8 diciembre, 2024

Los hijos

Cute Kids in Children's Costumes

Un señor y su esposa tenían muchos hijos y todos eran queridos por ellos. Cada uno de ellos tenía características especiales que los hacía ser muy apreciados por su Padre. Los chicos crecían en amor y en sabiduría, pero los amigos trataban de hacerles ver que su padre prefería a tal o a cuál de sus hijos, creando un malestar entre los hijos, que poco a poco empezaron a ver como rivales a sus propios hermanos y a mirar la inmensa e interminable fortuna de su padre como una herencia que no alcanzaría si fuera repartida entre todos.

Poco a poco, empezaron a mirarse defectos unos a otros, a cuestionar el uno la forma de amar a su padre del otro y a provocarse entre ellos, azuzando unos a estos contra aquellos y otros a aquellos contra los de más allá. Empezaron a haber verdaderas guerras entre ellos, llegando a matarse unos a otros, con la excusa de que ese era el deseo de su padre.

Esta triste y desgarradora historia, es real. El orgullo, la vanidad y la avaricia, llevan a los hombres a matarse entre sí, incumpliendo el deseo de su Padre por un mundo de paz y de amor. Como dice Rubén Darío en “Los motivos del lobo”: “Hermanos a hermanos hacían la guerra: perdían los débiles, ganaban los malos…”

Todos somos los hijos del mismo Dios. Para las religiones monoteístas, judíos, cristianos y musulmanes, todos hablamos de UN SOLO DIOS, y cada uno cree que Dios es el de ellos y no el de los otros. Dios es uno. Somos nosotros, sus hijos, los que queremos ver diferencias entre nuestro Padre y el de los demás. Es más las religiones politeístas, lo único que tienen de diferencia con nosotros, no es que ellos tengan otros dioses, es simplemente que necesitan adorar al único Dios, que es el nuestro, pero se les confunden las ideas. A ellos es a los que Dios nos ha pedido que evangelicemos, no a los que ya adoran a un sólo Dios, pero nuestra tozudez nos impide ver esto, por más que nuestro Papa Francisco hace hasta lo imposible para unirnos a todos.

Amemos a Dios y respetemos a nuestros hermanos. Miremos en el prójimo, la imagen de nuestro Dios, porque el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo (todos los seres humanos, que fueron creados, al igual que tú, a imagen y semejanza de Dios), como a ti mismo. ¡Sirve! ¡Ayuda a los demás! Para eso fuiste creado. “El que no vive para servir, no sirve para vivir.”

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En cierta ocasión asistí a un retiro espiritual donde escuché a un sacerdote decir: “A veces, por atender las cosas de Dios, nos olvidamos del Dios de las cosas”. Aquellas líneas se grabaron muy dentro de mí ese día y hoy, a ratos asaltan mi mente para volver a escribirse, como si las leyera por vez primera, adquiriendo nuevos significados antes ignorados. El Dios de las cosas. Y las cosas de Dios. ¿Cuáles son esas? Para aquel sacerdote, atender las cosas de Dios es perdonar las almas contritas, ofrecer un pancito mojado en vino santo, narrar las historias de un Dios humano. Para la viejita que va a misa de ocho o de seis todos los días, atender las cosas de Dios es dirigir el canto, recoger la limosna, orar a solas. Para la monjita del convento, atender las cosas de Dios es desayunar sacrificios, amasar el pancito sagrado, orar por un mundo doliente.

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