4 mayo, 2024

Una enfermedad llamada cáncer (Primera Parte)

Por: Gloria Arteaga Calderón

Con todo mi corazón desearía que cuando esto sea leído ayude a alguien que, como yo, sufre de esta enfermedad llamada cáncer.

¡Qué terrible suena esta palabra que se siente cargada de dolor y de angustia!

Cuando supe que ella había tocado a mi puerta y yo le había permitido entrar, como ladrón silencioso trató de robar mi cuerpo y por qué no decirlo hasta mi espíritu. Me quedé muda como si un viento helado y huracanado me envolviera.

No sabía a dónde correr, no podía pensar, no podía llorar, quería gritar y decir: ¡a mí no!, ¡por favor ayúdenme! Pero nada salía de mis labios, estaba paralizada, tenía miedo, el terror me embargaba ¿qué iba hacer de mí?

Los dolores que sentía eran tan intensos, pero tan fuertes, nunca imaginé que esta enfermedad llamada cáncer, fuera tan devastadora, tan fulminante.

Y más aún jamás pensé que yo iba a ser escogida, que tenía que vivir por siempre y para siempre con una espada sobre mí. Pensaba mientras escuchaba las palabras “cáncer en la columna” y me dije: ¡ese es el que yo tengo!

Ya no podía mover las piernas, tenía que en un futuro usar silla de ruedas. ¡Oh! Que terribles momentos, a mí que me ha gustado correr, bailar, caminar, ya no lo podría hacer jamás.

Pero la vida es así y al pensar en esto salí de mi estupefacción y del letargo que me había sumido, algo iluminó mi mente y sentí muy dentro de mí que tenía que levantar mi espíritu hacia la energía universal, que unida a mí energía, iba a sacarme de este abismo insondable en el que me encontraba. Solo ella y yo podíamos hacernos una y lograr cabalgar hacia la cima, venciendo todos los obstáculos que se me estaban presentando.

Sacar fortaleza y entregarme a esa fe que hace mover montañas, ya que la fortaleza y la fe que empecé a sentir en ese momento, es lo que ha sido siempre parte de mi existencia y me han ayudado a salir a flote en todos los momentos de mi vida.

Al revivir en mí estos pensamientos la fuerza de la energía universal me inundó y sentí una paz y tranquilidad que llenó mi alma de amor hacia todas las personas, que como yo, estaban sufriendo de esta enfermedad llamada cáncer.

Llegaron a mí dos preguntas claves: ¿Para qué? y ¿Por qué?

Y tienen una respuesta que deseo, que ustedes queridos amigos, la compartan conmigo:

¿Para qué?

Para poder vivir en este mundo injusto

Para ser mejores

Para ayudarnos a vivir con las personas aunque no compartamos sus ideas

Para perdonarnos

Para ser humildes

Para que con nuestro ejemplo podamos ayudar a otras personas a sobreponerse de esta enfermedad

Para que aprendamos a ser felices como estamos

Para que podamos aceptarnos tal como somos

Para que con nuestra fortaleza logremos levantarnos hasta de la silla de ruedas o de la cama donde al comienzo no nos podíamos mover

Hay muchas respuestas más para esas preguntas pero creo que cada uno de nosotros debemos buscarlas en nuestro interior

La pregunta del ¿Por qué? nunca fue una preocupación para mí ya que jamás pensé por qué a mí y no a otro o por qué tengo que sufrir tanto, la respuesta para mí, aunque no lo crean, fue: ¡porque la ruleta jugó y el número premiado me tocó a mí y punto!

Antes de que esta enfermedad entrara en mi vida, yo me sentía que era una mujer realizada y, porque no decirlo, feliz.

Viajaba todos los años al Perú, donde Eduardo mi hijo, tiene su residencia; el último viaje que realicé a Lima ya no fue tan placentero como los anteriores, en Lima empecé a sentir malestares en la columna, mi hijo me llevó donde un doctor, y me mandó a tomar unas pastillas y hacer unos ejercicios, además tenía que ponerme una faja para evitar problemas en las vértebras.

Después de un mes regresé con Eduardo al Ecuador, ya en Guayaquil los dolores eran cada vez más fuertes y tuve que hacerme atender de otros doctores, que a pesar de los exámenes, no podían diagnosticar nada. Pero los dolores seguían y eran inaguantables.

Empecé a tomar más pastillas y cambié de faja por una más fuerte que la anterior, era como de metal para que la columna no se moviera. Les cuento, para reírnos un poco: parecía Robocop.

Dicha faja me alivió bastante y el traumatólogo me envió a recibir fisioterapia de rehabilitación. Con este tratamiento fueron bajando mis dolores, ¡que felicidad parecía que estaba ya curada!

Pasaron varios meses y, cuando el Doctor que me atendía me iba a dar de alta cambiándome de faja con una menos rígida, empezaron otra vez los dolores de las piernas.

