26 abril, 2024

A los maestros del Siglo XXI

Siempre lo dijimos y lo sigo sosteniendo que la primera educación del ser humano, que recibe el niño, se la hacen sus padres en el hogar, ellos como sus primeros maestros.

Con ese -¡Si!- y -¡No!- sabe el niño desde su infancia que hay normas que se deben cumplir con sus consecuencias de aprobación o disgusto.

Como igual los padres saben el deber que tienen con sus hijos, desde la creación de sus hábitos físicos y morales, que serán la fuerza en sus  vidas futuras.

Por lo que, filosóficamente hablando, los padres son imprescindibles en la vida de sus hijos por una niñez feliz, una adolescencia equilibrada y una adultez que los hagan capaces de continuar la cadena interminable entre las generaciones que seguirán viniendo.

De ahí, que el primer paso de un maestro es “medir” cuánto recibió  de sus padres, cada uno de los alumnos, para darle la mayor o menor atención a su desarrollo, como  igual depende de él, para hacer a los padres partícipes de la vida educativa de sus hijos.

Lo que significa, que las manifestaciones e interés que el maestro despierte en los padres, sea luz ante un llamado de sus hijos.

Aunque hay que anotar, que los padres si conocen su valía como tal y si no la ejercen, es o porque se sienten incapaces para hacerlo, dejándole esa tarea solo a los maestros; como hay otros prepotentes, que creen que la  escuela es solo para que sus hijos reciban los conocimientos académicos técnicos o científicos y, hegemónicamente,  declaran que la formación moral-humana de sus hijos les corresponde solo a ellos en sus hogares…

Y ¿de qué hogar hablamos? Cuándo padre y madre trabajan fuera de él, y su hijo llega a una casa vacía, solo casa, porque hogar no existe sin padres; a veces asistidos por una persona sin  vínculos afectivos, “servidos” casi siempre por una mujer madre de otros hijos abandonados también a su suerte, mientras ella sirve a acá…

Y entonces hay una realidad en la educación para los maestros, que nos enfrentamos a educar a niños y adolescentes a los que yo llamo Huérfanos con padres vivos.

Contando en que su soledad continúa aún al regreso de sus padres a casa, luego de su tarea; a vivir en ese hogar electrónico de siglo XXI, en que cada uno con sus aparatos, de diferentes dimensiones y alcances, se aíslan completamente entre ellos…

Sin hablar de todo lo negativo que recibe ese hijo, niño o adolescente, desde sus propios adminículos, más  la falta de atención de sus padres, que también en su propia cama navegan… navegan… y navegan…

Hasta que, de repente, se dan cuenta que su hijo tiene problemas en los estudios y comportamiento, tomando entonces el papel equivocado de “defensores” y como dice Barylko en su libro La educación en crisis Ahora el padre no le pregunta al maestro- ¡Qué hizo mi hijo? Sino -¿Qué le hicieron a mi hijo? …Abriendo más la brecha entre la escuela y su hijo…

Sin embargo en todo este maremágnum, si hay todavía, un gran porcentaje de hijos con padres guías, que son la esperanza y fuerza para nosotros los maestros, a seguir adelante.

Y el grito de esta maestra, que ha vivido desde el siglo pasado al presente, es  un llamado a los maestros a resistir, con fe y esperanza a que  padres y madres de esta generación en medio de este vértigo del presente, ¡Reaccionen!

Hasta tanto, enfrentemos con optimismo este presente sin perder la fe en el valor de la familia en la vida de nuestros alumnos.

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