7 diciembre, 2024

El Mahasamadhi de Bhakti Ananda

A veces es mejor no preguntar, si sabes que estás  arriesgándote  a escuchar la respuesta equivocada.

Se llama tozudez, insistir en negar  lo evidente…En medio del torbellino de la vida, ocurren cosas que nos hacen buscar otras salidas.

Bhakti Ananda fue su nombre místico, dado por su amiga de meditación y semi compañera de la vida. Originalmente se le puso un nombre tan rudo como: Pequeña Titi. Una perra mestiza, mitad pitbull, mitad labrador, color negro con vetas marrones.

Se hacía pipi por toda la casa, y fue a fuerza del golpe de periódico que logramos que, en pocas ocasiones, haga sus necesidades en el lugar establecido para eso.

Su labor era cuidar, y lo hizo hasta el último momento de su vida. Murió a los trece años y algo más, dejó un enorme hueco de nostalgia en esta casa. El hueco es mucho más grande que el hecho por los gusanos que se habían metido en su cuerpo, y dieron paso al motivo para que ella nos tenga que dejar. Siempre hay una causa para morir. Pese al dolor que debió causar su enfermedad nunca se quejó, sus ladridos eran de cuidado, de protección. Era una perra ruda.

En una época difícil de mi vida, que me gustaría no recordar, en medio de la soledad en la que me encontraba, Titi fue mi compañera. Entraba a mi estudio y se quedaba junto a mí mientras yo escribía. Luego se echaba a mis pies, mientras meditaba. Se quedaba como yo, en silencio.

Entonces se convirtió en una perra meditadora y le puse el nombre místico de Bhakti Ananda.

Bhakti significa devoción. Ananda significa Dicha. Bhakti siempre sonreía mostrando sus afilados dientes a la vez que miraba con sus ojitos cargados de amor y devoción hacía sus dueños. A veces cuando me marchaba, con  su mirada, ella se despedía y esperaba…

Se fue haciendo vieja, y yo tuve que cambiar el lugar de mi estudio.

Empezó a dejar su orina y sus excrementos por todo el patio trasero de la casa. Y hubo quien debía limpiar todo eso. Yo le decía al improvisado limpiador: ahí están los mensajes místicos de Bhakti, te está diciendo: “limpia toda esa mierda que hay en ti” (y resultó que en la verdad de su vida, así era)… ríos de orina y pestilencia, Bhakti desprecia al mundo y está comunicando lo que piensa de todo lo malo  que hay en  la vida.

La  llevamos como todos los años a celebrar el año nuevo a la playa, y el 2015 fue la última vez que se quemó los bigotes con los juegos pirotécnicos y las camaretas.

Murió por la noche; en la mañana de ese día hice a alguien (de quien no esperaba sentirme tan decepcionada) una pregunta, con el desprecio más grande ese alguien respondió lo que no nunca debió decir y ante mi insistencia añadió: “ya escuchaste, ya te respondí”. Me las jugué porque debía preguntar, pese a saber la lamentable posibilidad de la respuesta, porque en este mundo hay que ser valientes, fuertes y resistentes como lo fue la perra Titi. Y de esa respuesta saqué el valor para enfrentar realidades más profundas aún.

Maha significa “grande” y samadhi “estado de comunión con Dios”. Mahasamadhi, es la última meditación o comunión con Dios, durante la cual un maestro ha alcanzado la perfección y se funde con el Om cósmico (el Espíritu de Dios) y abandona su cuerpo físico.

Esa noche, llevamos a Bhakti Ananda a su última morada en Villa Juanita, nuestra casa de la playa.  Habrá en la vida quien desee privar a otros de lo que  por Ley de Dios le pertenece, habrá en la vida respuestas que no deseamos escuchar, y preguntas que aunque no queremos, hay que  hacerlas, lo cierto es que momentos como los que una familia vive en unión absoluta con el Amor desde el amor humano, nadie puede ni podrá arrebatar jamás.

Bhakti Ananda fue una perra ruda hasta el final, no quiso tomar el agua de mi mano. Por sugerencia de mi hija Karyna, puse a su alcance el agua dentro de un recipiente pequeño. Lo haló con sus patas hacia su boca y bebió. Debió marcharse mientras se reía del mundo, porque la encontré aún tibia, con la sonrisa en su boca y sus ojitos abiertos llenos de ese amor que ha sido solo nuestro.

La tercera de mis hijas, Paula, escribió un poema, un poema de amor para un ser que nos enseñó el valor de las pequeñas cosas y el precio impagable de los momentos inolvidables. Ella solía llamarla, Titi Sofía.

“Pequeña llegaste
Y prometí nunca dejarte
Sabias que siempre iba a amarte
Sabias que siempre iba a acompañarte

Por la ventana tus ojos me veían
Tu boca parecía que nieve tenia
Tu color por la noche se confundía
Pero ahí estaba yo, te esperaba para otro día.

Tu me viste crecer
Y me enseñaste a querer
Pensé que nunca te iba a perder
Pensé que siempre te iba a ver

Luché por tu vida como si fuera la mía
No imagine que la muerte te llevaría
Fuiste mi alegría de todos los días,
Fuiste como mi hermana, Titi Sofía.”

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Con las alas heridas

Alguna vez alguien muy querido me dijo que todos tenemos una, o varias, heridas existenciales. Algo así como un pasado que no podemos soltar, una pérdida irremediable o un ejército de demonios internos que alteran nuestra integridad. Lo más lamentable de estas heridas existenciales es que no son dolores específicos, como decir “me duele la cabeza” o “me duele que me hayas mentido”. No. Éstas se apoderan de todo tu cuerpo y toda tu alma. Están en todos lados y no están en ninguna parte. Vienen y van, pero siempre están ahí.

Piensas que la vida es buena porque tienes una linda familia y un buen trabajo. Te sientes contento. Pero llega entonces la noche, ¡Ay de esa noche! Afuera hay una paz invernal y una quietud nocturna, pero dentro de ti bailan los duendes del malestar sinsentido. De repente te invaden sensaciones extrañas, gritos ahogados de dolores sin nombre y sin razón. ¿Pero qué demonios está pasando? Pues probablemente se trata de tu herida existencial. Le entraron ganas de visitarte, a la muy conchuda esta, ¡sin avisarte siquiera! Para recordarte que aún sigue vivita y coleando y que tienes que sanar. Tenemos que sanar.

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