27 abril, 2024

La Semana Santa explicada con claridad

Domingo de Ramos

1.      Para entender los sentimientos de Jesús en este día recordemos que durante tres años, Él ha llevado a cabo innumerables milagros con los que ha remediado las carencias materiales de las gentes. Su popularidad es inmensa. Los líderes religiosos lo odian, no por Sus extrañas ideas; no. El problema entre ellos y Jesús no es ‘cerebral’, sino ‘visceral’: le tienen rabia porque Él les ha desenmascarado ante el pueblo por sus indecencias y vilezas, y le envidian por Su popularidad: la masa sigue y admira a Jesús. Por otra parte, en tiempos de Jesús, Palestina está sometida al poder de Roma.[1] En el pueblo hay verdadera sed de independencia económico-político-social. La multitud ve en Jesús al líder capaz de liberar a Israel del imperialismo colonizador de Roma. Jesús entra en Jerusalén y el populacho, muy ‘arribista’, lo aclama como al político que viene y que, seguro, ganará las elecciones. A pesar de los vítores, Jesús se siente completamente solo, porque sabe perfectamente bien que toda esa gente que le aclama el Domingo de Ramos, que, además, se había beneficiado de sus milagros, ingratamente, le dará la espalda, se volverá contra Él y pedirá a gritos su muerte el Viernes Santo: Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre.[2]

2.      Ante este panorama podemos hacernos  dos reflexiones:

a.  Todos corremos el peligro de repetir la historia que media entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo: Dios es el ‘cajero automático’ al que ‘meto’ la ‘clave’ de mis rezos y me ‘tiene que salir’ el ‘depósito’ que le pido: mi trabajo, mi salud, mi éxito en los estudios. Si Dios no me da lo que le pido, tiene asegurada mi evolución, mi cambio: si no me cumple mis sueños de mis ‘domingos de ramos’, se las tendrá que ver con mis resentimientos, mis rebeldías y mis decepciones de mis ‘viernes santos’. Que se ande Dios con cuidado porque la historia se puede repetir… Si nos descuidamos, podemos ser tan superficiales como los del primer domingo de ramos de la historia: El ramo que llevamos en nuestras manos debe servirnos para recordar que hace dos mil años, hombres y mujeres con ramos en las manos, traicionaron a Cristo, le dejaron solo, le dieron la espalda. Este ramo debe hacerme pensar: yo no puedo repetir la historia. Debo vivir la Semana Santa en profundidad, con espíritu de conversión…

b.  La Teología de la Liberación es hoy la encargada de reproducir  la actitud de la masa en el primer Domingo de Ramos. Igual que esas gentes, ella ve el cristianismo con ojos puramente temporales. Sin embargo, Cristo vino al mundo, no para llevar a cabo una liberación económica, política, social, temporal; sino espiritual, sobrenatural, religiosa y eterna. Jesús no es el primer teólogo de la liberación, ni el primer socialista de la historia, ni el primer Che Guevara. Por esto, se equivocan los Herder Cámara, los Ernesto Cardenal, los Leonidas Proaño, los Luis Alberto Luna, los Fernando Vega Cuesta, los curas Delgado y los ex-obispos Lugo de todos los tiempos: Cristo no es lo que ellos piensan; la Iglesia no es lo que ellos pretenden. Lo dijo Él bien claro: Mi reino no es de este mundo;[3] quién me ha nombrado repartidor de herencias…[4]

 

Lunes, Martes y Miércoles Santos

 

3.      Desde el Domingo de Ramos hasta el Jueves Santo, el personaje es Judas: Jesús advirtió muchas veces a Judas. Lo hizo delicadamente, lo hizo con múltiples insinuaciones, lo hizo directamente, lo hizo hasta tal punto que corrió el peligro de dejarle en evidencia… Y el cínico de Judas, no se dio por enterado, siguió en su camino de egoísmo, traición y maldad hasta el final, hasta que terminó colgándose en un árbol. Judas fue el primer Judas de la historia. Judas no tuvo un Judas ante sus ojos que le sirviera para recapacitar y no vivir su traición. Nosotros tenemos una ventaja sobre Judas: le tenemos a él que nos advierte: Ten cuidado, te puede suceder a ti, lo mismo que a mí: vender a Jesús por las 30 monedas de un placer, de una ambición…; por el apego a cualquier cosa que no sea Jesús… Jesús advirtió varias veces al Traidor, y Judas, pasando sobre cada una de las advertencias del Maestro terminó consumando su condenación. Ten cuidado: la historia puede repetirse: Veamos la historia de Judas:

