26 abril, 2024

Introducción a libro sobre Olmedo a publicarse en el año del Bicentenario (3)

El 9 de Octubre de 1820, es la fecha en que se inició la Independencia de Ecuador; los guayaquileños, comerciantes por tradición, estaban cansados de las trabas puestas por la Casa de La Contratación y Consejo de Indias, instituciones que en la América Española imponían políticas económicas y leyes de la Corona. Para fines del siglo XVIII, España tenía el sistema mercantilista más atrasado de Europa, no por falta de buenos economistas. Jerónimo Uztariz, Bernardo Ward y Pedro Rodríguez Camponanes, en sus obras habían expresado su oposición a monopolios, excesivos impuestos que no hacían competitivos a los productos españoles, en los mercados internacionales, ocasionando así continuos déficits en la balanza comercial;  prohibición a los extranjeros de vender o comprar bienes en puertos de origen y no transar con residentes en las colonias, prohibición del desarrollo industrial y obligación de los colonos a pagar precios exorbitantes por los bienes que vendían los comerciantes de Cádiz y Sevilla; estos últimos se marginaban inmensas ganancias, impidiendo ahorrar a los colonos.

Los guayaquileños se sentían engañados porque las leyes del Libre Comercio promulgadas en 1788 no se habían cumplido de acuerdo a sus expectativas. Si bien las cuotas anuales de cacao a Nueva España (Méjico), mayor mercado de cacao del mundo, habían terminado, así mismo la todopoderosa Real Compañía Guipuzcoana de Venezuela, José García de León y Pizarro, enviado del Rey a la Audiencia de Quito (ADQ) para implementar las Reformas Borbónicas se concentró en ejercer mayor control sobre la economía, crear más impuestos e incrementar el tamaño de la burocracia para aumentar el número de áreas de monopolios. José Villamil resumió muy bien el enorme costo para Guayaquil por haber estado bajo el dominio español: “Si tres siglos de ignorancia, monopolio, trabas y prohibiciones, no hubieran atado nuestras manos; nuestra opulencia habría llegado al más alto grado, y esta provincia, señora del Pacífico, no tendría un palmo de tierra sin un habitante, ni un vecino sin finca ni caudales[…] dentro de breves años la cadavérica provincia de Guayaquil, despreciada y deprimida por los gobernantes españoles, será como una joven robusta, hermosa y rica, cuyos hijos a la sombra del árbol de la Independencia, serán virtuosos y felices porque serán industriosos y libres”.

Hay historiadores de provincias serranas que critican la falta de interés de Guayaquil a unirse al movimiento que terminó en el 10 de Agosto de 1809, alegando que los empresarios guayaquileños estaban conformes con la Corona por haber liberalizado las exportaciones de cacao. Lo contradictorio en la actitud de los habitantes de Quito fue haber derramado sangre para que regresara al poder Fernando VII, cuando las Reformas Borbónicas causaron la quiebra de la actividad obrajera y sumergió a toda la sierra en profunda depresión. Si los ricos obrajeros hubieran modernizado sus obrajes (fábricas artesanales de textil), hubiesen podido competir y seguir exportando ponchos, pantalones, alpargatas y telas a otras regiones de la América Española.

Las ciudades de las provincias serranas habían quedado sumidas en la miseria por la quiebra de los obrajes y devastación de los árboles de quina, por lo que Guayaquil era la única ciudad en la ADQ que tenía los recursos económicos para financiar la Independencia. Juan Antonio Monroy y Velarde informó extensamente al Rey la tragedia ocurrida: “…esta capital (Quito) que habiendo sido una de las ciudades más ricas y opulentas de  América por sus fábricas y manufacturas, se ve hoy llena de ruinas […] dando un […] testimonio de su pasada opulencia y actual miseria[…] Aquellas que en otros tiempos ocupaban el primer rango de la nobleza y prodigaban sus caudales en suntuosos edificios y magnífico adorno de sus casas, se hallan hoy reducidas casi al estado de mendicidad sus fincas gravadas y ruinosas”. Entre 1702 y 1803, los impuestos en Quito a las actividades mercantiles fueron 86 pesos por persona de promedio, mientras en Guayaquil, 325. En el mismo período el impuesto pagado por los indígenas en Quito totalizó 6,268.895 pesos, cuando en Guayaquil apenas sumó 397.213. Los montubios no tributaban como los indígenas. Los productores costeños pagaban salarios más elevados por no haber suficiente mano de obra en la provincia de Guayaquil. Es la ley de oferta y demanda. Si en el exterior se comenzaba a demandar cacao, los guayaquileños aumentaban el área de siembra y requerían mano de obra para lograr sus metas.

