3 mayo, 2024

Reflexiones del matrimonio

Una de las más famosas frases de San Juan Pablo II sobre su Teología del Cuerpo es: “El cuerpo, de hecho, y sólo el cuerpo, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo”. La relación con Dios es un misterio, y necesitamos nuestros sentidos humanos para poder entender el amor de Dios.

Solo por poner ejemplos sobre esta experiencia de los sentidos… Uno de los regalos de los Reyes Magos fue incienso, que se utiliza hasta hoy y da un rico aroma en el altar, sentido del olfato. Jesucristo en la Última Cena dice: “Coman y beban, este es mi Cuerpo”, sentido del gusto. Después de la resurrección Jesús le dice a Tomas: “Mete tu mano en mí mano”, sentido del tacto. Luego, en Hechos de los Apóstoles se describe la llegada del Espíritu Santo como un ruido y llamas de fuego sobre los apóstoles, algo totalmente auditivo y visual.

En el abrazo nupcial, como bien denomina san Juan Pablo II al acto sexual entre esposos, están inmersos todos nuestros sentidos: visual, auditivo, táctil, olfativo y gusto. Imagínense esa explosión de sentidos, si es posible una analogía, a la décima potencia, y aun así quedaría corta si tratamos de explicar lo que nos espera en el Cielo. Experimentamos el amor de Dios a través de nuestra experiencia humana, y la mejor manera de expresarlo es en esa entrega total y recíproca entre un hombre y una mujer.

¿Somos un cuerpo con un alma o somos un alma con un cuerpo? No podemos separar estas dos dimensiones del ser humano, pues al hacerlo moriría. Por eso, el Catecismo de la Iglesia Católica en el No. 1146 nos dice: “El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales”.

Me da mucha pena escuchar a ciertas personas supuestamente preparadas referirse con algo de desprecio al sacramento del matrimonio. No podemos ofender esta sagrada vocación cuando lo que se quiere y pretende es alcanzar la santidad en aquella iglesia doméstica de la que habla san Juan Pablo II en su carta a las familias de 1994, cuando nos recuerda que así fue llamada por los mismos Padres de la Iglesia, “Se referían así a la civilización del amor como un posible sistema de vida y de convivencia humana”.

Estamos llamados a buscar el bien del otro siempre, y cada hermano que me encuentro en la calle es ese otro al que debo ayudar de manera generosa. Pero en el matrimonio se elige libremente donar la propia vida por una persona especial. Y esa donación a puerta cerrada debe ser el reflejo de la entrega total y desinteresada del día a día en las cosas cotidianas, mundanas y sencillas.

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