26 abril, 2024

Mirra: el último regalo

“Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, inicienso y mirra.” (Mateo: 2, 11)

Muchos en occidente, estamos acostumbrados a esta lectura bibíca en la època de Navidad, sobre todo el seis de enero cuando se celebra la Epifanía, la visita de los Reyes o los Magos de Oriente a Jesùs recién nacido.  Sin embargo, si prestamos atención al detalle del último regalo, que sería sacado del cofre, la mirra, vamos a comprender algo mas profundo. Ya que la mirra ofrendada por el rey Baltazar simboliza el sacrifcio en la cruz; la sangre y el dolor del hombre, entregados para purificar a la raza humana.

La mirra es el aceite aromático mas mencionado en la Biblia, por ejemplo, está incluido en el aceite de la unción sagrada que Dios le dio a Moisés. Salomón la menciona elogiando su aroma  en el Cantar de los Cantares.

La mirra era un ingrediente, de las fragancias sagradas, que se usaba popularmente en la antigüedad para embalzamar a los muertos. Asi es como José de Arimetea y Nicodemo prepararon el cuerpo de Cristo, para ser enterrado, con aceites de sándalo y mirra; antes, los romanos ya le habían dado a beber vino con mirra, cuando en la cruz exclama “tengo sed”. La mirra era usada por lor romanos como anestésico para aliviar el dolor a los moribundos y a los condenados a muerte.

La mirra es el primero y el último aceite que se le ofreció a Jesús, en su vida en la Tierra. Jesús también fue ungido con mirra por una mujer; era frecuente su uso como fijador de aromas y se ha usado asi por miles de años en muchas partes del mundo y aún se usa en la insdustria de perfumes. Pero de aquí tambien podemos deducir que el ungüento aplicado por la mujer, en una de las últimas actividades públicas de Jesús, podría se un símbolo de preparación que anunció su pronta muerte, ya que, como se dijo, se usaba comunmente para aliviar el dolor y luego embalzamar.

 

La mirra es un aceite que hace sinergia con otros potencializandolos sin opacar sus  fragancias. Es antiséptico, equilibra el sistema endocrino y tiroideo; estimula el sistema inmunológico mejorando las defensas del cuerpo, propicia la relajación disminuyedo el estrés corporal y emocional; levanta el ánimo generando una sensaciòn de bienestar, aporta vitalidad  por lo que obviamente mejora la salud.

Sirve para optimizar la calidad de la piel y según se describe en algunas publicaciones científicas, la mirra posee uno de los niveles mas altos en sesquiterpenos , un compuesto que influye en el hipotálamo y la glrándula pituitaria, centros de las emociones.

Entre otras aplicaciones medicinales de la mirra están el alivio de bronquitis, diarreas, aftas bucales y hepatitis.

Los egipicios usaban este aceite esencial para todo, inclusive, en el calor del desierto era usado como repelente contra los mosquitos y todo tipo de insectos, pràcticas que estan vigentes.

Los romanos la usaban en las comidas para despertar el apetito; además para estimular la bilis y ayudar a la digestión de sus copiosas comidas. Casi todos los pueblos de la antigüedad la usaban como un producto de higiene bucal.

No está descrito que Jesús roncara, y para ese uso medicinal quizá no fue obsequidado, pero, es otra de sus cualidades, así que si usted, apreciado lector, tiene un famliar o conocido que ronca, busque mirra en  aceite esencial o una fórrmula comercial que contenga mirra y ponga dos gotas, a manera de masaje sobre su pecho. Digale adios al ronquido y todos a descansar en un plàcido sueño.

La mirra crece al noreste de África, en ciertas regiones de Arabia y Turquía. Para obtener la mirra pura se realizan incisiones en la corteza de la planta y de estas heridas fluye en forma de lágrima una ,sustancia rojiza, traslúcida y brillante.

Baltazar sin duda precavió que la madre del niño necesitaría la mirra para limpiar y  curar pequeñas heridas y aplicar el aceite con su infinidad de usos medicinales, pero, además presagió lo que ocurriría al Dios-Hombre, de cuyo costado herido por una lanza, fluiría aquella sutancia rojiza, mezcla de agua y sangre derramada, cual balsamo  de amor, el último regalo.

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