1 mayo, 2024

Mujer: La obra más preciosa del creador

En mi forma de concebir lo existente, la mujer es el ser más hermoso de todo lo creado.

Para mí es el centro del universo y la razón que justifica el propósito del hombre sobre la faz de la tierra.

De la manera que yo percibo la realidad que nos circunda, sin su presencia no existiría la esencia de nuestra conciencia por la alegría de vivir.

En mi criterio profesional, las mujeres son más confiables y mejores trabajadoras. Actúan con más dedicación y se involucran con inusual intensidad en el espíritu de entrega que se necesita para realizar cualquier proyecto.

Siguen los impulsos de su corazón y asocian sus sentimientos a una inteligencia intuitiva, rápida y bien intencionada.

La mujer constituye un permanente motivo de entusiasmo.

Su presencia me alegra la vida y si a eso le sumo el inconmensurable respeto que le tengo a
su intelectualidad, en ellas encuentro a la perfección divina realizada de manera tangible.

Cada detalle de su delicado cuerpo es una poesía viviente que nos gratifica.

Las mujeres huelen bien; saben bien, lucen bien. Su misma voz es una sinfonía que enardece la pasión.

Para la mujer guardo mis más sentidas ternuras. Siendo seres que se acercan a la divinidad, el respeto y la delicadeza son la única manera de tratarlas.

Rodeo a la mujer de un halo de divinidad

Mi madre es mujer; Mi mujer es mujer; Mis hijas son mujeres; Mi nieta es mujer.

Hasta el mismo Dios que pudo crearlo todo; que pudo hacerlo todo… cuando tuvo que elegir al ser que lo traiga al mundo; no dudó ni por un instante que sería una mujer.

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Un paréntesis electrónico

En este mundo nuestro actual resulta difícil asimilar un oficio, un quehacer diario, sin la influencia de la tecnología, de la informática, sin poner un SMS, sin recibir un whatsapp, sin los recursos de internet, pero no hace mucho tiempo, todo esto no existía.

Estaba yo pensando, por qué no dar un descanso a los electrones que no paran de moverse de un lado a otro, que bien merecido tienen un reposo y recrearnos en pasajes del pasado no tan lejano donde ellos aún no habían surgido de su cuna.

Por unos instantes voy a pasear por una calle imaginaria y comprobar, al inicio del día, cómo las amas de casa acuden en pleno a la esquina de la calle; ¿qué ha pasado?, pues que el lechero ha llegado, con su gran cántara y un par de jarros de latón como medida, de litro y medio litro, repartiendo la leche fresca, sin pasteurizar y sin conservantes, directamente del ordeño al consumidor. Me dispongo, haciendo uso de la osadía que me caracteriza, a entrar seguidamente en una de las casas donde una señora está elaborando jabón, mezclando el aceite de oliva sobrante con la sosa caústica y poniéndola a hervir. ¡Cuidado!, me dice, no te acerques mucho que la sosa puede salpicarte y quemarte, mientras ella remueve con un palo hasta que toma consistencia y lo vuelca sobre un recipiente de barro. Así estará un par de días mientras se está endureciendo.

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