6 diciembre, 2024

¿Por qué escribimos y publicamos lo que escribimos, los que escribimos?

¿Por qué escribimos y publicamos lo que escribimos, los que escribimos?

Escribimos por placer, publicamos por necesidad (de compartir lo que hemos escrito).

Escribimos por necesidad, (porque escribir es vivir y si no lo hacemos estamos muertos) publicamos por placer.

Aquello que no se da se pierde dice el proverbio hindú. Y es así. Si escribes algo debes entregarlo al mundo y que el mundo se encargue. Leer lo que has escrito es el problema del mundo, tu problema es escribirlo.

El verdadero escritor escribe porque le place lo que hace, es como el heladero que vende helados porque le gusta ser heladero y ¡se le nota! Trasmite esa alegría, Te pregunta que helado quieres, busca el helado, si lo tiene notas la felicidad en su cara al darte el helado que deseas comer; si no lo tiene te recomienda otro, pero no insiste demasiado porque comprende tu deseo de comer éste helado y no aquel otro. Se lo ve feliz en su carrito o caminando con su heladera. Si no te alcanza el dinero hasta te fía el helado, hace lo que sea para que tengas tu helado y lo disfrutes, porque al verte disfrutar de tu helado, él también es feliz. Por eso es un heladero y le gusta serlo.

El escritor escribe porque esa es su felicidad, no hay más para él. Todo lo que no sea escribir, salvo leer, siempre será menos.

Lee pero está escribiendo, piensa y está escribiendo, respira y está escribiendo, vive y está escribiendo, va a una reunión de otra cosa que no sea la escritura, pero escribe en ella. Escribe en su mente grandes ideas, párrafos, cuentos enteros, relatos, crónicas, historias que tal vez se quedarán ahí y no se imprimirán en el papel, ni en la computadora. Pero han sido escritas, fueron pensadas y escritas en las circunvoluciones del cerebro. Cuando al fin el escritor decide tomar en serio su necesidad vital de escribir, más que comer o que ir al baño, se sienta y escribe, y esas historias impregnadas con anterioridad fluyen. Fluyen con su estilo y su entendimiento de la gramática, fluyen consigo mismo, no con los demás, ni con el estilo y el entendimiento de la gramática de los demás. Si alguien escribe algo que vale la pena, si el que lee eso es alguien que vale la pena, lo entenderá tal cual. Si es un apegado a las normas de estilo, uso de las comas, los puntos y comas, los puntos, y en general de la gramática, y además de la etiqueta literaria se pasará corrigiendo o sugiriendo cambios. Bien, entonces que ese bueno para nada escriba lo que quiera pero que no corrija esto que ya está escrito como el escritor quiso escribirlo. En realidad no es el escritor el que quiere escribir, es la necesidad de escribir que se escribe a sí misma.

Hemingway dice en uno de los capítulos de Muerte en la tarde (un libro trastornado según mi opinión): “Todo eso lo hemos visto alejarse y veremos desaparecer todavía otras cosas más. Pero lo que importa es aguantar y hacer el trabajo que a cada uno le es encomendado, ver, y oír, y aprender, y comprender, y escribir cuando se ha logrado saber algo, y no antes ni demasiado tiempo después. Dejad a esos que quieren salvar al mundo y contentaos vosotros con verlo claramente y en conjunto; y si lo veis así, cualquier detalle que logréis pintar representará el todo, siempre que lo hayáis hecho con sinceridad. Lo que hay que hacer es trabajar y aprender a expresarse. No, todo esto no es suficiente para formar un libro, pero tenía que contar algunas cosas, aunque queden todavía muchas cosas vividas por contar.”

Esto que dice Hemingway es algo magistral. Lo importante es hacer el trabajo, ver, oír, aprender, todo con claridad; trabajar y aprender a expresarse con sinceridad. La sinceridad, la honestidad del trabajo marca la diferencia entre un charlatán, un pobre diablo y un escritor. No importa si es bueno o malo el escritor, eso depende del ojo de quien lo lea. Lo que si importa es que sea honesto. ¡Aguante honesto!

