1 mayo, 2024

El gato ante el espejo

El gato negro de casa se acerca al espejo y se ve. Se aleja y me sigue viendo. No se reconoce pero se ve. Se ve gato, peludo, de grandes ojos pardos que lloran al no reconocerse suyos. El espejo vibrante ante el gato oscuro de casa que se araña a sí mismo a través de la imagen. La imagen no es gato si el gato no se ve a sí mismo tal como es: gato, de cuatro patas, de larga cola, de uñas largas y agresivas. Finalmente se cansa, no se reconoce y se va, huyendo de lo que desconoce, ni le importa conocer ya, nada cambiará su naturaleza de gato: extraña, felina, de dormir siestas largas, de sueños tenebrosos e inconclusos.

En el gato todo es integro. Es gato y no quiere ser otra cosa, además nunca cambia, es obediente a sí, no te obedece ni a mí tampoco. Es libre, no se deja atrapar ni para comer ni para que lo mimen. Extraños estos gatos, nunca compran loterías para cambiar de estatus y posición social. No les interesa el éxito y como no les importa el espejo, no tienen imagen: imágenes. No son ligeros ni pesados, no se acercan a nadie ni siquiera a Dios si lo pudieran reconocer. Son intocables no sufren depresiones ni se les hinchan los pies ni entran al quirófano.

Le pido a Belzebu que en mi próxima reencarnación me haga gato, lanudo, de ojos llorosos, de rabo anaranjado y que sepa tocar piano y hablar en oraciones de montes lejanos donde la gente no quiere ser gato para ser otra cosa. Me treparía sobre tumbas abandonadas de gente pecadora quienes felizmente no tuvieron oportunidad de arrepentirse. Me metería en estás cajas de finados y robaría sus recuerdos. Observar sus deslices y los condecoraría  con cruz de héroes y legión de honor. Les diría que no hay culpas que lo que pasó ya pasó y ya no importa. Ya de muerto todo es baile sin penitencias ni condena.

El gato desnudo me invita a caminar desnudo en la avenida. Llevo de la mano agarrado al viento que me susurra tu nombre amor que te fuiste, separación que naciste para ya nunca extraviarte.  Lo que dijiste ya no sirve de nada. “¿Estás triste gato?”. Agarro un machete y parto en dos la cabeza del gato, la sangre de gato chorrea y no encuentro ni su alma ni las columnas de gato que sostenían sus aventuras ante mis pies. Como no puedo huir, me arranco un ojo y mis pelos de gato y los arrojo al espejo que cae en cien pedazos. Ya no hay gato no hay espejo, ni la imagen del gato sobre el espejo y tampoco el espejo que me recordaba mi imagen.

Así es este juego. Se van los que creíste que nunca se irían. Unos mueren, otros migran desde otros deseos y los últimos nunca les importantes y ya nada ni nadie importa. Nadie devuelve nada. Esta noche no tiene  estrellas ni soles ni vía láctea, ni gatos ni espejo. Estoy sentado al pie de mi casa, mirando esta noche sin hadas. La noche trae un perfume, un largo perfume de mi vida. Tan cerca del final tan cerca del principio.

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Muchos nos dicen “monos” (y creen que nos ofenden, cuando en realidad hasta nos hace gracia), otros se dicen a sí mismo “guayaquileño madera de Guerrero”, somos guayaquileños, ¡y eso es lo que importa!

Recordando algo de historia en este mes de Guayaquil en sus tradicionales fiestas julianas, los guayaquileños y guayaquileñas no debemos dejar pasar al olvido la leyenda que propicio el nombre de nuestra cálida ciudad.

Primero fue “Santiago”, y, es que los conquistadores españoles rendían así culto a su patrono, el apóstol Santiago. Llamando con ese nombre a la ciudad más grande de nuestro territorio. Lo que podemos decir, constituye para nosotros un gran honor. Luego, añadirían el nombre de “Guayaquil”.

Santiago, uno de los privilegiados “doce”, que iban y venían con Jesús, era hijo de Zebedeo y hermano de Juan, predicó el Evangelio hasta su muerte, cuando fue enviado a decapitar por el entonces rey de Judea, Herodes Agripa. Cuenta la tradición que al apóstol se le presentó la Virgen María en Zaragoza, la “Virgen del Pilar”, también patrona de los españoles.

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