25 abril, 2024

Entre el Cáncer y el Sida (1)

Con esta dura frase, pronunciada pocas semanas antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales peruanas, el escritor peruano Mario Vargas Llosa definió lo que a su juicio significaría una eventual final entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Aunque la frase es ciertamente desatinada por el irrespeto que implica para aquellos que sufren de estos penosos males, refleja con claridad el sentir de muchos peruanos, para ser más preciso, del 53% de los votantes que no respaldaron en la primera vuelta a los dos finalistas.

El entorno dentro del cual se están desarrollando estas elecciones, es bastante parecido al de otros países de la región. En lo político, crisis casi terminal de los partidos tradicionales, (todos prácticamente “difuntos” con excepción quizás del APRA cuya supervivencia está por verse y dependerá del futuro trabajo de Alan García), con una prensa muy crítica del sistema especialmente contra el Congreso que es prácticamente la institución más desprestigiada del Estado; finalmente, un poder judicial casi tan desprestigiado que el legislativo, en el que nadie puede confiarse y del que dicen muchos, que produce cualquier cosa menos Derecho y Jurisprudencia. Se puede aseverar que la antipolítica llegó también al Perú, quizás antes que a otros países en la que aparentemente este fenómeno ha hecho más “bulla” como Argentina, Venezuela, Ecuador, etc. Acá llegó casi en silencio, allá por 1990 cuando el pueblo escogió en las urnas a un “outsider” total, un desconocido rector universitario de nombre Alberto Fujimori que en pocas semanas arrasó con el candidato favorito, (Vargas Llosa), y se llevó la Presidencia. 11 años después, en el 2001, nuevamente el voto “antisistema” se impuso, y ésa vez el beneficiario fue un casi desconocido Alejandro Toledo.

Por cierto, Fujimori, en estos tiempos modernos, fue quizás el primer político, o antipolítico, latinoamericano que llegó al poder diciendo que no iba a hacer lo que después hizo, es decir aplicar políticas totalmente opuestas a las que pregonó en su campaña. El mismo tipo de engaño que años después protagonizaran varios, con Chávez a la cabeza, que, en campaña, prometió “portarse bien” en todas las formas y prometió, él también y con la más inocente de sus expresiones, no hacer lo que en efecto vino después: modificar la constitución, atentar contra la libre empresa, reelegirse indefinidamente, etc., etc.

En lo económico hay que comenzar por dejar constancia que durante estos últimos 19 años el país ha atravesado por una real y profunda reforma económica, (aún incompleta para el gusto de muchos o demasiado radical para el gusto de otros, dependiendo la ubicación ideológica de quién observe y comente), con dos etapas claramente marcadas: la década del 90, con las reformas iniciales, que marcaron el cambio de modelo del “desarrollo para adentro”, (tan apreciado por los cepalinos), para dar paso a una apertura total a la inversión extranjera y sobretodo a la priorización de las exportaciones. Esta etapa terminó en una recesión quizás no tan grave como hoy se la describe, (al calor de la lucha electoral), debida en gran parte al ruido político generado por la conflictiva situación que generó la tercera re-elección de Fujimori y casi inmediata caída y por cierto, hay que decirlo con realismo, debida también a los sacudones que tuvo la economía mundial entre 1998 y el 2000.

La segunda etapa se desarrolló a lo largo de la década que terminará el 28 de Julio de este año, cuando asuma el nuevo Gobierno, caracterizada por un constante y muy envidiable crecimiento, fuerte y sostenido, a lo largo de los dos últimos gobiernos, (Toledo y García). Aunque los indicadores macroeconómicos han sido excelentes, no se puede negar que a pesar de la significativa disminución del índice de pobreza extrema, las asimetrías sociales se mantienen aunque nadie deja de reconocer que durante el gobierno del Presidente García se hizo más énfasis, con fe de converso, en la macroeconomía que en los temas sociales. El resultado es que mientras se crece a tasas sostenidas del 7% – 9% y se acumulan reservas monetarias de casi 50.000 millones de dólares, se mantiene una parte muy importante de la ciudadanía con tendencia a votar contra el sistema: el 30% o 35% de la población a la que el desarrollo aún no llega, que sigue sin saber lo que es agua potable, menos desagüe y en algunos casos ni siquiera la luz eléctrica. Los servicios de salud populares son claramente deficitarios, la educación pública deja mucho que desear, el transporte público es caótico y abusivo y, finalmente, hay que reconocer que la costa es la región privilegiada del país, en detrimento del interior andino y selvático del país que con razón se siente discriminado y postergado.