En un ensayo titulado La narrativa moderna, Virginia Woolf destaca lo prohibitivo de la falsedad, “ningún “método”, ningún experimento, incluso los más desbocados- está prohibido como sí lo están la falsedad y la simulación”.

Es lógico, el que simula no es lo que dice ser. Yo puedo simular ser abogado, pero en realidad soy médico. Y qué saco simulando lo que no soy, al final en algo fallaré, ya que no hay nada oculto que no llegue a saberse, según alguna frase bíblica.

Y aunque no llegue a saberse, igual es una falsedad. No hay peor condena que vivir en el engaño. Porqué diré ¿soy heladero? ¿Por qué quiero usurparle el puesto al heladero? El derecho a su puesto, ¡a su lugar de heladero en la vida! ¿Y porqué escribo porqué, por qué o porque? A quién le importa a dónde pongo la tilde. El que quiere entender, o mejor dicho el que sabe entender, entiende.

Puedo vivir en la cloaca más repugnante de la vida, pero ser consciente de que no soy una mierda. La conciencia de quien eres, inclusive aunque no sepas a dónde quieres llegar, es el punto de partida para poder llegar a algún lado. Primero hay que ser honestos. Y escribir debe ser sobre todo un trabajo decente. Aunque escribas para el barrio, la familia o el colegio. Escribe con decencia.

Como magistralmente lo expresa Tolstoi al final de Guerra y Paz, “lo que parecía imposible, lejano, se convirtió de improviso en algo muy próximo, posible, inevitable.” Ese es el trabajo de quien escribe, hacer posible lo imposible, aproximar lo que está lejos, realizar lo que se evita.

Claro que las metas no son fáciles. No si ponemos escalas tan altas, he hablado de Hemingway, Virginia Woolf (quien por momentos parece desquiciada) Y Tolstoi (quien ahora sería catalogado como bipolar, socialista del siglo 21, pelucón caritativo o renegado social).

Dos de tres, suicidas. Bueno y Tolstoi, medio suicida, porque igual renunció a la vida para ir a sentarse como mendigo bajo un reloj, en la estación de tren.

Y es aquí, en este punto de alucinar con esas vidas, cuando me da la gana de nombrar a mis autores favoritos, Hemingway primero, luego un segundo lugar compartido: Hermanas Bronté (Emily, Charlotte and Anne), A.J. Cronnin, Jack London, John Dos Passos, y Antoine de Saint- Exupéry.

Toda gente loca, suicida, trastornada, desquiciada.

¡¿A dónde quedan León Tolstoi y Thomas Mann?!

Quedan primero, porque no tienen rival. ¡Qué pena Hemingway, pero tu pensabas lo mismo!

Muerte en Venecia, es sin duda una historia depravada pero perfecta, así que Thomas Mann no tiene rival, salvo que quiera competir con Tolstoi, quien al escribir Guerra y paz cerró todas las posibilidades para cualquier escritor de cualquier época, nacionalidad, tendencia, estilo o gramática. Es insuperable y ese es el gran consuelo, porque nadie hubo, hay ni habrá mejor que él. Todos serán después, eso satisface.

Y he aquí que me quedo sin ideas. Qué más se puede decir. Hay que ser honestos y escribir desde el dictado del corazón. Tal vez habrá que dejar la perfección de la técnica para los editores, me refiero al uso de la gramática y de los términos que no hieran a los lectores susceptibles. Porque la técnica perfecta para escribir lo que escribe la emplea cada autor, según su propia genialidad

Y ahora hablando del valor, del precio y de los costos. El valor que el mismo escritor da a lo que ha escrito es inexpugnable. Solo dentro de cada uno está el precio. Y el que escribe por necesidad (necesidad vital, entiéndase bien) y publica por placer o el que escribe por placer y publica por necesidad (necesidad de compartir eso que ha escrito por placer), sabe que no cuesta nada, no tiene precio, todo es poco, porque escribir es la vida del escritor y siendo honestos, ¡cómo hay que ser!, ¿qué precio le pondrías a tu vida?

Si escribo algo solo quiero entregarlo y compartirlo y eso desde lo más profundo y sagrado de mi corazón. ¡Aguante!

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