16 enero, 2025

Violencia

La encontró y la vio. Esperó que se separaran, se dijeran adiós. Que ella avance unos pasos, que recobre el camino a casa.

La noche transcurre sorda y terrible. Fue en ese instante que agarró con sus manos de sentencia una y otra piedra y se la las lanzó a la mujer que un día amó, devoró y que lo volvió esclavo. Más piedras, le echó rocas de hoguera que apagaban los gritos de la mujer que le recordaba los días y noches de amor juntos. Una piedra, cien piedras, todas las piedras de la humanidad: sobre la cabeza, las piernas, la cadera que un día dijo que se movían como palmeras en los acantilados.

Viéndola echada en el piso gritando de dolor se volcó sobre ella y la golpeo, pateó, revolcó, arrastró, descuartizó; agarró el cuerpo inerte y lo partió en partes distintas. Arrojó su cabeza a unos chanchos que miraban impávidos, sus pies los lanzó a unos cuervos negrísimos que anidaban en un cactus desflorecido. Le arranco los ojos y los comió para que nunca más vean a nadie.

El corazón se lo entregó al mismo diablo que lo recibió para usarlo como máscara. La sangre la regó como camino para serpientes. A lo demás le prendió fuego, en cuyas llamas él mismo se echó para olvidar que un día amó y otro día odió..

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Hace aproximadamente cuatro años, se publicó en Quito el libro Irradiación de 1809, Historia de la Academia Nacional de Historia 1909‐2009”. Esta obra se escribió para conmemorar el centenario de la citada institución. Su autor la inició con un capítulo dedicado a la Independencia de Ecuador. Para mi asombro, no había referencia alguna al 9 de octubre de 1820. Inmediatamente procedí a escribir una carta de protesta a Juan Cordero Íñiguez, presidente de la mencionada academia, y presenté mi renuncia irrevocable. Yo no podía formar parte de una agrupación que despreciaba la independencia de Guayaquil. Juan me contestó indicando que no era una obra publicada por la Academia Nacional de Historia, había sido iniciativa de uno de sus miembros, solicitándome retirar mi renuncia. Le contesté que no lo haría ya que él había escrito el prólogo y debió haberse dado cuenta de tan lamentable omisión.

Han transcurrido los años y un nuevo libro se ha publicado en Quito sobre la Revolución Juliana, su autor es Juan Paz y Miño. Para mi sorpresa, quien escribe el prólogo es Juan Cordero. Lo sustancial se resume a continuación:

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