Mi viejo tambor…

Hice un cálculo del tiempo que demoré preparando la “cena de Navidad”.
Cinco horas aproximadamente fueron las que utilicé el jueves (20), previo
al 24 de diciembre, que este año cayó lunes. La cena consistió en “pavo a la
inglesa”, arroz con choclo y queso, ensalada rusa de frutas y Christmas cake.
Lo que se acompañó con un refrescante jugo de naranjilla. Y el clásico brindis
con champán.

Obviamente, los expertos en cocina sabrán que, al menos el pavo y el cake
debieron ser adobados con anticipación de, mínimo, dos días.

El pavo previamente sacado el pellejo y las menudencias e inyectado con
champán y cerveza. Y, el christmas cake, con algunos de sus ingredientes
como las pasas y ciruelas pasas que tuvieron que dejarse macerando en vino
dulce y coñac, otro tanto de las mismas junto a las cereza fueron cocinadas
y se las dejó reposando cuarenta y ocho horas antes de iniciar la cocción del
cake.

Un trabajo realmente agotador, pero que realizado con gusto y ánimo dio
los frutos esperados, una deliciosa cena. Este año, en mi familia, celebramos
la “Noche Buena” el viernes 21, ese sonado viernes del fin del mundo. El
especial motivo del cambio de fecha para el nacimiento del niño Jesús, sino
en nuestros corazones, sí en nuestro pesebre, fue el viaje que mi hija mayor
realizó el sábado 22, aprovechando el feriado de estas fiestas. Lo importante
era compartir juntos ese momento especial, aunque el día fuese otro al
acostumbrado.

Pasada la cena, y entregados los regalos, el viernes 21, del fin del mundo; el
24 nos quedó para ir a misa y luego visitar un querido albergue. El “albergue
de la paz” de las Hermanas Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa

de Calcuta, en la ciudad de Guayaquil. Fue el mayor privilegio de la Noche
Buena, cuando sin haberlo planificado mucho, mi esposo, mis hijos y yo,
estábamos al pie de la gruta de la Virgen, cantando “el tamborilero” junto
a seis maravillosas monjas que entregan su vida segundo a segundo para
servir a Jesús, que se viste de carne y hueso entre, y en, los más pobres de los
pobres…

Llega a mi mente la imagen de aquel momento y la canción que resultó
significativa en aquel lugar:

“Yo quisiera poner a tu pies
algún presente que te agrade Señor,
mas Tú ya sabes que soy pobre también,
y no poseo más que un viejo tambor.
(rom pom pom pom, rom pom pom pom)
¡En tu honor frente al portal tocaré
con mi tambor!”

Cuan valiosos pueden ser los momentos, aquellos en que el mismo Dios nos
dice, que aprecia aquello que ofrendamos con amor, y nos permite vivir lo
que pocos viven, tocando el cielo con nuestros corazones si unimos nuestras
voces en un solo canto de alegría…

Hacer algo distinto, cambiar la fecha de la cena, celebrar en un día
cualquiera…esa es la sal de la vida… No se trata de dejar de seguir a la
corriente, sino de cambiar de río. Mover las costumbres buenas y poner en
su lugar, otras mejores.

Todos esperan la Noche Buena el 24 de diciembre; la Navidad el 25; el Año
Nuevo, el 1 de enero. En realidad la Noche es Buena, cualquier noche del
año siempre que sea una noche feliz; la Navidad es cada segundo de tu
vida, cuando permites que Jesús se acune en la calidez de tu corazón, en
la serenidad de tu mente y en el silencio de tu alma; cada instante es un
Nuevo Año, cuando decides hacer las cosas de una manera diferente, vivir
empezando de cero, dejando atrás todo el pesado equipaje de las vivencias

pasadas…¡y el hogar siempre estará completo, porque llevas a los seres que
amas, dentro de ti, en lo más profundo e íntimo de tu corazón.
Felicidades durante todo el año, ¡feliz Navidad durante toda la vida!