30 abril, 2024

En libertad

La libertad es una de las características más importantes del ser humano desde los principios de la humanidad. Es debido al “libre albedrío” que Adán y Eva toman una decisión contraria a la voluntad de Dios y como consecuencia son expulsados del paraíso. La historia fratricida de Caín y Abel se desencadena luego de que entre la envidia en el alma de Caín y libremente decida matar a su hermano.

La toma de decisiones básicas y diarias las realizamos muchas veces de acuerdo a sentimientos o emociones, pero en algunos casos, las más radicales de nuestras vidas, las tratamos de hacer de acuerdo a razonamientos, sopesando oportunidades y reflexionando pros y contras. Vemos como en ambas situaciones expuestas, la mala decisión degeneró en un pecado.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos propone en el No. 1731: “La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.” Es decir que para ser realmente libres deberíamos estar verdaderamente sincronizados con nuestro Creador.

Creemos que la libertad consiste en hacer lo que nos da la gana sin pensar en las consecuencias, pero la libertad radicaba en abandonarse completamente en los brazos amorosos del Padre Celestial y confiar en su dirección y guía en cada aspecto de la vida. No consiste en seguir nuestros deseos egoístas e inclinaciones, sino en someterse a su voluntad. Es decir, renunciar a la satisfacción y comodidad, y abrazar el camino del amor y el servicio a los demás.

En el nuevo testamento leemos algunas narraciones donde intentan sin éxito apresar a Jesús, y sin mayores explicaciones los evangelistas escriben que “aún no había llegado su hora” como comenta san Juan, o que “pasando por medio de ellos, se marchó” como dice san Lucas. Pero -sin ánimo de arruinarles el final de la historia- lo cierto es que Jesús es capturado y luego de torturarlo con azotes es crucificado.

Sin embargo, en el evangelio de san Juan, el discípulo amado y que seguramente estaba más cerca, encontramos esta frase que debería decirnos mucho: “nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente” (10, 18). ¡Qué libertad tan grande la de poder ofrecerse en sacrificio por todos nosotros! incluso, como indica Mons. Juan Straubinger en sus comentarios bíblicos: “su voluntad coincide absolutamente con el designio misericordioso del Padre”.

San Juan nos entrega otra hermosa frase que coincide con todo lo anterior: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (8, 32). ¿Cómo armonizar la verdad de Cristo con la mía? La única respuesta que tengo es hacer lo que Jesús mismo hacía: orar en silencio y hablarle al Padre. Por eso, la visita frecuente al Santísimo es uno de las pautas que todo católico practicante debería de conquistar. Presentarle nuestros planes y sin apuros esperar la respuesta, que a veces llega en forma de un consejo y otras en el discernimiento de nuestros anhelos más profundos.


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