25 abril, 2024

Adaptarse… ¿es la clave?

Una de las más grandes bendiciones para un ser humano es tener amigos, de esos a quienes a través del tiempo los has elevado a la categoría de hermanos; de esos hermanos que no te los da la genética pero que los escoges libremente en la vida y los valoras… de esos grandes amigos, hombres y mujeres, recibo todos los días mensajes de estímulo y de esperanza, de expresión de genuino afecto y mancomunidad de intereses. Así pues, uno de esos días, en plena pandemia, me llegó por las redes sociales un corto video de un autor español a quien había podido revisar en sus libros en algún recorrido por la librería. Alex Rovira es su nombre, es escritor y divulgador, españolísimo y con gran reconocimiento internacional que exponía con gran afabilidad, seguridad y alegría su manera de conceptualizar un término que creí siempre que estaba restringido a los textos Bíblicos… “la longanimidad”.

Confieso que la Biblia siempre ha sido para mí un libro excelso. Se puede encontrar allí definida la longanimidad como uno de los frutos del Espíritu Santo. En tal concepto se condensa la paciencia, la entereza y la fortaleza de ánimo para enfrentarse a las adversidades, provocaciones o pruebas a que somos expuestos a lo largo de nuestras vidas. Nada más oportuno en tiempos de crisis; y qué es sino la vida que un recorrido por toda clase de experiencias entre las que están ciertamente los momentos de dolor y de desafíos que van delineando ciertamente lo que llamamos “alma”. Tal concepto no es ajeno a la ciencia y la Filosofía lo plantea desde vocablos tan comunes como “ánima” de allí la derivación que explica tan maravilloso vocablo.

Se nos pide paciencia, comprensión, perseverancia, templanza, solidaridad y fortaleza para la dura prueba que enfrentamos a propósito de una enfermedad desconocida que nos obliga a un proceso vital de adaptación a entornos cambiantes a lo que se ha dado por llamar “nueva normalidad”. La formación humana nos habla de “resiliencia” que nace de las experiencias dolorosas de seres humanos como Boris Cyrulnik o de Viktor Frankl, sobrevivientes de crisis tan ciertas como el sufrimiento en campos de concentración nazi. Capacidad para enfrentar los desafíos, habilidad para fortalecerse aún en los más terribles momentos de la vida. Coincidentalmente los autores arriba nombrados son profesionales de la mente, neuropsiquiatras cuyo aporte al mundo ha sido enorme a propósito de la supervivencia.

Etimológicamente la longanimidad significa “alma extensa”, “alma grande”, pareciera, dice Rovira, mucho más que simple decisión de enfrentar los desafíos, es la permanencia constante de un sentimiento poderoso de seguridad, confianza, benignidad, fortaleza, que inspira a dar por encima del dolor, de identificarse permanentemente con el otro, quien es mi imagen y semejanza, de sostenerlo y de practicar las virtudes cardinales que son cimiento duradero del carácter de manera constante. La longanimidad es entonces la resiliencia permanente y deseosa de mostrarse que hace del ser humano mostrar precisamente lo más humano de su ser. Ese es el tipo de líderes que necesitamos en tiempos de crisis, de dolor, de desafíos, personas capaces de trascender el dolor y de guiar a otros hacia la esperanza cierta del bienestar y del bien ser con un alma noble, compasiva y benigna que muestre el camino y que oriente. ¿Acaso no deben ser así los médicos y las enfermeras? ¿Podemos dar amigos lectores ejemplos múltiples de gente longánime? ¿Padres, madres, abuelos, maestros, sacerdotes y pastores no deben practicar la sana costumbre de llevar su alma hacia la grandeza y con ello ser factores de cambio?

Los liderazgos modernos no sólo guían personas, también conceptos, ideas, costumbres y no están restringidos sólo a la política o la empresa. El liderazgo es un compromiso con la vida, deseosa de perpetuarse. Es la representación más alta de un ser humano que posee una bondad esencial y que ha descubierto la forma de compartirla. Después de tanto dolor la mente humana busca formas de ser altruista, de advertir a otros sobre los peligros de tal o cual crisis y en efecto lo hacemos de las más variadas maneras. Cuando todo esto pase, la pandemia por supuesto, cuando tengamos la oportunidad de volver a vivir, cosa que muchos no podrán hacerlo pues cayeron en el camino, será la oportunidad de aportar en la creación de un mundo en el cual liderar no significará mandar, ordenar o manipular, sino que tendrá en la longanimidad la llave exacta para la trascendencia y la felicidad.

Si nos ponemos a pensar cronológicamente el cómo ha sido nuestra vida, con toda seguridad que hoy más que nunca… golpeados moral y espiritualmente, después de casi doscientos días de la cuarentena, que pronto estaremos enfrentando la siguiente crisis y la palabra clave que se nos ha dicho reiteradamente es… “adaptación”, a una “nueva realidad”, obviamente, pero me pregunto… ¿qué ha sido en el devenir de la historia algo que no esté sujeto a la adaptación?  Los científicos coinciden que ha sido la razón por la cual el ser humano ha podido sobrevivir a cataclismos, hambrunas, pandemias y … malos gobiernos… sólo que ahora, le toca a esta generación, con la gran mayoría de la gente con un gran déficit de “memoria histórica” y con la minoría que sí la tenemos opinando a través de medios como éste… confieso que estoy convencido que no es suficiente…¿nos adaptaremos por fin a la nueva realidad?

 

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Las leyes

“Cuanto más leyes más ladrones.”
Lao Tse

“Las leyes inútiles debilitan las necesarias.”
Montesquieu

“Todos somos iguales ante la ley; pero no ante los encargados de aplicarlas”.
Stanislaw J. Lec

“No hay ley escrita, por pura y clara que sea, que el ingenio y la malicia no oscurezcan”.
John Drydren

Los pensamientos que encabezan esta reflexión nos dan un marco referencial de como las leyes buenas, malas o con dedicatoria marcan el convivir ciudadano y los destinos de los países, su justicia su progreso y su vida civilizada y armónica.

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