28 abril, 2024

La famosa píldora

El Padre salesiano Botasso nos invita a pensar en profundidad como educador responsable de
la juventud para dar una propuesta más seria que la baratija de regalar píldoras y condones en
la esquina de la calle o en centros educativos. Se trata de repensar nuestra dignidad humana,
qué nos hace hombres y mujeres que saben vivir el amor, el respeto y la admiración por el Otro.
Querido Joven danos tu opinión. Gracias. (Fabricio Alaña E).

La famosa píldora

– La polémica que se ha desatado cuando el Ministerio de Salud ha dispuesto la distribución
libre y gratuita de la llamada “píldora del día después”, se ha concentrado en un tema: si
el fármaco es o no abortivo. Sin duda se trata de un aspecto muy importante, pero ha tenido
el efecto de opacar otro de enorme relevancia: el mensaje que esta disposición ha lanzado a la
opinión pública, especialmente a los adolescentes.

En la práctica se les ha dicho: la actividad sexual en su problema, manéjenla como mejor
les plazca, sin complejos y sin tabúes; a fin de cuentas son libres y el cuerpo es suyo.
En esto el Estado no se mete. Lo único que le interesa es prevenir embarazos no deseados
y, por este motivo, pone a su disposición los insumos para evitarlos. Los condones se
reparten automáticamente y el remedio para cualquier distracción u olvido, es este otro recurso.

– Desde años en los planteles educativos se viene ofreciendo la llamada “educación sexual”.
En la mayoría de los casos esta se ha reducido a ilustrar el funcionamiento del aparato
reproductivo y a indicar los medios para evitar las consecuencias de las relaciones íntimas.

No se puede decir que hoy chicos y chicas no tengan amplios conocimientos al respecto, pero
los efectos de tanta información son más bien modestos: los embarazos de adolescentes son
más numerosos que nunca, hasta convertirse en un problema social preocupante. Es que todo el
ambiente no hace más que cooperar para soltar los frenos: – la publicidad, totalmente erotizada,
ha convertido el cuerpo de la mujer en un objeto que sirve de anzuelo; – los espectáculos atraen
con dosis siempre más consistentes de sexo y violencia, – la pornografía está al alcance de todos.
– Quien expresa preocupación frente a esta tendencia, pasa por mojigato y moralista.

No es que en el pasado la situación fuera ideal. Había mucha hipocresía, generada por la
preocupación de defender las apariencias. Pero el mensaje que una generación intentaba
transmitir a la siguiente era – que ciertas conductas son inconvenientes, – que la sexualidad
necesita ser regulada, lo cual se obtiene con un largo ejercicio de autodominio. Es decir, existían
patrones de comportamiento propuestos o censurados por la colectividad que orientaban en
cierta dirección.

Hoy, al menos en el campo de la ética sexual, esto en parte ha desaparecido, de tal manera que
reina una notable confusión. – Todo se lo está dejando al criterio y al gusto personal, de tal
manera que han desaparecido las barreras, siempre y cuando las actividades emprendidas no
afecten a la colectividad (como un embarazo, que afecta el presupuesto del Ministerio de Salud).

Todo esto se produce por muchos Motivos. Con el desarrollo de los medios de comunicación,
somos bombardeados por una infinidad de mensajes diferentes, a menudo de contenido
contradictorio, por lo cual acabamos relativizándolo todo.

– También entra en juego una reacción contra criterios pasados, que en todo veían mal y pecado.

La sicología y la medicina hoy han comenzado a ver de manera más positiva ciertos hechos, antes
censurados sin restricciones. – Pero se supondría que después de años de revolución sexual,
después de la conquista de tantas libertades y de la superación de tantos “tabúes”, la
consecuencia fuera el predominio de una visión más serena de la sexualidad: familias más
sólidas, jóvenes menos acomplejados, vidas más armoniosas.

Lo que vemos no es exactamente esto. – El acoso a las mujeres y los niños ha alcanzado niveles
alarmantes. – Los vínculos familiares se han debilitado, hasta casi desparecer. – Las casas de
prostitución se van multiplicando, hasta volverse una característica llamativa en los suburbios
de todas las ciudades. – Por no hablar de la trata de personas y el florecimiento imparable de
la industria de la pornografía, que llega absolutamente a todas partes y con todos los medios.
Parecería que esta libertad omnímoda debería tener como efecto ver el tema del sexo de manera
más natural, en cambio se lo ha convertido en una obsesión.

– En el Ecuador apunta siempre más hacia la baja, la edad en que los muchachos inician su
actividad sexual. Un buen indicador nos lo ofrece al respecto el mismo Gobierno, que ha
fijado en 12 años el tope desde el cual se tiene el derecho de exigir la píldora. Sin duda,
para establecer este término, ha contado con datos estadísticos. Es decir, se admite como
obvio que se comiencen siempre más precozmente las relaciones, cuyas consecuencias los
chicos aún no están en condición de medir. Lo único que preocupa a las autoridades es evitar
los efectos inmediatos no deseados. Los de largo plazo, los que tienen que ver con la formación
del carácter, no hacen parte del plan. Pero no hay como hablar de continencia, de esfuerzos para
autocontrol, porque esto suena a mentalidad atrasada, propia de personas cronológicamente
desubicadas.

– El miedo de aparecer anticuados bloquea a muchos educadores, comunicadores y padres de
familia. – Es fácil ver como una permisividad de este tipo, que va difundiéndose siempre más,
puede abrir la puerta a conductas promiscuas, que no son las más apropiadas para preparar a
establecer parejas con vínculos estables.

– La tendencia a tener relaciones sexuales con la persona que nos agrade, con tal que sea
consentiente, difícilmente se abandona con el matrimonio. Para convencerse es suficiente
constatar la volatilidad de las relaciones actuales y la facilidad con la que se establecen y
se abandonan. La infidelidad se vuelve siempre más frecuente, no solo entre los varones.

Sin embargo el ser humano, como las ciencias sociológicas y antropológicas nos enseñan,
necesita, a lo largo de muchos años, el acompañamiento de una pareja estable, que le permita
desarrollarse en un ambiente sereno y sin sobresaltos. – Y esto sin citar el Evangelio que,
para los cristianos, debe constituir una norma inapelable. Sobre este tema las palabras de
Jesucristo no admiten dudas. Pero ¿para cuántos constituyen todavía una norma de conducta?

P. José Botasso, osb

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