8 diciembre, 2024

Noches de Terraza

Una terraza es un espacio similar a una habitación, pero sin muros e inclusive puede ser sin techo y puede ser usada para múltiples fines: lugar de reunión, de entretenimiento, de relax, para tomar sol o para contemplar el infinito…

La terraza que tengo ahora en mi casa, la utilizo para sentarme a leer mientras tomo sol, si es de día, y si es de noche me pongo a contemplar el cielo y dejo volar a mi imaginación y también a los recuerdos…

Cuando me casé, mi esposo y yo fuimos a vivir a un departamento en el centro de Guayaquil, en el que había, aún hay, una gran terraza. Desde ella podíamos contemplar el cielo y mirar a lo lejos las casitas del cerro, que por las noches simulaban un gran pesebre, todas iluminadas. Nada se interponía entre ellas y nuestra vista desde la terraza.

Jóvenes estudiantes de medicina, eso éramos, yo estaba embarazada de mi primera hija, no había dinero para más; así que luego de terminada la jornada del día, sobre todo los fines de semana, mientras los amigos salían a los bares, restaurantes o discotecas de moda, nosotros salíamos a la terraza. Poníamos música en la radio grabadora de Victorino, preparábamos hamburguesas (en esa época aún yo no era vegetariana) y tomábamos algún licor, barato, por cierto, mientras cantábamos, como diría Cerati, música ligera.

Las terrazas parecen crear el ambiente justo para la reflexión temática. Lo descubrí mientras revisaba la biografía de mi suegro, pionero y destacado expositor de la radiología ecuatoriana, cuando encontré un artículo escrito por Vicente Leví Castillo, publicado en su columna llamada “Desde la terraza”: una clase con el doctor Germán Abad Valenzuela.

El autor hace una descripción de lo que para él era El Doctor Abad: “El mundo de Abad Valenzuela es un mundo tridimensional, moderno y fresco, lleno de corriente trifásica, películas y placas, mesas y pistolas de rayos X, delantales y paredes de plomo como para la conquista del espacio.”

Leví Castillo escribió esto desde su terraza imaginaria, a donde transportó a su profesor desde un aula de clases hasta la conquista del espacio revestido con su armadura de plomo.

Han pasado años desde que ese artículo fue escrito y publicado, otros años desde las noches en que mi esposo y yo hacíamos de la terraza nuestro perfecto lugar para divertirnos los fines de semana.

Actualizando las noches de terraza, un joven argentino, Mateo José Brignone, amigo de mi tercera hija, Paula, me envía una sencilla historia, en donde hace notar que algo faltaba en mis recuerdos…la belleza del reflejo de la luna, mientras comíamos hamburguesas, bebíamos vodka o tequila y cantábamos lo de Sabú, Nino Bravo o Bob Marley…

Esto es lo que escribió Mateo:

“Como hace cuatro noches que subo a la terraza, más específicamente al tanque de agua, a escuchar música y terminar el día de buena manera. Todo era normal, pero al subir ya no la vi. Sonaba “Asasa” de fondo, se veía a la gente pasear por los balcones, se ponía la mesa o se lavaban los platos. Aún en la ciudad y con la noche algo manchada de nubes, se asomaban escasas estrellas que poco brillaban. No tiene comparación con las noches que decía contemplar Ishamel en su libro, o eso imagino yo. Debido al molesto ruido de los autos, le subo el volumen a la música y me recuesto sobre el tanque a contemplar el cielo y darle riendas sueltas a mi imaginación. Rápidamente me desconcentro y me vuelvo sobre mí. Algo de distinto tenía la noche que la hacía extraña al sentimiento. Aunque lo advertí desde un principio, pensé que no iba a influir en mi mente. La música era la misma, pero sonaba diferente, no me incentivaba a cantarla. Con las estrellas pasaba lo mismo, eran las mismas de ayer pero hoy representaban solo un punto blanco sin profundidad en el opaco cielo. La luz incandescente del vecino que queda prendida durante todas las noches me molestaba más que nunca.

Claro que con ella hubiera sido todo distinto. La música hubiera sido un recital donde la gente cantaba sin importar nada más, sea cual sea la canción del momento; el cielo me hubiera invitado a volar, a mí y a mi mente, levitando entre las nubes y observando desde lo alto la ciudad entera; las estrellas hubieran dado respuesta silenciosa a las infinitas preguntas que uno le hace, generándose así una relación de pertenencia y de compañía. Claro pues, nada de esto sucedió porque ella no estaba para darle una perspectiva diferente a las cosas, la luna no estaba.”

La terraza es sin duda, uno de los elementos más representativos de la arquitectura del espacio en nuestra vida; todos deberían tener una, al menos en su imaginación. Se reviven recuerdos, las emociones que estos generan y también se crea. Algo más que me atrevo a afirmar ahora, es que, sin duda, todo en el mundo está relacionado, así como mis recuerdos de las noches de terraza junto a mi esposo, mi suegro conquistando el espacio dentro de la mente de su alumno y la luna que le faltó a Mateo para cambiar la perspectiva de las cosas.

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