26 abril, 2024

La invocación permanente del Apocalipsis

“En el fin  del mundo nadie va estar allí, como no había nadie allí cuando comenzó”, Jean Baudrillard

 

“Aquello  que para la oruga es el fin del mundo, para el resto del mundo se llama mariposa”. LaoTse

¿Por qué siempre el llamado a la destrucción de la humanidad está a flor de labios de las  personas? Si las lluvias son muy fuertes hay que estar atentos a posibles calamidades. Pero, si además los rayos caen cruzándose, con fuertes descargas eléctricas, es una señal que reclama mirar, seriamente, a los cielos. ¿ Y los terremotos, con la tierra abriéndose y los edificios derrumbándose o los sunamis que con sus olas gigantes amenazan con destruir  las playas y su entorno? Solo los rezos y las invocaciones religiosas, en palabras de los creyentes,  pueden calmar el ritmo in crescendo de la desgracia. El comportamiento de intranquilidad sorpresiva de la naturaleza, deja de ser pertinente a su existencia, y pasa a ser fuente de advertencias, juicios y castigos.

En buena medida, el temor acompaña al humano, casi en contradicción, como sombra de su instinto. Sin embargo este mismo temor también puede comprenderse como motor en su supervivencia. En cualquier posición, sin embargo, el llamado al apocalipsis, a la hecatombe, al finiquitar  del género humano ha sido una realidad en todas las culturas. ¿Será, quizás, este suicidio tan evocado, parte del impulso a la guerra masiva, sin importar sus circunstancias ni sus objetivos? Lo cierto es que, esta pretensión de liquidar lo humano, en muchas ocasiones, incluso, ha convivido en su querencia con lo místico…Los cielos hablan…Los hombres escuchan…Pero, en general, casi siempre también tiemblan. ¿Cómo escapar a la profecía, a la exhortación del aviso concluyente?

Desde siglos y siglos antes del apocalipsis de San Juan en Patmos, la propuesta de la liquidación humana ha recorrido, como en promoción, la historia. ¿No es que en todas las sociedades conocidas la miseria social ha sido, y aun es, el mejor caldo de cultivo para cualquier dependencia ideológica, sinónimo de poder? Todo pretensión de juicio final infesta, en decadencia, la vida moral de las masas y afecta, con mucho beneficio, la vivencia de mando de la élites.

Para Occidente el medioevo fue como agua para chocolate en este sentido. La proliferación de la pobreza incentivó la aceptación de que •• ahora sí, por fin •• todo concluía. Monjes, santones, adivinos, astrólogos, magos, boticarios veían en este predicamento la verdad. Verdad que trascendió esta época, aunque fallara en su práctica, al Siglo de las luces, del humanismo, de la ilustración. Nostradamus (siglo XVI) representa este momento entre la mentira, el ingenio y la ignorancia, con sus predicciones sobre la humanidad, arrastrándose en un túnel sin salida. ¿Después?

¿Importa algo los miles de años que han pasado sin cumplirse el tan aclamado fin del mundo? Al parecer, estamos a fojas una, sin que suceda. Sin embargo, al margen de toda lógica, de todo sentido común, el diagnóstico catastrófico  sigue aupado, por quienes sacan aun ventaja del miedo y la ignorancia,  no superados todavía  por las grandes  multitudes.

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