a.  Cuando se dirigían a Jerusalén para la Pasión: Los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: -«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo conden
arán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.»
[5]

b.  Antes de la Pascua: Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él en la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.  Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando). Entonces Jesús dijo: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis con vosotros, pero a mi no siempre me tenéis.[6]

c.  Pocas horas antes de la Cena: En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.[7]

d.  En la Cena: Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús: "Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo". Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: "¿Seré yo?"  Respondió: "Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!"…

e.  Y luego, en la misma Cena, al parecer, otra vez: Jesús, profundamente conmovido, dijo: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, estaba a la mesa a su derecha. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: Señor, ¿quién es?  Le contestó Jesús: Aquél a quien yo le dé este trozo de pan untado. Y untando el pan se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: Lo que tienes que hacer hazlo en seguida.  Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.[8]

f.  En el Huerto de los Olivos: Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: "Al que yo bese, ése es; prendedlo y conducidlo bien sujeto". Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: "¡Maestro!" Y lo besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?[9]

g.  La personalidad y la conducta de Judas debe servirme para reflexionar, porque yo puedo repetir su triste y terrible historia. Judas es el típico caso del ser humano que termina fatal por rechazar una a una las advertencias de Dios. Estos textos bíblicos nos pueden hacer pensar hasta qué punto también nosotros dejamos pasar las advertencias de Dios para que cambiemos, para que dejemos de ser lo que somos. San Agustín decía: Temo a Dios cuando pasa, por si no vuelve a pasar…

 

Jueves Santo

 

4.      La Iglesia celebra hoy tres cosas: la institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal, la promulgación del Mandamiento nuevo.

a.  Eucaristía:

                 i.     ¿Cómo hablar
de lo inefable sin estar condenados a permanecer siempre en puros preludios, prólogos e introducciones?
En el diccionario no hay palabras suficientes para hablar de la Eucaristía.  No habrá hecho más maravilloso, más desconcertante, increíble e insólito en la historia humana que el hecho de la Eucaristía. Me atrevería a decir, incluso, más que aquel por el cual Dios se hizo hombre: la Encarnación. Que Dios decida dejarse comer por el hombre, es más asombroso que el que Dios decida hacerse hombre. Por la Encarnación Dios se hace uno con la raza humana; por la Eucaristía se hace uno conmigo, para que yo, según las leyes del amor, me haga uno con Él, sin que Él deje de ser Él, y yo deje de ser yo. Sin la Eucaristía, a la Encarnación le faltaría algo.

                ii.     La Eucaristía es ‘el Sacramento de nuestra fe’[10], porque es en ella donde se lleva a cabo con más intensidad la experiencia de la fe: No sólo que no vemos lo que creemos, sino que vemos, saboreamos, tocamos y sentimos algo diametralmente opuesto a aquello que la fe afirma. La fe afirma: Esto es Dios; el sentido insinúa: No. Esto es pan y vino. La fe dice: Esto es Alguien; la razón dice: No. Esto es algo. Pero hay algo más: sólo con una actitud de fe extrema se puede creer que un hombre – un sacerdote – diga unas palabras sobre un pan y un vino, y, acto seguido, él se postre ante ‘eso’ y reconozca en ‘eso’ a su Dios, y deba estar dispuesto a morir antes que negarlo: ¡La creatura ‘hace’ a su Creador! Alguien diría: Estos católicos están locos. Y no le faltaría razón…, si locura es creer y tomarse en serio a Dios, por encima y en contra de toda razón y todo sentido corporal.

               iii.     Con la Eucaristía sucede lo que con los ríos: No podemos bebérnoslos, pero ello no obsta  para que saciemos nuestra sed. Ni los ríos están hechos para ser bebidos, ni la Eucaristía para ser comprendida. Pero, una vez que hemos saciado la sed en el río, captamos que qué sería de los caminantes sedientos si no se encontraran ríos en el camino; una vez que has hecho de tu vida una Comunión con Dios, captarías lo absurda que sería la vida si Dios no existiera y triste sería la existencia si, teniendo sed de Eucaristía, no existiese la Eucaristía; si poseyendo sed de intimidad con Dios, no hubiese cómo saciar esa sed de intimidad. Ese ‘algo’ es ‘Alguien’: Jesucristo hecho Pan y Vino… Quizá el mejor gesto humano que puede reflejar lo que es la Eucaristía sea una madre intentando ‘comerse a besos’ al niño de sus entrañas… Con la diferencia de que ella jamás lo hará con su hijo, pero nosotros sí con Dios… Nos lo podemos comer a besos…

               iv.     En el año hay dos jueves en los que la Iglesia nos invita a volver los ojos a la Eucaristía: Corpus y Jueves Santo.