No podía regresar a mi casa, ya que desde que llegué de Lima, me quedé hospedada en casa de Johanna mi hija. ¡Qué sufrimiento! Mi vida se convirtió en un verdadero vía crucis. Que dolores terribles, mi memoria se estaba debilitando, no podía moverme. Llegó un momento que los alimentos me lo daban en la boca, no podía mover los brazos.

Trastorné la vida de todos, la de mi esposo y mis hijos, ¡que desesperación! Mi esposo tuvo que dejar todo para venir a vivir conmigo a la casa de Johanna y poder atenderme.

Yo no sabía qué hacer ya ni siquiera pensaba, estaba en otro mundo, quería darme fuerzas, poner mi energía a funcionar ¡todo era inútil! Era como si una ola gigantesca me hubiera cubierto y no podía salir.

Empezaron otra vez radiografías, resonancias, exámenes, marcadores tumorales, entre otros para tratar de establecer un diagnóstico. Unas de esas noches de fiebre y de delirio tuve un sueño que deseo contarlo, ya que por más que la vida nos golpee, hay algo que siempre está junto a nosotros:

Estaba dormida, creo, de repente vi una luz fuerte y dentro de esa luz una gruta donde estaba una señora rodeada de estrellas y de rosas, a los pies de ella estaba arrodillado un hombre cubierto con un hábito negro. Yo le pregunté ¡quién eres! Ella me contestó ¡me dicen la Señora!

Las rosas giraban alrededor de ella, qué fragancia que emanaba, yo me quedé asombrada no quería despertar y sentí que en algo menguaba mi angustia y mi dolor. Y esto lo tomé como un aviso que yo me curaría.

Una amiga al siguiente día me llamó y le conté el sueño, ella exclamó ¡te visitó la Virgen de Guadalupe! También la llaman Señora.

Desde ese momento yo empecé a reafirmar mi fe, mi fuerza y mi energía (naturalmente con lo poco que me quedaba de ella).

Cada vez me iba deteriorando más y más, en vista de esto, los doctores decidieron internarme en el hospital para controlarme mejor las veinticuatro horas.

Yo había sido siempre reacia a ir a los hospitales, pero a parte de mi sufrimiento veía la desesperación de mi esposo, mis hijos y nietas.

Entonces me dije a mí misma: no puedo ser tan cruel con mi familia, y sin mirar atrás, tenía que ir a donde sea con tal de aliviar estos terribles dolores que estaban consumiendo mi existencia.

En una ambulancia me llevaron mi esposo, mi hija y mi yerno. ¿Cómo llegué al hospital?, ¿Qué camino tomó?, ¿Cuál hospital? No lo sé. Yo ya estaba perdida en un marasmo de angustia y de pesar. Al llegar al hospital, cuyo nombre no sabía, empezaron los papeleos para mi ingreso y me designaron una habitación de manera emergente.

Mi familia deseaba otra habitación mejor para mí, y al momento no había ninguna disponible, y la energía universal que nunca me abandona, hizo aparecer a la doctora Rosa, sobrina de mi yerno, quien movió cielo y tierra y me dieron la habitación número quince que era de las más cómodas.

Yo estaba con suero y bastante sedada pero los dolores no terminaban que espantoso, yo trataba de pensar y no podía, veía a mi esposo día y noche sentado a mi lado en una silla y de allí no se movía, pendiente siempre de mí y de los medicamentos que me tocaba tomar.

Pasaron así los días quejándome yo y viendo el sufrimiento de mi esposo y de mis hijos.

Los doctores decidieron tratar mi dolencia como si fuera de origen bacteriano. Tomé medicamentos súper fuertes durante un tiempo y no surtieron efecto. Pero como estaba en constante observación en la última resonancia que me hicieron surgió que tenía una masa que envolvía las vértebras lumbares y que era de inmediata extirpación.

Por fin el diagnóstico se vio claro y entre los doctores y familiares más allegados surgió la palabra cirugía. Yo siempre he estado en contra de las operaciones pero esta vez me tocó agachar la cabeza y aceptar, porque sabía que era la decisión correcta y así podría volver a vivir.

Antes de tener el diagnóstico definitivo algunos especialistas no querían operar, no sé si por falta de información o por mi edad, ya que tenía setenta años, y les dada recelo que me quedara en la mesa de operaciones.

Hubo un doctor que me dijo que lo que necesitaba era un siquiatra ya que mis dolores provenían de mí mente. Yo naturalmente en la poca lucidez que tenía en esos momentos le contesté que yo sabía del poder mental, pero en mi caso los dolores eran totalmente físicos.

Al fin se hizo la luz y apareció el médico indicado, hombre maravilloso que, al llegar a mi habitación y conversar conmigo, me dijo que él me operaba y que me iba a quitar los dolores y que me iba a recuperar.

