3 mayo, 2024

¿Por qué somos malos?

Nosotros descendemos de Adán. Por los cruces de nuestros ancestros, tenemos sangre de Caín y sangre de Set y por lo tanto, sangre de Lamec y sangre de Enós. Es decir que hemos recibido por el lado bueno, el deseo de alabar a Dios que tuvo Enós, hijo de Set, tercer hijo de Adán, ya que Abel, el justo, no tuvo descendencia. Por el lado obscuro, tenemos sangre del envidioso Caín y del vengativo y polígamo Lamec, quien ya en la época del Génesis dijo que: “Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta veces siete” (Gn 4:24). Estas sangres se mezclaron por varias generaciones ya que, “…los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran bellas, escogieron algunas como esposas y se las llevaron.” (Gn 6:2), hasta que Dios, viendo como la maldad del hombre crecía en la tierra, decidió acabar con su creación y decidió borrarla, aunque encontrando un hombre bueno como Noé, cambió su plan inicial y decidió salvar una pareja de cada especie creada, ordenándole subir al Arca estos animales y a sus hijos, esposa y nueras.

Por este motivo, todos nosotros tenemos dentro un rasgo de bondad (por el lado de Enós) y algo de maldad (por el lado de Caín y de Lamec). Esto me recuerda la Historia de las dos banderas, de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, y la anécdota de los dos lobos, que asegura que todos tenemos dentro de nosotros dos lobos, un lobo bueno y un lobo malo.
Como lo dice la anécdota, debemos ver bien a cual lobo alimentamos y recordar que, por naturaleza es el lobo malo el que se alimenta más, si no nos preocupamos de alimentar al lobo bueno en particular.

El hombre es proclive al mal y por eso debemos estar siempre conscientes de nuestra debilidad, para actuar correctamente. Hay que aprender a domar el potro que llevamos dentro. No podemos permitir que nos lleve por donde y adonde él quiera. Nosotros somos hijos de Dios y debemos ir a Él.

Uno de los mayores males que tenemos es el de juzgar. “No juzgéis y no seréis juzgados”, nos advirtió Jesús. Podemos sugerir, mas no debemos juzgar. Hay un viejo y sabio refrán que dice que “No juzgues las acciones de otro hasta que hayas caminado una semana con sus sandalias.” Es decir, nadie puede conocer los motivos de la mala acción de otro, sin conocer lo que lleva por dentro.

Alimentemos a nuestro lobo bueno interno. Evitemos las tentaciones y venceremos. Es importante estar alertas si queremos ser mejores.

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