26 abril, 2024

Homenaje a Gustavo Cerati. La campana

Cerati sigue estable y sin cambios neurológicos a casi un año de su accidente

Acaricio la campana y empiezo a escuchar el despertar de su silencio. El sonido son los latidos de su corazón. Su cantar pausado, continuo y rítmico sale de su boca abierta a la vida que da a conocer su presencia. La campana siempre es campana: avisa, enciende, revela, convoca, despierta, acompaña, abraza, suelta todo lo que se ha guardado, no deposita nada, da, entrega todo lo que es y no espera nada a cambio. Sólo ser campana, campana para cantar, campana para la vida.

La campana me anuncia que mientras la tengo en mis manos está conmigo, cuando la dejo en el rincón, duerme su vida olvidada. La campana es la cenicienta de los cuentos de hadas: duerme el sueño de vivir y vive la retumbar de estar despierta. Para despertar necesita ayuda, sola no puede despertarse, ¡pobre campana echada en un rincón o colocada en lo alto de la torre pendiente de la soga de quien se acuerde de tocarla! Sola en la esquina es el recuerdo de que puedo alcanzar pero puesta en manos es la alegría de ser campana y soltar maravillosamente sus dones, su vibrante cantar. Sonando es la alegría de ser campana, tirada en el piso es el olvidar que estamos vivos para ser fuego y tierra, bronce y circulo, agua y cebras corriendo sobre la selva virgen de los deseos.

La campana es música, fascinante música de campanas. La locura de los quince años que ya no volverán. La alegría de la escuela cuando todo era inocencia, caerse y jugar a levantarse, todo era recreo y novedad, goce de la fraternidad verdadera, el juego de ser niños para luego crecer para que nos busque el adulto.

Cuando canta la campana me cuenta las historias de sus recorridos, desde el horno en que nació hasta el instante en que teniéndola en mis manos me permito acariciarla para escuchar los dulces secretos de su andar. Un día encontré una campana de mil años y en su canto hablaba de hombre y mujeres que se vestían de flores y colores para hacerla sonar celebrando las fiestas de sus Dioses. Me decía en su armonía que con su canto puede llegar a lo más alto tanto como a lo más bajo; le canta a lo alto para agradecer por la existencia de lo más bajo y canta a lo más bajo para enseñar a agradecer por la gracia de lo alto.

Cada campana es una oración. Cada oración es una campana que solfea la canción de vivir. El sonido de la campana está en la vida, es la vida que ora, implora el misterio indescifrable del amor. La campana bailando en mis manos soltando su misma música eterna me recuerda que el amor existe para que yo ame, viva el amor y entregue amor al otro, tanto como a mi mismo. Echemos las campanas al viento siempre algo queda de lo que dimos a los demás.

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Yoga y Vida Cristiana

Asistí a un retiro de meditación en Encinitas, California, dirigido por monjas
de SRF, Self Realization Fellowship, organización religiosa fundada por
Paramahansa Yogananda en 1920. Como se nota de entrada, no se trata de
un retiro “católico, apostólico y romano”. Fue un retiro de espiritualidad
y meditación para profundizar en la búsqueda de Dios, siguiendo las
enseñanzas de Paramahansa Yogananda, un santo de la India (de quien
hablaré más adelante).

El retiro tenía normas claras y estrictas acerca del silencio y el cumplimiento
del horario de las actividades. Entre las que, obviamente pese a las
celebraciones religiosas, no constaba la celebración de una misa católica.

Antes de viajar a Encinitas, yo había buscado por internet los datos de una
iglesia, para poder acomodar mi horario y asistir a la celebración de la misa,
en la mayoría de los días que fuese posible hacerlo. (Asisto a misa diaria).

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