Guayaquil era una sociedad que los extranjeros admiraban por tener casi todas las condiciones de ciudad pujante y gran potencial económico. En numerosas cartas y crónicas de visitantes extranjeros, se observa la admiración para el puerto. Según O´Leary: “Guayaquil llegará a ser algún día el emporio del Sur. Su situación geográfica, la fertilidad de su suelo, la abundancia y variedad de sus producciones y el hermoso río que la baña, le proporciona facilidades para su extenso comercio interior y exterior”.  El inglés Henry Wood, primer Cónsul de Gran Bretaña en Guayaquil, agregaba:   «…hay muy  pocos puertos que poseen tan vasta ventaja natural como Guayaquil…el país es capaz de  producir una inmensa cantidad de productos exportables […] por la facilidad de tener numerosos ríos, se facilita el transporte del comercio[…] Guayaquil podría convertirse en uno de los departamentos más valiosos de la Gran Colombia“.                             

Guayaquil contaba con europeos y estadounidenses por lo que había estado expuesta a nuevas corrientes de pensamiento, sin embargo, no era fácil para los guayaquileños adoptarlas. Estos habían vivido bajo el sistema económico español, el más atrasado en Europa. Es el caso de la fuerte oposición que José Villamil, nacido en Luisiana, puso al nuevo Reglamento de Comercio, que en la práctica era el español con pequeñas modificaciones. No se requería ser experto en economía de vanguardia para darse cuenta de que la provincia de Guayaquil era inmensamente rica y a pesar de su idiosincrasia española, estaba en condiciones de manejar mejor su futuro que siendo súbdito de un imperio decadente. José Manuel Restrepo, posiblemente el primer historiador colombiano, leyó el pensamiento de los guayaquileños y ciudadanos de otras regiones de las colonias españolas cuando escribió: “Que naciones  poderosas, ricas e industriosas como la Francia e Inglaterra hayan querido tener el comercio de sus colonias americanas es una resolución excusable, pues eran capaces de proveerlas con las manufacturas de su propia industria, y de consumir de la madre patria los frutos coloniales. Pero que la España a principios del siglo XIX, cuando no tenía manufacturas, población ni marina, haya querido monopolizar el comercio de México y de toda la América, países muchos más vastos, ricos y poblados que la península, era una locura extremada y un estado de violencia incapaz de durar mucho tiempo”. Los guayaquileños no querían inventar nada nuevo, querían seguir los modelos inglés y estadounidense basados en combinación de gobiernos republicanos con economía liberal, remover todas las barreras impuestas por el mercantilismo español sustentado en monopolios, excesivos impuestos, corrupción, restricción en cantidad de mercados, etc.       

 

Entre 1800 y 1820, la gota que derramó el vaso fue el descenso de la actividad económica guayaquileña por la disminución de las exportaciones de cacao y del precio, así como caída en la producción de tabaco. Los productores perdieron dinero y los tributos continuaron golpeando sus bolsillos. Los productos primarios tienen ciclos de alta y baja demanda y oferta, factores como el clima (sequía o exceso de lluvia), epidemias o conflictos en los países importadores. Hay que tener presente que Europa estuvo en guerra desde fines del siglo XVIII hasta alrededor de 1814. Si se revisan los ingresos de las Cajas Reales (Tesorería)  de Guayaquil, en 1801 fueron 865.472 pesos; en 1802, el total cayó a 696.306, en 1803 a 644.862 y 1804, último dato disponible, a 464.671. Los guayaquileños estaban descontentos de que los dineros recaudados por sus esfuerzos, se remitieran a Lima. En 1801 se enviaron 85.993 pesos, en 1803, el valor fue inferior, 46.067. El dinero no fue solamente a Lima, se usó en Colombia para financiar en parte, obras de infraestructura; también se invirtió en otras ciudades de la ADQ. A los guayaquileños no les quedaba otra alternativa que buscar la Independencia y tenían que hacerlo solos, el resto de las grandes ciudades sufrían una depresión económica que pasaba de veinte años.   

 

Sin Guayaquil, la Independencia de Ecuador hubiera tomado mucho más tiempo. Hay numerosas razones. La primera, Sucre y sus 1.500 o más soldados no hubieran podido llegar a Santa Elena y albergarse a las afueras de Guayaquil. El viaje y manutención de su tropa significó mucho dinero que no salió de la sierra. Haber ingresado por Guayaquil fue buena estrategia ya que se atacaba a los españoles en Quito por el norte y sur; en el norte la resistencia era muy fuerte, había miles de soldados españoles. Guayaquil aportó con la División Protectora de Quito conformada por cinco batallones. A estas tropas había que vestirlas y alimentarlas. Guayaquil aportó con el arsenal arrebatado a los españoles cuando la ciudad se independizó. Las tropas peruanas que se unieron a la conquista del Pichincha también recibieron ayuda económica. Guayaquil continuó financiando a las tropas bajo Sucre en camino a Quito. La ruta fue tortuosa y necesitaba de toda clase de provisiones, incluyendo medicina. Bolívar no hubiera podido conseguir más financiación en Londres, sus representantes se habían desprestigiado. Finalmente está Olmedo con sus consejos a Sucre, al que hacía toda clase de sugerencias. Hay cerca de un centenar de cartas entre ellos. No se puede hablar de la Independencia de Ecuador ignorando a Olmedo, su participación fue esencial en la creación de la República de Ecuador.

 

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