1.  En Corpus, nos detenemos ante la Eucaristía como sacramento, como alimento que nos ofrece Dios a los hombres para nuestra salvación; es decir, como Banquete. Como Sacramento, la Eucaristía es el mayor gesto de amor que a nadie se le pudo ocurrir, porque nadie ha amado tanto ni tiene tanto poder como el mismo Dios: Jesús se nos entrega en alimento. Ningún sacramento tan sublime como éste, ya que, como observa Santo Tomás de Aquino, no sólo nos da la gracia en mayor medida, sino que nos entrega al mismo Autor de la Gracia. Con la Eucaristía sucede lo que con la vida natural, a medida que un cristino madura en la vida sobrenatural, necesita un alimento sólido para su alma: la Eucaristía: “Comida soy de grandes, crece y me comerás”.[11] Quien comulga con las debidas disposiciones, va transformándose según el Espíritu de Cristo: “No me mudarás en tu carne, sino que tú te mudarás en mí”.[12]

2.  En Jueves Santo, contemplamos la Eucaristía como ofrenda que los hombres, con Cristo, por Cristo y en Cristo, hacemos a Dios, por la salvación del mundo; es decir, como sacrificio. Jesús, unificando los dos aspectos dijo en la última Cena: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo que será entregado»… «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados».[13]   Como sacrificio, la Última Cena es la primera Misa de la historia, y cada Misa es nuestra ‘Última Cena’: nada tenemos que envidiar a los Apóstoles. Para Dios – y las cosas no son como las vemos nosotros, sino como las ve Dios – todo es presente hic et nunc[14]: para Él, en la Última Cena, en la Santa Misa,  y en el Calvario se está llevando a cabo exactamente lo mismo: Su Hijo Amado, Jesús, se entrega y muere por amor para la salvación del mundo. Por esto, la Santa Misa, dado que la Eucaristía es el mismo Jesucristo, es, y debe ser el centro, el origen y
la meta de la vida de todo cristiano. En la Cena y en la Misa, Jesús consuma, como consumó en el Calvario su entrega al Padre como expiación de los pecados de todos los hombres.

b.  El Sacramento del Orden. Fue instituido poco a poco, a medida que iba dando poderes a los Doce: Ahora, el mandato de ir y enseñar[15], luego la facultad de consagrar[16]; luego, la de perdonar[17]… Pero el sacerdocio no es ante todo unas funciones, sino un ‘ser’. El sacerdote, sea bueno o malo ‘es’ siempre otro Cristo, el mismo Cristo… Por eso mismo, ciertas conductas incorrectas de los sacerdotes tiene proporciones de sacrilegio, de profanación de algo sagrado: su propia persona. Quizá el poema que viene a continuación exprese muy adecuadamente quién es (o quién debe ser) un sacerdote:

 

¿Qué es un sacerdote?

 

Un sacerdote es un enamorado de Dios,

un sacerdote es un enamorado de los seres humanos,

un sacerdote es un hombre santo,

porque él marcha delante del rostro del Más Santo.

Un sacerdote comprende todo,

un sacerdote perdona todo,

un sacerdote abraza todo.

El corazón de un sacerdote, como el de Cristo,

está traspasado por la lanza del amor.

El corazón de un sacerdote, como el de Cristo,

está abierto para que el mundo entero penetre allí.

El corazón de un sacerdote

es un vaso de compasión,

el corazón de un sacerdote

es un cáliz de amor,

el corazón de un sacerdote

es el lugar de encuentro

del amor humano y del amor divino.

Un sacerdote es un hombre

cuya vocación es ser otro Cristo;

un sacerdote es un hombre

que vive para servir.