Llegó el día D y me despedí de las personas allegadas a mí, el señor de la limpieza se acercó y me dijo que siempre rezaba por mí y lo mismo me dijeron las enfermeras. Me llevaron en la camilla acompañada de Eduardo, que había llegado del Perú, y de Julio. Me dejaron a la entrada de la sala de cirugía.

Yo estaba llorando de dolor, y porque no decirlo, sentía mucho terror.

Cuando me quedé sola antes de entrar al quirófano, tenía los ojos llorosos, cuando me sorprendí al ver a mi lado a un joven alto blanco de pelo rubio delgado, me estaba sonriendo y me preguntó ¿Qué me pasaba?

Yo le contesté que me iban a operar de la columna y por eso eran mis lágrimas, el joven me miró me puso su mano en mi frente y me dijo: “tranquila que todo dolor se la va a quitar, va a estar muy bien” yo la agradecí mucho y me sonreí y le dije que ya no tenía miedo. El joven se despidió con una sonrisa en los labios y siguió caminando.

Después de unos minutos vi venir hacia mí a otro joven pero éste era trigueño, un poco más bajo que el rubio, pero súper simpático y me preguntó: ¿Qué tiene? Yo le conté lo mismo que al joven anterior.

El joven trigueño me dijo que no me preocupara que todo iba a salir bien me secó unas lagrimas y se quedó conmigo con la cabeza baja, me puso su mano en mi frente se despidió y me dijo que iba a volver.

Entré luego a la sala de cirugía y cuando llegó el anestesiólogo se me acercó una joven trigueña me abrazó y me dijo que todo iba ser un éxito y me enjugó las lagrimas y se fue.

A estas tres personas no los volví a ver más.

Llegó el momento de entrar a la sala de operaciones y casi no tenía ningún dolor y sobre todo tenía una tranquilidad tan grande que creo que me sentía hasta feliz.

Después de la exitosa operación, realizada por el doctor Mario Izurieta, me llevaron a mi habitación donde me esperaban mi esposo, mis hijos y otros familiares. Enseguida llegó el doctor Abad, quien paso conmigo toda la operación, entonces le pregunté por los jóvenes que había visto en la antesala del quirófano y le referí la historia.

Y que quería volver a verlos para agradecerles y el doctor Abad me contestó que allí donde había estado no entra nadie solo los médicos que operan, me quedé perpleja. Entonces pensé que eran mis Arcángeles San Miguel y San Rafael que siempre me acompañan, y la mujer se vino a mí mente como la Virgen de Guadalupe.

Aprovecho que estoy escribiendo estas vivencias para decir que aquí en nuestro país tenemos médicos excelentes y que no hay necesidad de salir al exterior. En el hospital Luis Vernaza (me enteré después que ese era el nombre del hospital donde estaba) se portaron maravillosamente, las enfermeras que atendían fueron magníficas, no tengo quejas.

Sí es verdad que es terrible los sufrimientos de ésta enfermedad o de cualquier otra, pero es necesario que nosotros, desde nuestro interior, saquemos la fortaleza suficiente para seguir adelante.

Pero también es verdad que hay algo más fuerte que todos los medicamentos y saben queridos amigos, ¿cómo se llama este medicamento? ¡Se llama amor! Y yo lo tengo al alrededor, eso me mantuvo antes y me mantiene ahora, eso me hizo llegar a la mesa de operaciones tranquila.

Porque estaba convencida que iba a regresar donde mis hijos, mi esposo y mis nietas que estaban esperándome.

Si todos comprendiéramos esto el mundo sería casi perfecto pero no lo entendemos, ¡qué lástima! Ojalá algún día nuestro corazón logre abarcar a toda la humanidad en un solo abrazo lleno de amor ¡seríamos invencibles!

Artículos relacionados

Obsequios que recibí hoy

Varios intercambios de palabras en el día de hoy (varios encuentros, diría yo) me dejaron diversos desafíos. Regalos, mejor dicho. Porque así los recibí, como un regalo para mí.  Me obsequiaron ánimo […]

Requiéscat in Pace

No puedo estar de acuerdo con tus ideas, pero defendería, con mi vida, tu derecho a expresarlas. Francoise-Marie Arouet (Voltaire) El fraude en marcha en la consulta popular nos revela que estamos […]

No hay comentarios

  1. Como buena MAESTRA que eres, sigues siendomuy didáctica, describes con una claridad y facilidad de palabra algo que para cualquiera sería punto menos que imposible hacerlo. Si alguien que esté pasando por lo mismo lee este artículo estoy segura que le dará nuevas fuerzas para seguir luchando como tú lo haz hecho y para el resto de personas eres sin duda un ejemplo de lucha. Tu fé y el amor de Julio, tus hijos y tus nietas han sido también el motor que te ha dado , en parte , esa fuerza externa que necesitabas y ésto, más tu fuerza interna han logrado tu recuperación….

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

×