8 diciembre, 2024

Quisiera ser un pez

Recuerdo a la academia de natación Ferretti, ubicada en plena Víctor Emilio Estrada, avenida
principal de la Urbanización del Salado (Urdesa). Ambas en pleno apogeo en esa época, academia,
y, urbanización. Habré tenido seis o siete años cuando iba con mi abuela, quien me acompañaba
a las clases para aprender a nadar. El problema de entonces se resume en que yo era una niña
muy llorona y miedosa, y mi abuela me complacía demasiado. Si yo lloraba, se acababa la clase.
En conclusión, no recuerdo si aprendí a nadar, pienso que no, porque de mayor, nunca lo he
intentado, hasta ahora.

Mi mamá hizo algunos esfuerzos fallidos para enseñarme a nadar, en mar abierto. Un mar por
demás agresivo, con gigantescas olas, el mar de Esmeraldas. Pero ahí quedo su esfuerzo, sin
resultados. No entiendo, ahora, porque siendo ella mi mamá no se encargó de “sacar” a mi
abuela de la academia y dejarme a mí, sola con mi miedo, mi llanto y el profesor. Así, seguro,
hubiera aprendido a nadar hace años. Eso es lo que yo hice con cada uno de mis hijos. Y he tenido
excelentes resultados.

Analizando mi vida y lo que he vivido con ella, pensando un poco en Hemingway y en su pasión
por el mar, hice una retro-inspección. Una de las cosas que me cautivan de Hemingway, mi
escritor favorito, es justamente que era un estupendo nadador y que tenía un lindo yate, “Pilar”, el
cual aún se lo puede ver, anclado en la isla de Cuba. En definitiva, pienso que Hemingway nunca le
tuvo miedo a nada. Yo, en cambio, soy una mujer llena de temores.

Tengo devoción por el mar, y sus misterios y el sueño de mi vida es, algún día no lejano, adquirir
al menos una pequeña embarcación, para bautizarla justamente, con el nombre de mi abuela.
Pero, primero es lo primero, eso pensé. La devoción está a un lado, al otro lado el miedo. El que
me acompaña desde niña, y al que debo vencer.

Así que me propuse aprender a nadar. Para ir visualizando y llevando a la realidad este propósito,
pensé más aún. Estoy casada con un excelente nadador, mis cuatro hijos nadan muy bien, tengo
25 años de matrimonio y 47 de edad cronológica… ¿Por qué he esperado tanto para hacer algo
que siempre he considerado de suma necesidad y utilidad para el mundo entero?

Le pedí a mi esposo que me enseñara a nadar. Afortunadamente, él aceptó. Además mi hija menor
me consiguió también a su profesora de natación, con quien ella se encuentra perfeccionando
estilos. Con un gorro para proteger el pelo, unos lentes para ver bajo el agua y una tabla para
sentirme segura, inicié mis clases (en la piscina). Tengo a mi favor que soy una sinvergüenza, y
no me da ninguna pena que me vean todos mis compañeros acuáticos, y que me vean que no sé
nadar y que recién estoy aprendiendo. Así con algo menos que vencer por que carezco de ello,

solo me queda el miedo, que pronto deberá irse por la sombrita.

He logrado poco aún, ¡debo perseverar! Lo que sé es que me he perdido demasiado. Aún así,
nunca es tarde. Si estás vivo no estás muerto, dice un amigo mío. Así que espero terminar el
año, si no en mi barquito, al menos en algún crucero. Esto último es broma, lo serio es lo que
viene: aprovechar la vida y sus oportunidades, dejando lo que no sirve y motivándote a conseguir
pequeñas cosas, las grandes cosas llegarán un día, pero deben encontrarte trabajando en ello.

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