26 abril, 2024

Más allá de la llamada Libertad de Expresión

Aparentemente hablar de la libertad de expresión y hacer uso de ella no es más que pensar libremente y libremente decir lo que se piensa. El tradicional contenido de los diccionarios al explicar la palabra expresar dice que es “manifestar los pensamientos o impresiones por medio de la palabra, de los gestos o las actitudes”. ¿Faltaría entonces, sólo el vocablo libertad y estaría definida la libertad de expresión?.

Pero que, como comprenderlo así, no pasaría de un reduccionismo que estaría muy cerca del absurdo. Antes que nada, no estaría de más advertir que todo conlleva un mensaje o varios en unidad o no que, obligadamente, determinan la expresión de algo… En el humano su piel en sí, mensaje que no puede soslayarse, incluso, ya expresa a más de su valoración biológica corporal, una valoración sicológica, social dentro de un contexto cultural, que también expresa una manera de ser de la sociedad a la que pertenece. Sumar a esto la vestimenta, en su variedad de estilos de diseño, genera un abanico de expresiones nuevas, y casi siempre vinculantes. Es que la libertad de expresión no cierra su razón de ser en su “propio” significado.

La libertad de expresión es una sucesiva expresión de libertades. O sea, la convocatoria a propuestas de actividades que aunque aparezcan alejadas del primer plano son, en verdad, necesarias unas de otras en su realizarse. ¿Cómo, por ejemplo, provocar una reunión sin la libertad de expresión que permite organizar dicha reunión para transferir las ideas, los planes, los criterios, motivos de la misma? ¿Cómo, por ejemplo, promover una organización sin la libertad de expresión que hace posible el cumplimiento de sus objetivos? ¿Cómo, por ejemplo, hacer un llamado para exponer cualquier conocimiento sin la libertad de expresión que impulsa el primer acuerdo para movilizarse? ¿Cómo, por ejemplo, hacer de la solidaridad una vivencia práctica sin la libertad de expresión que conmueva en la cotidianidad el encuentro social necesario? ¿Cómo conformar una personalidad creativa, en los sujetos sociales, sin la libertad de expresión que motive un desarrollo coherente?

Lo cierto es que nada de lo proclamado, por Naciones Unidas en diciembre de 1948, en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, tiene sentido o tiene validez real de práctica social sin la existencia diaria de la libertad de expresión. Sin cortapisas de ninguna especie. Todas las leyes, incluida la Constitución de un Estado, están supeditadas a la observancia de la libertad de expresión. No hay otra forma de que en una sociedad, quienes la integran, puedan acceder a todos los destinos posibles, enmarcados en un bienestar definido por la justicia. De allí la importancia de comprender que toda autocracia niega, de facto y por principio, la libertad de expresión, para conseguir encimarse en su poder ilegítimo e identificarlo como único, suficiente y necesario a toda gestión social. Pero, al no reconocer que el acierto pueda estar en otro bloquea toda querencia de expresión ajena, e incentiva el sesgo de los comportamientos sociales y la deformación de los valores culturales. La democracia, por eso, no es compatible con ningún tipo de violencia desde el poder, y sólo puede vivir en plenitud de la libertad de expresión.

Sin libertad de expresión todo lo socialmente negativo al humano es posible. Todo crimen, prácticamente, queda autorizado. O sea, la institucionalización del acto delictivo, es dable sin la libertad de expresión y, al así suceder, destruye la esencialidad de la democracia. ¿Por qué? Simplemente, el resultado es convertir a toda una sociedad en encubridores de la injusticia. Nos rehusamos, en este sentido, como lo gritara Albert Camus, desde su labor periodística, a “creer que la justicia puede exigir, aunque sea provisionalmente, la supresión de la libertad. Las tiranías pretenden siempre ser provisionales”. Siguiendo esta huella, por lo tanto, “la justicia no es posible sin el derecho y no hay derecho sin la libre expresión de ese derecho”.

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