No todo es culpa sin embargo y es justo aclararlo, del Gobierno Central. En los últimos años se ha puesto en vigencia un sistema descentralizador que ha determinado un real traspaso de competencias hacia los gobiernos regionales, que por falta de capacidad de gestión, no han podido utilizar todos los fondos que en buena medida a veces permanecen inutilizados a la espera de proyectos viables y debidamente sustentados. Lamentablemente, la población considera en su mayoría que el culpable es el Gobierno Central y no sus gobiernos locales y el resentimiento se orienta contra el “establishment” en su conjunto. Esos sentimientos negativos, al momento de votar, se expresan políticamente mediante el voto a favor del antisistema.

La fuerza del modelo vigente se siente innegablemente en los sectores beneficiados por la coyuntura mundial: en primer lugar la minería y el sector pesquero, que en conjunto representan la gran mayoría de las exportaciones peruanas, junto con un creciente sector agroexportador, relativamente joven si cabe el término, que ha permitido que en ciertas áreas de la costa como en Ica, (300 kms. al sur de Lima), se logre incluso el “pleno empleo” y en el que hasta falta mano de obra. Paralelamente esto determinó el crecimiento del sector servicios, especialmente en Lima, ciudad que se ha visto beneficiada con lo que se llama un “boom” en otro sector, el de la construcción. Finalmente hay que mencionar el crecimiento del turismo, que a raíz de la inclusión de Macchu Picchu entre las 7 maravillas del mundo moderno, ha tenido un incremento muy agresivo y acelerado, llegando el Perú a recibir durante el año anterior, alrededor de 2.200.000 turistas.

El gran empresariado limeño, no es muy dado a mirar alrededor, quizás por falta de tiempo, y da la impresión de que como todos los empresariados del mundo, considera que lo social es problema del Gobierno Central, eso hace que al final lleguen facturas indeseables pero de cobro inmediato, vía las urnas electorales.

Cabe añadir a todo esto un componente muy importante y éste sí muy peruano. El del triunfalismo exacerbado de un sector importante de la prensa hablada y televisada, durante todos estos años, especialmente en estos últimos cinco, sobre el éxito del modelo económico aplicado, éxito que no se puede discutir aunque algunos lo critiquen por ser supuestamente “excluyente” socialmente hablando. Han sido años durante los cuales ésa prensa no ha escatimado adjetivos, llegándose incluso a hablar del “milagro peruano” y del Perú como “el tigre de Latinoamérica”. Como no podía ser de otra manera, las noticias de las inversiones y de los proyectos en marcha han sido pan de cada día, siempre hablando de cientos y de miles de millones. Resulta inevitable que ésa parte de la población que todavía no siente el impacto del progreso, mire incluso con resentimiento esa danza de millones que les pasan por encima y por el costado, sin que a ellos les caiga nada. Como se dice acá, se quejan y con razón de que no les ha “chorreado”…

Finalmente, (“last but not least”, último pero no menos importante, dicen los estadounidenses), hay que añadir a esto un componente racial innegable, especialmente fuerte en ciertas zonas del país, puntualmente en el sur del país con énfasis especial en el sur – este, en la región fronteriza con Bolivia, en la que las afinidades étnicas y lo permeable de las fronteras modernas, hacen que con mucha facilidad se difundan ideologías que han tomado cuerpo en ése vecino país.

Ciertamente el sistema y las elites sociales y económicas peruanas fallaron y se fallaron a si mismas, en estos últimos 5 años. El Estado a través de sus distintos niveles, (central, regional, etc.), ha tenido recursos suficientes para atacar a fondo el problema social y no lo hizo. El resultado está a la vista.

(Continuará)

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