5 diciembre, 2024

La cueva del tiempo

Grroosm
Poesía

La Cueva del tiempo, es otro libro de Ramón Sonnenholzner; libro joven de poesía de pleno siglo XXI: de sentencias, de juicios y de esperanzas del hombre; filosofía conjugada por él en su realidad cotidiana universal, con “El Dios – Contador” que lo rige.

Uno más para hojear en cualquier momento de mis horas largas, muy a mi manera; justo lo tengo en la ruma de poesía joven, nada menos con: Presidio en el paraíso de Ricardo Maruri, Herejías de la palabra de Piedad Romo Leroux, Al compás del Twiter de Ibsen Manzano, Rimas sin sarcasmo de Jorge Luis Pérez, e increíblemente, también La Deontología de  Justino Cornejo, de modernidad eterna para los maestros y tantos otros,  que son ahora mi fuente diaria con Steiner: Morín, Gardner, Frankl, con los que hablo y discurro en el presente,  la filosofía pedagógica de todos los tiempos… (soy también maestra)

Hoy pergeño este novísimo libro, La cueva del tiempo, que viene de alguien especial – su autor a quien amo como uno de los alumnos de  mis años jóvenes de maestra, cuando yo rimaba mis poemas pedagógicos Nº 2 y 3 en el Colegio Alemán de Guayaquil y en Alemania, en que al autor-escritor, le enseñé a leer y a escribir  y según él dice, “le enseñé a vivir” (bueno, es que quien lee y escribe, vive).

¡Qué libro este! Entro y salgo de él, leyéndolo y releyéndolo y como es mi mala-costumbre doblar las puntas de las hojas, por señalar lo que es de gran valía para mí; el libro a esta hora, tiene dobladas casi todas sus páginas…

Reconozco que hoy leo y releeo los libros, con más  avidez y más a prisa, ante el temor de que  como especie en extinción, están en camino a desaparecer en formato  manual; e interpretando lo que dice el autor en uno de sus poemas “Este mundo de videos e imágenes nos  enriquece en proyectos, pero nos desnutre de realidades”, yo, en cuanto a los libros digo- nos quitará el placer también sensual de sentirlos tangiblemente,  acariciarlos, llevarlos a todas partes y hasta a la cama,  como a veces, también, echarlos cuando nos disgusta.  Por lo que hay que ganarle tiempo al tiempo poniendo atención “a las señales”, aunque el autor en Trampas a las cartas dice (Pág. 48) …el destino está cansado de enviarnos señales…”  -Yo si recojo las señales.

En todo lo demás su poesía es pura, por lo que me atrevo a llamarla poesía esencial…  “Ahora que el árbol es ceniza / recuerdo que soy también árbol” (Pág. 51).

A veces es también de respuesta a los interrogantes de las incógnitas y las dudas, o tal vez ni a una u otras, sino sentencia pura y hasta de advertencias, expresadas  con la fuerza inteligente de la palabra auténtica: sin antipalabras, ni irreverencias, ejemplo en –Cuidado con la suma (Pág. 37) -“El líder” va haciendo una masacre con su lengua en la que nadie realmente perece… Sólo él triunfa…  para “el líder”, uno más uno igual uno  …El no suelta el poder”… ¡Qué verdad, aplicable a los líderes políticos de nuestra y tantas otras patrias del mundo…

Sin embargo, versos como estos son para no perder la esperanza; porque como dice Rosa Amelia Alvarado en La palabra nuestra de cada día. -“La palabra no permite a que se suicide la esperanza… es la voz  de la conciencia que pone orden al universo…”

Todo esto me ha dado a mí un corolario para esta breve reseña, con palabras que en La Cueva del tiempo tienen presente y futuro sin  pasado porque, repito, son de ahora, para siempre.

Y también de identidad del poeta, porque en ese –yo soy yo– (pág. 119) es él, cuando dice “Soy un ciego encerrado en mí mismo. Lo grave: No sé callar”.

Ese es realmente Ramón Sonnenholzner a quien, como su maestra: de niño  le pedía “hacer silencio”, hoy le perurjo, a no callar, diciéndole:

-¡Sigue! ¡Sigue hablando en poesía! desde “La cueva del tiempo”! ¡Fuera de ella y más allá!

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