24 abril, 2024

Ceder

Hay un punto importante en el desarrollo intelectual y emocional del hombre, que muchas veces es juzgado “a priori”, y se califica como “poco hombre” a la persona que cede, considerando la inflexibilidad como una virtud machista deseable.

Hay que diferenciar claramente el tema en el que se cede y las circunstancias o razones por las que se lo hace. Hay circunstancias o situaciones en las que un hombre honrado no puede ceder ni un paso y son los casos en los que para ceder, es necesario salirse de las reglas de lo moral y de lo correcto. Si se me pide colaboración para cometer un ilícito o para actuar en contra de mis principios, no puedo ceder ni un ápice y estuviera muy mal si lo hiciera.

Del otro lado, si soy una persona inteligente y tengo la virtud de pensar y no actúo en forma atropellada o impetuosa, estoy en la obligación de escuchar los razonamientos de la contraparte, analizar, estudiar las circunstancias y considerar, si no va en contra de mis principios, la conveniencia o no de ceder ya sea para buscar armonía o para conseguir algo que sea de beneficio mutuo o del bien común. No hay que hacer lo que se quiere, sino lo que conviene es un refrán antiguo y práctico. No tengo miedo de cambiar a algo que no me conviene, pues tengo mis principios morales y éticos bien sentados.

Ceder no es siempre un acto pusilánime y débil. Ceder puede ser un acto inteligente y brillante, mientras que el mantenerme inflexible por demostrar que soy yo quien manda, puede ser un acto obcecado y tonto, que me muestra más bien como una persona terca e incapaz de razonar.

El hombre que piensa, muchas veces puede revisar sus decisiones, aunque también es cierto que el estar continuamente volviendo a analizar algo, con los mismos argumentos ya estudiados anteriormente, demuestra falta de carácter y de inteligencia.

El hombre debe ser decidido en su forma de actuar, pero nunca cerrado y obcecado. Todo extremo es malo. Las decisiones que se toman deben ser siempre analizadas con cabeza fría, sin pasiones y nunca influenciadas por la simpatía o antipatía que me despierta alguien. Desdeñar es fácil. Comprender y actuar razonadamente es lo que distingue al hombre verdadero del macho. El macho actúa como cualquier otro animal, con violencia y terquedad y por donde metió la cabeza tiene que seguir. Recordemos la historia de los dos burros amarrados con una soga el uno al otro, que tenían una paca de heno a cada lado y como no alcanzaba la cuerda para que los dos comieran al mismo tiempo, se murieron de hambre. Si hubieran podido razonar, hubieran comido los dos de la una paca y luego de la otra, o el uno hubiera permitido que el otro coma primero y luego él.

El hombre que piensa siempre razona, estudia las diversas posibilidades y actúa luego de analizar la conveniencia o no del siguiente paso.

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