26 abril, 2024

Una identidad para nuestra América

“La obra mejor es la que se realiza sin las impaciencias del éxito inmediato; y el más
glorioso esfuerzo es el que pone la esperanza más allá del horizonte visible…” .

José Enrique Rodó.

1. Algo de historia…

Para la señora Margaret Thatcher, en plena algarabía circense de la guerra de las Malvinas,
le llamó mucho la atención que los medios informativos hablaran de Latinoamérica. Más
aun cuando escuchó que esta Latinoamérica sería un grave problema, a la hora de la verdad,
en la confrontación con Argentina. Simplemente para la ministra inglesa sólo estaban a la
vista muchos países en esta área geográfica, y ninguna Latinoamérica, inexistente en su
conciencia histórica, sería obstáculo para la recuperación de “sus” islas Falklands. Viniendo
de quien venía semejante alusión, y en un momento en que las dictaduras aquí, en estas
tierras, crímenes tras crímenes, en nombre de la libertad, la justicia y la democracia,
promovían el poder autoritario por la fuerza, nada resultaba tan grotesco y tan insultante…
Pero, como que el paso de estos 30 años, después de experimentar tanto dolor, nos obliga a
reflexionar, con cierta profundidad y, quizás, sobre todo, con mucha serenidad…, referente a
este decir de nuestra América.

¿Es que, en verdad, existe Latinoamérica o únicamente es una entelequia conceptual para
enseñanza en los libros de historia escolar? ¿No es que semejante preocupación viene siendo
planteada desde muy atrás? ¿Estuvo o no vinculada esta temática al desgaste político, desde
los primeros días de la independencia, de las que aun seguimos llamando patrias chicas? En
la práctica, los sueños de una organización globalizadora, que convirtiera nuestra geografía
en un gran proyecto de unidad política, cedieron a la prepotencia individualista de hacerse
de feudos, verdaderos cacicazgos luego adornados con rimbombantes nombres de países…
Todo el primer siglo, de 1820 en adelante, no pasó de un enloquecedor ejercicio de sables
y pistolas, casi remedo de condotieros y sicarios, incluso con remedo de coloridos uniformes
e inválidas tácticas de guerra de tradiciones ajenas. Todavía, aun con el tiempo transcurrido,
pueden atarse cabos, de discordia, malentendidos y resquemores, de las primeras luchas
de la liberación anticolonial con las posiciones de prepotencia en la actual formalidad
democrática. Los planteamientos y enunciados partidistas no han podido, hasta la fecha,
delinear y mantener caminos de decisiones y aciertos, que respondan a nuestra realidad.

Cuantas cosas se han dicho! ¿Cuántas se han hecho? Respecto a proyectos con visos
políticos, sociales, culturales, económicos hay un nutrido pensamiento en cuanto a
reconocer la necesidad de una América nuestra realmente viva… Cientos de escritos
la han propuesto como objetivo. Como meta… Como destino… Desde luego, cada criterio

expuesto o desarrollado está vinculado, inexorablemente, a la concepción y visión de las
cosas de cada quien. Esto determina cierta diversidad. A veces también posiciones con
enfrentamientos. Sin embargo la conformación de la unidad americana de estos lares está
en la mira de todos en calidad de urgencia irrenunciable.

Aunque con el mexicano Vasconcelos, a partir de 1925, esta América recién es presentada
ante el mundo, en su Raza cósmica como una posibilidad cierta de ser la matriz, madura
y fecunda, de entregar un hombre de dimensiones universales, desde mucho antes este
anuncio ya estuvo bosquejado. Con la Carta de Jamaica (1815), Bolívar dejó sembrada
la semilla con la que pese a la insistencia en el Congreso de Panamá, 10 años después, no
fue lograda la esperanza de la unidad americana esperada. Yo deseo más que otro alguno-
escribió en dicha ocasión- ver formar en América la más grande nación del mundo, menos
por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria…Es una idea grandiosa pretender
formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes
entre sí y con el todo”.

Para el cubano Martí, en un contexto positivista transformado en modernismo, la redención
socio política para estos pueblos al sur del río Bravo, pertenecía al reconocimiento de una
América, “Nuestra América”, democrática, libre y soberana. Pero, además, antiimperialista,
pensando en voz alta en los Estados Unidos de América y la Doctrina Monroe (1823)
que nos atosigaba con eso de “América para los americanos” y que iría funcionando, con
depredación interna (usurpación de Texas, 1845; oposición a la Unión Centroamericana,
1885; protección invasora de Panamá , 1881). Tanto los peruanos Mariátegui (1894-1930)
y Haya de la Torre (1895-1979), con excepción del argentino Sarmiento (1811-1888) que
promovía a Estados Unidos en un ejemplo a seguir, vieron más bien en los hijos de
Jefferson y Lincoln, una seria amenaza para la unidad americana en aspiración. Mientras
que para el primero era vital aclarar que “los brindis pacatos de la diplomacia no unirán
a estos pueblos… (sino) los votos históricos de las muchedumbres”, para el segundo,
“el americanismo no podía ser posible sin la estricta cohesión de los trabajadores del
continente”.

Es, quizás, después de la convocatoria de Eloy Alfaro (1842-1912) a un Congreso
Internacional Americano para definir el Derecho Público Latinoamericano (1896), la
declaración del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) que llega, y con mucha frescura,
aunque romántica y casi mística, al acercamiento de una identidad para la patria magna…
Escribió : “Nuestra América, la Patria Grande , tiene en nosotros como en los otros, contenido
y continente, sentido y proyección: apertura al mundo. A un mundo que necesita de nuestra
concepción de vida… nuestra identidad americana es y será una identidad abierta al otro,
nunca cerrada al diferente como al desconocido”. Y advertía, más allá de la practicidad
positivista, que llegaría el momento en que al ser preguntado alguien de nuestros pueblos
de dónde era, contestaría no nombrando a ningún país, sino a nuestra América como
patria! Así es… Aun lo anhelamos… Y pese a los caminos no tan buenos para andar, no
desesperamos…

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