Un sacerdote es un hombre

que está crucificado a sí mismo

a fin de poder también él mismo ser elevado

y conseguir todo de Cristo.

Un sacerdote es un enamorado de Dios.

Un sacerdote es el regalo de Dios al hombre

y del hombre a Dios.

Un sacerdote es el signo del Verbo hecho carne,

un sacerdote es la espada

de la justicia de Dios,

un sacerdote es la mano

de la misericordia de Dios,

un sacerdote es el reflejo

del amor de Dios.

Nada en este mundo es más grande

que un sacerdote.

Nada, salvo Dios mismo.

 

c.  El mandamiento nuevo: La ‘novedad’ de este mandamiento está en el ‘como yo os he amado’… Jesús nos enseñó cómo nos amaba, no sólo con su palabra, sino que nos lo “mostró” con su propia conducta. Se hizo amigo de los pecadores, de los mendigos, de los niños, de los ricos de mala fama, de los pobres…, para que viéramos cómo hemos de amar, especialmente a los más débiles.  Los enemigos le criticaron: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”, y él respondió – No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.[18] Aquí está la perfección cristiana[19]: Amad a vuestros enemigos… Si no comprendemos cómo amó Jesús, no
sabremos cómo amar al prójimo: Carísimos, si de esta manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos mutuamente.[20]

 

Sábado Santo y Domingo de Resurrección

 

5.      El mensaje más concreto y que más nos afecta e importa de la Resurrección es que la fe cristiana no gira en torno a unas verdades, ni a unas normas, ni a unos ritos, sino en torno a una Persona viva:  Jesucristo, el Viviente.[21]  Además de ser la mayor prueba de la divinidad de Cristo, éste es el ‘saldo final’ de la Resurrección: el cristianismo no es una ‘religión del libro’, sino la de una Persona viviente: Jesucristo. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Él (Jesucristo) puso su mano derecha sobre mí diciendo: «No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos. [22] ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está  vivo? [23] La primera convicción que tenemos como cristianos es que Aquel a quien seguimos está vivo.  La importancia de la Resurrección de Jesucristo como fundamento de esta convicción es básica. En el mundo hay  muchos sepulcros que son famosos por lo que contienen: restos de héroes, reyes, artistas: los ‘memoriales’ de los Presidentes americanos, la tumba de Napoleón… Hay también un sepulcro que es famoso por lo que no contiene; porque, el que estaba allí, hoy está vivo: El sepulcro vacío de Jesucristo en Jerusalén.[24]

 


[1] Los romanos invadieron la tierra de Jesús el año 63 a. C

[2] Jn 2:23-25

[3] Juan 18: 33-37

[4] Lc 12: 13-21

[5] Marcos 10, 32-45

[6] Juan 12, 1-11

[7] Mateo 26, 14-25

[8] Juan 13, 21-33. 36-38

[9] Marcos 14,1-15,47

 

[10] Plegaria Eucarística, después de la Consagración

[11] San Agustín

[12] San Agustín

[13] Mt 26:26 ss.

[14] Aquí y ahora

[15] Mt 28

[16] Lc 22:19

[17] Jn 20: 19-23

[18] Mt 9,12; Lc 19,10

[19] Mt 5, 43-48:

[20] 1Jn 4,11

[21] Ap 1:18

[22] Ap1: 17-18

[23] Lc 24:5

[24] Mt 28: 5-6

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No hay comentarios

  1. Que Sobria, que diáfana y que clara su explicación, Padre Paulino así de clara he vivido junto a mi familia esta Pascua del Señor del año 2.009, pues gracias a nuestra Madre la Santa Iglesia Católica de quien hemos recibido la Fe, hemos entendido la celebración del Triduo Pascual, no como una serie de actos piadosos, devotos y/o tradicionales, sino como una verdadera vivencia de la tracendencia del paso del Señor por nuestras vidas, comprendiendo el milagro de la muerte y la resurreción en nuestra propia historia, es decir que «Cristo ha muerto por nuestros pecados y ha Resucitado para darnos un vida nueva». Y que belleza expresada en el poema que ha insertado en su artículo, y no me refiero a la belleza literaria únicamente, sino a la exhaustiva descripción de lo que debe ser un verdadero Presbítero. Gloria a Dios. Cristo ha Resucitado! Verdaderamente ha Resucitado! Aleluya! Aleluya!

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