27 abril, 2024

¿Qué pasó después del 21 de diciembre?

Qué ocurrió después del 21 de diciembre?
Un resplandor cósmico nos cegó y envió al
Más Allá? Pues parece que no, lo que
ocurrió simplemente y como era de
esperar es que llegó el 22 de diciembre
como un día más, sin sobresalto alguno. Y
como seguimos todos aquí pues aprovecho
para reflexionar sobre este asunto.

Cómoes posible que en estos tiempos que
corren ya tan avanzados haya gente que
interprete de escritos antiguos que el fin
del mundo está predicho y es verídico y
cómo es posible que haya gente que se lo
crea.

Es posible que en tiempos remotos
existieran personas, por muy inteligentes
que fueran, capaces de predecir que en un
día determinado de su futuro muy
avanzado un fenómeno natural causase el
final de los tiempos?. Es posible que por
motivos religiosos algún adivino embebido
de la mística sideral e iluminado por su
sumo hacedor predijera que en algún lugar
de la Tierra o en alguna época
determinada ocurriera un desastre
equiparable al fin del mundo?.

Es evidente que hay gente interesada en manipular
estos eventos para su propio beneficio y si
existen es porque otros les siguen. Y aquí
es donde quiero detenerme a reflexionar,
qué pasa por la cabeza de una persona
para abandonar sus proyectos de vida, sus
ilusiones y embarcarse en la aventura del
fin de los tiempos. Y digo esto porque hay
familias y sociedades que han construido
arcas de Noé y refugios subterráneos
como protección del gran devenir. Si
alguien me comenta que me prepare que
mañana llega el fin del mundo, pues
sinceramente me quedaría algo
sobrecogida, pero superado ese estado
emocional inicial, actuaría racionalmente y
me informaría sobre la fuente de esa
información y como yo, debo suponer que
actuaría la mayoría.

Y cuál es esa fuente? La civilización maya; un pueblo que fue
capaz de levantar impresionantes edificios
sin animales de carga, sin servirse de la
rueda y en un medio tan hostil como la
selva tropical y que desapareció de la faz
de la tierra sin razón aparente. De hecho
sólo pronunciar la palabra “maya” y siento
como una especie de fluido misterioso que
recorre mis venas.

Pero bueno, tampoco es cuestión de hablar, aquí y ahora, de las
aventuras y desventuras de esta
civilización remota. Lo que sí nos interesa
es destacar de entre sus tradiciones y
costumbres todo aquello que les relacione
de algún modo con este trágico final que
no ha llegado a acontecer.

Descubrimos así
que los mayas eran muy religiosos, creían
en un solo Dios creador de todo cuanto
existe y el resto de los dioses no eran sino
aspectos diversos de esa divinidad total. La
lluvia, el viento, la muerte, la guerra, todo
estaba divinizado. Estaban obsesionados
con el orden, todo debía estar ajustado a
un lugar y a un tiempo y esa obsesión
procedía de la creencia de que todo acto
humano o de la Naturaleza debía estar
controlado por una deidad responsable.

Ese afán por no dejar nada a la
improvisación les llevó a medir el tiempo
con tal rigor y perfección, con tan obsesiva
minuciosidad, que ningún otro pueblo de
la tierra puede compararse a ellos. Tenían
dos calendarios: uno mágico de 260 días y
otro astronómico de 365 días. El año
mágico y el año astronómico se
relacionaban entre sí como dos ruedas
desdentadas de diferente tamaño, en
ciclos que se completaban cada 52 años y
cuando llegaba ese momento la
maquinaria del tiempo podía detenerse y
quemaban las ropas, las casas, los enseres
y tenían que hacerlo todo nuevo. La
perspectiva maya del tiempo trascendía lo
humano, fijando su atención en
acontecimientos que iban mucho más
atrás que la posible historia y mucho más
adelante en el devenir.

¿Qué empujaba a
los mayas a esta obsesión por la precisión?
Según la visión del mundo de estos
hombres, todo era cíclico, lo que había
sucedido y lo que iba a suceder era la
misma cosa, como en la eterna rueda. En
esta época que vivimos actualmente
termina un gran ciclo de la cuenta larga de
los mayas y los representantes de esta
civilización que existen sobre nuestro
planeta, seguro lo celebrarán en silencio y
con el respeto debido de todos aquellos y
aquellas que no hemos bebido de sus
tradiciones y costumbres.

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