A los/as “batracios”, en nuestra época, los/las llamaban “aniñados/as”, a las “adelantadas” las llamaban locas/locotas; en la época de mis hijos, a los tranquilos/as, los/as llamaban “zanahorias”.
Nuestros padres nos decían, “hijitos, no se apuren, ya llegarán los días, en que podrán hacer tales cosas”, pero, esos días nunca llegaron, porque cuando nos enamorábamos -siendo aún adolescentes- (quinceañeros), cuidábamos de ellas y en ocaciones de sus amigas, no tomábamos y guardábamos un buen comportamiento, en las fiestas que se organizaban, o nos invitaban, así, asegurábamos una nueva invitación, el fin de semana siguiente.
En nuestra época, los excesos (patanadas) de ciertos, que no faltaban, se resolvía con los puños. La fiesta se paralizaba, terminado el “encuentro”, los partícipes se retiraban y la fiesta continuaba.
La protección de los hijos/as, es una labor de los padres fundamentalmente, pero muy tácticamente, (tino), de suerte que ellos/as, no se sientan incómodos/as, o sean blanco de críticas malsanas.
Hoy, hay un factor a favor de ese “control y seguimiento”: la delincuencia, que no respeta clases, ni grupos sociales, que en nuestra época, no existía, por doquier. Pero, si nos hubiésemos dirigido a “ciertos lugares”, de seguro que la encontrábamos, sobre todo, a tales horas en la noche.
“Más vale prevenir que lamentar”, era el refrán de moda de padres, madres, abuelos y abuelas. Al que se unían otros más: “No hay que meterse en la boca del lobo”, o, “el que busca encuentra”, etc.,etc..
Que Dios proteja a vuestros y nuestros hijos/as y nietos/as.
No depender del celular, que se les puede perder, se los pueden robar, o se les puede descargar. Y toda comunicación será inútil .