El Che

Un hombre de quien hay tan poco que admirar y más bien mucho que compadecer y que condenar. Aunque muerto hace muchos años su foto sigue motivando a tantos confundidos.

Ernesto Guevara fue uno de tantos jóvenes latinoamericanos que se han sentido profundamente conmovidos por la pobreza y por la desesperanza de tantos latinoamericanos. Cuando recorría la América Latina en motocicleta iba lentamente absorbiendo, no su cultura polícroma ni su potencial, sino sus angustias. Y decidió que el camino para superar esas angustias era tomar un fusil y matar a todos aquellos que, a su juicio, tenían que ver con el orden social existente. Con la visión estrecha del que cree  que hay que destruir todo para volverlo a hacer. Con la seguridad malsana de que la nueva América Latina solamente se podía fertilizar con sangre, con la sangre de los que no le caían bien, en una orgía de destrucción y muerte.

Aceptado por Fidel Castro como compañero revolucionario, desde Sierra Maestra lo ayuda a derrocar al régimen corrupto de Fulgencio Batista. De ese triunfo aplaudido por todos emerge la amarga realidad. Juicios sumarios para los opositores al régimen. Se consideraba opositor a todos aquel que quería una Cuba democrática con justicia y no aceptaba el precepto fundamental de la Revolución Cubana y del Che: todo aquél que o piensa como nosotros debe morir o debe ser encarcelado en condiciones infrahumanas o deben ser confiscadas su propiedades y sus medios de vida para llevarlo así a la sumisión o al exilio.

Habiéndose aburguesado los revolucionarios cubanos, con un pueblo sometido y engañado, y con una economía esclava de las dádivas de la Unión Soviética, el Che buscó otros pueblos para dizque liberar. Escogió Bolivia, donde esperaba que su presencia hiciera que las masas empobrecidas se levantasen y lo siguiesen.

No fue así. Las masas empobrecidas viven un mundo duro y realista, no tiene lugar para ilusiones sangrientas, quieren justicia y trabajo, no quieren simplemente cambiar de amos y menos morir por las visiones de un extranjero. Los bolivianos llegaron a la conclusión que era preferible vivir en su sociedad tradicional, humana y familiar, que vivir en la pesadilla policial de un país en el molde de la Cuba castrista. El Che se encontró con la horma de su zapato. Perdido el poco apoyo que pudo haber tenido fue finalmente capturado y muerto por los soldados de un pueblo que lo entendió en su real dimensión: un aventurero con la cabeza en las nubes y las manos ensangrentadas. El nuevo mundo que todos ansiamos surgirá del trabajo diario, del sentido común, del patriotismo, no de la sangre ni de los dogmas.

El Che, más que digno de admiración es digno de compasión por su vida desperdiciada y de condenación por el monstruoso dolor que causó en tantos. No nos dejemos impresionar por los sueños del Che, observemos más bien el engaño que es su doctrina, fracasada a lo largo y ancho del mundo.