26 abril, 2024

Mientras más viejo

Con el paso del tiempo no me hago más viejo; me vuelvo más sabio. Mis prioridades han cambiado; lo que necesito y lo que quiero, ya no son lo mismo.

Cuando era joven e impetuoso necesitaba muchas cosas. Mientras más tenía, más valioso me creía. Necesitaba ser importante.

El ahora de mi hoy es diferente.

Mantengo una bravura que se repleta de ternura.

Lo que más me importa es dar amor para recibir lo mismo.

No puedo existir sin la pasión. Todo debo hacerlo como si fuera lo último que deba hacer.

Científicamente se ha probado que la edad intelectualmente más productiva del ser humano, está entre los setenta a los ochenta años.

También se sabe que la segunda categoría de mayor rendimiento cerebral está entre los sesenta y cinco a los setenta y cinco años.

El promedio de edad de los Papas es de 71 años.

Los premios Nobel 70.

Los 500 más grandes empresarios de EEUU 71.

Los 50 mejores profesores de Harvard 72.

Los científicos rusos 70.

En otras palabras, la experiencia acumulada sumada a la madurez lograda con la edad, nos brinda el equilibrio perfecto para volvernos más capaces, mucho más productivos y sobre todo nos da la ecuanimidad para que con criterio objetivo tengamos la capacidad para No hacer muchas cosas que antes hacíamos, pero que en realidad no valían la pena haberlas hecho.

Cuando éramos jóvenes, nuestro ego era muy importante y tenía que ser llenado.

Mientras más pensábamos que éramos los mejores, más creíamos que realmente lo fuimos.

Al tornarnos más sabios con el paso del tiempo, le damos la importancia y el valor correcto que tienen las cosas.

¿Que es lo que importa de todo lo que tenemos…?

Lo único importante es el amor.

Debemos prepararnos para la continuación de nuestro viaje.

Ahora que sabemos que nada nos llevamos, debemos ser conscientes de cómo hemos perdido el tiempo consiguiendo cosas que no necesitamos ni podemos llevar.

Nacimos del amor, vivimos por amor y moriremos para que continué el amor.



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¿Quién es realmente este hombre?

Cierta vez escuché decir a un entrañable amigo y sacerdote, desgraciadamente ya fallecido, que Jesús, siendo el hijo de Dios y siendo el personaje más maravilloso de toda la humanidad, nació en un humilde pesebre, rodeado de la más grande pobreza, rodeado de animalitos, y hasta de los deshechos que estos evacuaban (por decirlo de una mejor forma).

De aquello, la historia da plena fe a través de documentos en los cuales se destaca una carta del SUPREMO EMPERADOR, EL CESAR, quien un tanto preocupado por los comentarios que a él le habían llegado, le pregunta a su gobernador, Poncio Pilatos: “Me he enterado que allá existe una persona llamada Jesús que dice ser el Rey de los judíos. Podrías describirme quien es realmente ese Jesús, pues el único Rey y señor soy yo”. Pilatos le responde, y le dice: “Jesús es un individuo de pelo largo y ensortijado, color oro, y se peina con la raya en medio al estilo Nazareno. Su barba, del mismo color de su pelo, es también partida en la mitad. Viste humildemente una túnica y sandalias. Es prácticamente imposible sostener su mirada directamente a sus ojos. NO VISTE COMO UN REY, PERO TIENE TODO EL PORTE DE UN REY”.

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