29 abril, 2024

Confieso que he amado

Conocí a alguien y lo perdí. El tiempo se interpuso en nuestro camino. ¿Pero sabes qué? Nunca
me he sentido tan orgullosa de mí. Me arriesgué. Me entregué a lo desconocido y me colmé de
sensaciones mágicas, y por entregarme a lo desconocido sufrí también, por dedicarme a sentir
y no pensar. ¿Pero sabes qué? Fue la mejor decisión que pude haber tomado. Amé cuando me
preocupé porque el otro tuviera comida en la mesa y besos en la mejilla. Me dejé amar cuando
permití que me acariciaran, que me besaran y me miraran con dulzura y deseo. Aprendí que una
hora de caricias es más terapéutica que una hora en el psicólogo. Descubrí la magia de placeres
sensoriales que produce el contacto entre las pieles y la seguridad psicológica que nace del
abrazo entre los cuerpos. Sentí la espontaneidad que brota de la libertad de amar y comprendí
que el cuerpo es un fruto insaciable, donde los rincones menos esperados son los más jugosos y
bienaventurados.

Reconocí que soy YO en mi auténtica verdad cuando no trato de impresionar a nadie, ni siquiera
a mí misma. Declaré que el amor genuino es aquel que acoge tanto las virtudes como los
defectos, las fortalezas y fragilidades del corazón humano. Descubrí que los ojos son el idioma
del deseo; la mirada comunica lo que la lengua calla.

La experiencia de los emociones me enseñó que me puedo sentir plena y herida a la vez, que
hay dolores inevitables pero sanos y por tanto bienvenidos. Comprendí que la cura para las
heridas existenciales no está únicamente en la teoría sino también (y en gran mayoría) en la
práctica. Decidí que soy digna de ser amada y que mi capacidad para amar es infinita y creativa y
espontánea.

Reviví en mi memoria las palabras de una tía querida, quien me contó que la vida tiene colores,
feos y bonitos. Nos esforzamos tanto por ver sólo los rosados brillantes o los pacíficos pasteles
y tapamos los negros y grises. Pues hoy contemplé el abanico completo y acepté y abracé las
polaridades de la vida. El sol y la luna no tienen por qué ser enemigos.

Caí en cuenta que hay momentos fugaces que son consumidos por el tiempo pero que
permanecen en la memoria afectiva. Elegí entonces dejar de perturbarme por los finales, las
partidas y las pérdidas y dar la bienvenida en cambio a los aprendizajes, las reparaciones y la
madurez adquirida.

Recuerdo encontrarme envuelta en los brazos hogareños de un corazón forastero y me dije,
no hay mejor sensación que la de sentirse segura en los brazos del amor y la calidez de los
cuerpos. Las palabras sobran cuando las almas se tocan. El silencio se vuelve el mejor medio de
comunicación; descubrí que en el silencio profundo de los amantes cantan las emociones en
ritmos sutiles y melodiosos que seducen al alma y alivian al cuerpo. Me sentí morir a la soledad
y nacer a la vida. Percibí cómo la libertad vibraba en mi rostro sobre su pecho y sus caricias
sobre mi piel. Di gracias a la vida por ser tan sencillamente mágica. Postré mi mirada sobre
el infinito y le susurré a Dios que me sentía bendecida. Me respondió en el primer beso que
compartí con el ser querido y confirmé que mi vocación es el amor. Confieso que he amado.

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La verdadera experiencia que me ha traído el nacimiento de mi hija, es el encuentro con la belleza. La belleza de la espera, que trae la paciencia y la confianza durante el proceso del embarazo y ahora el nacimiento de mi hija. Observar las dos cosas como una, una sola belleza. Ver la fragilidad y la fuerza, el afán de la vida y las formas nuevas que van cambiando poco a poco. La belleza de la ternura, de la dependencia absoluta, total para que la vida continúe y sentirse un instrumento de algo superior a mi, a mi existencia, a lo transitorio de lo que imagino ser. Uno descubre el poder y la vida del sentimiento, de lo verdadero.

Mi hija no es hija de la mente, no la creo mi imaginación ni la vanidad. No es consecuencia de nada fantasioso ni espurreo, es simplemente el milagro de la vida. De lo sencillo, lo simple, lo tenue y lo complejo, juntos como una unidad para que suceda una vida nueva.

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