26 julio, 2024

Los impuestos nuestros de cada día

Una premisa universal es que nadie gusta de pagar impuestos. Los países con gran institucionalidad y sólidas políticas fiscales promueven el cumplimiento de la ley a través de deducciones tributarias, incluso donaciones, que propenden a una mayor actividad económica y reducen el monto de la tributación. Injusto o no, todos los contribuyentes debemos aportar en pro de la sustentación de un mejor nivel de vida. ¿Será que nuestra precariedad socioeconómica se revertirá gracias a mayores impuestos?

El sistema institucional del Ecuador nunca ha sido un ejemplar modelo, en este caso de tributación, y sus múltiples reformas tributarias son prueba del escaso, por no decir negativo, retorno recibido por la sociedad a cambio de sus impuestos. Grandes avances recaudatorios se dieron a raíz del Gobierno Borja a favor del fisco, sin que aquello signifique la aplicación de apropiadas políticas tributarias. Lo que tenemos, por tanto, es apenas un sistema netamente recaudatorio, fiscalización incluida, que continúa siendo deficiente y conducente a evasión fiscal.

Las deducciones tributarias coadyuvaban a fomentar un cierto nivel de cultura en el pago de impuestos debido al engranaje auditable en el cruce de cuentas. Ante la drástica reducción de dichos descuentos no habrá incentivo alguno para solicitar facturas con validez tributaria. ¡Insólito, mayor informalidad después de más de 30 años! ¿Alguien vio la prometida lista de evasores de alto vuelo? Esa solo fue una promesa más, por cierto no notarizada, pero incumplida igual.

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A pesar de los discursos y de los aplausos, lo cierto es que nuestra región ha avanzado poco en las últimas décadas. En ciertas áreas, ha caminado resueltamente hacia atrás. Muchos quieren abordar un oxidado vagón al pasado, a las trincheras ideológicas que dividieron al mundo durante la Guerra Fría. América Latina corre el riesgo de aumentar su insólita colección de generaciones perdidas. Corre el riesgo de desperdiciar, una vez más, su oportunidad sobre la Tierra. Nos corresponde a nosotros, y a quienes vengan después, evitar que eso suceda. Nos corresponde honrar la deuda con la democracia, con el desarrollo y con la paz de nuestros pueblos, una deuda cuyo plazo venció hace siglos.

Honrar la deuda con la democracia quiere decir mucho más que promulgar constituciones políticas, firmar cartas democráticas o celebrar elecciones periódicas. Quiere decir construir una institucionalidad confiable, más allá de las anémicas estructuras que actualmente sostienen nuestros aparatos estatales. Quiere decir garantizar la supremacía de la ley y la vigencia del Estado de Derecho, que algunos insisten en saltar con garrocha. Quiere decir fortalecer el sistema de pesos y contrapesos, profundamente amenazado por la presencia de gobiernos tentaculares, que han borrado las fronteras entre gobernante, partido y Estado. Quiere decir asegurar el disfrute de un núcleo duro de derechos y garantías fundamentales, crónicamente vulnerados en buena parte de la región latinoamericana. Y quiere decir, antes que nada, la utilización del poder político para lograr un mayor desarrollo humano, el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros habitantes y la expansión de las libertades de nuestros ciudadanos.

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