajarás los ojos y apretarás el paso.

Y yo, discretamente, me cambiaré de acera,
o encenderé un cigarro, como si no te viera.

II

Seremos dos extraños desde este mismo instante,
y pasaran los meses… y tendrás otro amante.

Y como eres bonita, sentimental y fiel,
quizás, andando el tiempo, te casarás con él.

Y ya más que un esposo, será como un amigo,
aunque nunca le cuentes que has soñado conmigo.

Y aunque tras tu sonrisa de mujer satisfecha,
se te empañen los ojos, al llegar una fecha.

III

Acaso cuando llueva recordarás un día
en que estuvimos juntos… y que también llovía.

Y quizás no te pongas nunca más aquel traje
de terciopelo verde, con adornos de encaje.

O harás un gesto mío, tal vez sin darte cuenta,
cuando dobles tu almohada somnolienta.

Y Domingo, a Domingo, cuando vayas a misa,
de tu casa a la Iglesia, perderás tu sonrisa.

IV

¿Qué más puedo decirte? Serás la esposa honesta
que abanica al marido cuando ronca su siesta.

Y tras fregar los platos y destender las camas,
te pasarás la noche sacando crucigramas.

Y así… años y años… hasta que, finalmente…
te morirás un día, como toda la gente.

Y voces que aún no existen sollozarán tu nombre
y cerrarán tus ojos… los hijos de otro hombre.

V

No me importa quién pase después por un sendero,
si me queda el orgullo de haber sido el primero.

Si el vaso que embriagara mi ilusión o mi hastío,
aunque esté en otra mano, seguirá siendo mío.

Por eso, puedes irte, mi pobre soñadora,
pues si el reloj se para, no detiene la hora.

Y tú serás la misma de las noches aquellas,
aunque cierres los ojos por no ver las estrellas.

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Humberto Fierro

El cuarto poeta ecuatoriano de la generación decapitada, fue Humberto Fierro. Nació en Quito, en 1887. Adquirió esmerada educación y en las propiedades de sus padres, en Quito y en Miraflores en Cayambe, dedicó mucho tiempo a la lectura de sus autores y poetas favoritos. Gustaba de lecturas filosóficas y científicas y sobre todo de los poetas franceses simbolistas y parnasianos.

Introvertido, modesto y sencillo, de una sensibilidad extrema, se desempeñó toda su vida como amanuense en una Oficina del Ministerio público. Arturo Borja lo instó a publicar sus poemas. Sus principales obras están resumidas en dos poemarios: El Laúd del valle, publicado en 1919, y La Velada palatina, editada después de su muerte, en 1949.

A partir de 1920 llevó una vida bohemia, pero sin excesos. En las noches se reunía con amigos y poetas en diferentes bares de Quito, hasta que la muerte lo sorprendió el 23 de agosto de 1929, a los 43 años de edad.

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