2 mayo, 2024

Cuento para una niña triste

Un poema tierno, con un final real; una fantasía que echa a volar la imaginación y nos hace vivir en épocas pasadas y en cuentos de hadas es este poema de José Ángel Buesa.

Para alegrar a una niña triste, José Ángel Buesa le cuenta historias fantásticas, reconociendo al final que quizás nada ha sido cierto.
Vale la pena leer este “cuento para una niña triste”.

Cuento para una niña triste

José Ángel Buesa

¿Sabes tú?
Mi vida es como un canto que nadie ha de cantar,
pues tuvo las violentas inquietudes del mar
y el espejismo de la droga hindú.

Yo anduve errante, soñador, proscripto,
un año, o veinte… o quizás cien,
y medí las pirámides de Egipto
y las murallas de Jerusalén.

Yo tuve más tesoros que los zares
y un diamante mayor que el Gran Mogol
y en cada uno de los siete mares,
me vio náufrago el sol.

Yo visité con tembloroso paso,
como quien rinde un fúnebre tributo,
la húmeda celda de Torcuato Taso
y el oscuro taller de Benvenuto.

Yo busqué en los jardines de Versalles
la huella leve de María Antonieta
y lloré por Rolando en Roncesvalles
y por Ícaro, en Creta.

Y como fin de una aventura rara,
enloquecido por un astro hostil,
fui Jeque de un aduar en el Sahara
y negrero en la Costa de Marfil.

Aún guardo en el cristal de una redoma,
para unir mis creencias y mis dudas
un pelo de la barba de Mahoma
y una hoja del árbol, donde se ahorcara Judas.

Tuve un corcel de resonante casco
que florecía la llanura seca
y mendigué en las calles de Damasco
y oré en una mezquita de la Meca.

Y mucho más que huyó de mi memoria
y que quizás no ha de volver jamás,
días de amor y odio, de fracaso y de gloria,
y muchos más… Sí, muchos más…

¿Sabes tú? Quizás nada ha sido cierto,
acaso únicamente lo soñé,
no sé bien si dormido o despierto,
no sé…

Quizás la vida que he vivido ha sido
tan abrumadoramente vulgar,
que inventé los recuerdos por no morir de olvido
y nunca vi de cerca el mar.

Pero sí sé que he naufragado en una
lágrima de mujer.
Fue un naufragio romántico, a la luz de la luna…
¡Y me quedé en el fondo, sin querer!

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Siempre pegada a tu muro
y al filo de tus almenas;
siempre rondando el castillo
de tu amor; siempre sedienta
de una sed mala y amarga
de desengaño y arena.

¿Por qué te querré yo tanto?
¿Por qué viniste a mi senda?
¿Quién hizo brillar tus ojos
en la noche de mi pena?
¿Qué lluvia de mal cariño
quiso convertirme en yedra,
que va creciendo y creciendo
pegada a tu primavera?

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