6 diciembre, 2024

Educar el gusto

Así como se lee.  Hay que fomentar el buen gusto o, en otras palabras, es necesario aprender y enseñar la “estética”.  Y no me refiero a la frívola connotación que pudiera tener con los salones de estética, el modelaje o la participación en concursos de belleza.  La estética es otra cosa, pertenece a la filosofía y es el estudio de lo bello. Filósofos de la talla de Kant o Nietzsche otorgaban una enorme importancia a lo bello, incluso sobre la verdad: el arte es “lo que nos permite vivir, nos persuade de vivir, nos estimula a vivir…El arte tiene más valor que la verdad” (Nietzsche, 2015). Y es que lo bello, de alguna manera, nos hace recordar lo que realmente importa, nos provee de esperanza, nos enseña a comprender el sufrimiento y a examinar nuestras penas, nos ayuda a encontrar el equilibrio emocional, nos direcciona a lo fundamental y libera de la habitual indiferencia hacia lo que nos rodea (de Botton y Armstrong, 2014).  

Pero ¿no se ha dicho que el gusto es subjetivo, que cada quien tiene lo suyo, que “en gustos y sabores no discuten los doctores”?  Pues, no se imaginan la cantidad sorprendente de discusiones materializadas en un gran número de obras dedicadas a escribir sobre el gusto; eso, que suponemos, que es tan personal y subjetivo.  Y es que, en realidad desde los filósofos de la antigua Grecia, el ser humano se ha dado cuenta que lo “bello” -la estética- está irremediablemente unido al “bien”-la ética-.  La estética y ética son inseparables.  Es más, al fin de cuentas, ambas se unen.  La belleza y el bien acaban siendo una misma cosa.

Entonces ¿se puede educar el gusto? Decididamente, sí.  De hecho, desde que el ser humano es tal, ha reconocido lo bello, primero instintivamente por el placer o por el asombro y, luego por algo más elaborado, los sentimientos.  Eso lo vemos a diario cuando oímos música, vamos al cine o vemos un cuadro de Rembrandt o Velásquez.  En la cúspide de ese aprendizaje está lo espiritual, que es una extensión de la experiencia sensorial. Comte-Sponville, tiene una maravillosa frase al respecto: “cuando Dios se calla, el artista le responde” (2003, p. 67).

Los gustos se aprenden y se educan porque significan valores que la realidad no los contiene.  No voy a referirme a los valores, porque ese es otro “gran tema” que de alguna manera lo he abordado en artículos anteriores.    De lo que sí voy a referirme es sobre “el buen y mal gusto”.  En la música, en la literatura, en el vestir o en el hablar no todo vale igual.  Pondré uno de los peores ejemplos que he encontrado de las canciones de moda y les advierto de antemano que no será agradable leer los próximos párrafos, si es que usted seguirá leyendo.  Me refiero a la canción “Reggaeton Champagne” interpretada por Bellakath y Dani Flow, que tiene más de 207 millones de reproducciones en Spotify. 

Reggaetón, champán, -pán-pán-pán, -pán, -pán
Reggaetón, champán, -pán-pán-pán, -pán, -pán

Yo no tengo problema si tú fumas hierba
Ojalá te de tos para que saques mucha flema
Yo le pongo fuego, tú pones la leña
Y mientras el beat suena te recito un poema
Qué bonitos ojos tienes, quiero chuparte el pene
Con todo respeto, espero no te moleste
Está cerca diciembre, ojalá no te enfermes
Y que no te dé fiebre para que tú me lo entierres
Baby, ponme como quieras, eso no me molesta
Introdúcela completa, rosa, bien rico aprieta
Puedo ser tu puta, también tu princesa
Y si te soy honesta, quiero que me chupes una teta
Arriba de la mesa, Santa Clara de fresa
Traviesa la cabeza cuando yo la tengo tiesa
A mí me gusta, grande, me gusta bien gruesa.

¿Repulsivo, no?  Letras similares y aún peores salen de la boca de “artistas” muy populares entre los jóvenes, como Natasha, Maluma, -junto a ellos, Daddy Yanke parece un conservador mesurado-. Así supuran, como la pus de un tejido infectado, muchas canciones con esta “carga literaria” que enfada, hiere y nos degrada, porque entre otras cosas, cosifica a la mujer, reduce el vínculo del amor a lo más instintivo y hace que aceptemos cualquier vulgaridad como “arte”.

Para pasar este desagradable momento, contrastemos lo anterior con la canción “Mediterráneo” -que tiene un poco más de 67 millones de reproducciones en Spotify- de Joan Manuel Serrat:

Quizás porque mi niñez
sigue jugando en tu playa
y escondido tras las cañas

duerme mi primer amor
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya.
Y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.

Seguro que está demás mi comentario, pero apreciemos la poesía para evocar imágenes hermosas del amor y sentimientos profundos entre las personas, demostrando que las letras de las canciones pueden ser una forma de arte que enriquece nuestra vida y nos conecta con lo esencial.

O, con Silvio Rodríguez, en su canción «Ojalá» -un poco más de 150 millones de reproducciones en Spotify-:

Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los paso
s.

¿No sienten que esta letra y su música nos toca el alma y nos hace recordar a la persona amada?

Pongamos un último ejemplo, más actual, de buen gusto. Pensemos en las letras de Jorge Drexler, en su canción «Todo se transforma» -que casi llega a 93 millones de reproducciones en Spotify-:

Tu beso se hizo calor,
luego el calor, movimiento,
luego gota de sudor
que se hizo vapor, luego viento
que en un rincón de La Rioja
movió el aspa de un molino
mientras se pisaba el vino
que bebió tu boca roja.

¡Qué belleza de imagen! Eso es el arte, transformar algo tan sencillo en algo sublime.

Por eso, es preciso educar el gusto, particularmente en nuestros niños y jóvenes.  Que se den cuenta que no todo vale, que no se pueder ir cantado cualquier cosa.  Y que, los adultos responsables, tenemos la obligación de enseñar -no imponer- no lo que es bueno o malo, sino más bien lo que realmente tiene valor estético y ético. Y, se lo hace con el ejemplo, con modelos y actitudes que hemos hecho nuestras, para luego, con autoridad, educar a los demás. 

 

Fuentes citadas: 

Bellakath y Dani Flow. (2023). Reggaeton Champagne. Kittyponeo.

Comte-Sponville, A. (2003) Diccionario filosófico. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.

De Botton, A. y Armstrong, J. (2014) El arte como terapia. London: Phaidon.

Drexler, Jorge. (2004). Todo se tranforma. ECO.

Nietzsche, F.W. (2015) La voluntad de poder: Ensayo sobre una transmutación de todos los valores. México: Grupo Editorial Tomo.

Serrat, Joan Manuel. (1970). Mediterráneo. Mediterráneo.

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