26 abril, 2024

El pecado de Zapatero

En  dos artículos publicados a mediados de los años  2016 y 2017, hicimos referencia a los diferentes roles  que José Luís Rodríguez Zapatero había desempeñado en Venezuela, desde su aparición como observador internacional de las elecciones parlamentarias efectuadas en diciembre del 2015, antes de convertirse en el  mayor promotor internacional del diálogo entre  el gobierno de Maduro  y  la oposición política venezolana; concluyendo, al final,  que la imagen que estaba dejando el expresidente español  era lamentable, al  haberse convertido en un simple emisario o mensajero del régimen venezolano, en lugar del reposado y experimentado mediador que pretendía ser.

Pasado un tiempo,  los hechos han confirmado esa apreciación, siendo la reciente misiva enviada por el señor Rodríguez Zapatero a la oposición venezolana, una  vez fracasadas las negociaciones en Santo Domingo, la gota que ha derramado el vaso y levantado la protesta e indignación de ciertos sectores políticos no solo dentro de Venezuela, sino también dentro de España. Más aún, cuando la cuestionada actuación del  exmandatario español se produce  en un momento donde las relaciones diplomáticas entre ambos países están muy deterioradas, dada la reciente expulsión, sin racionalidad alguna que la sustente, del embajador español en Venezuela, hecho repudiado por el parlamento europeo y la comunidad internacional en general.

Aunque es cierto que la actuación que venía desempeñando Zapatero, principalmente en lo tocante al tema de los presos políticos, donde sus gestiones para liberarlos, como ocurrió con Leopoldo López,  a quien visitó en la prisión  de Ramo Verde, sitio  del que  ayudó a sacarlo, o  con el propio Antonio Ledezma quien  ya tenía su casa por cárcel, fue bien recibida internacionalmente e incluso apoyada por  el  Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, así como por el gobierno de Mariano Rajoy, todo tiene su límite.  Como acaba de declarar  el Secretario General del Partido Popular europeo, diputado  Antonio López-Istúriz, si bien la mediación de  Rodríguez Zapatero ha podido tener inicialmente una buena intención, al final ha terminado en un completo desatino, sin cambiar absolutamente nada de lo que ocurre en Venezuela, en circunstancias en las cuales todo el mundo quiere que aquella realidad sea denunciada  y que el régimen de Maduro no siga ni un minuto más.

Y es esa falta de desconocimiento de la realidad venezolana, o más bien su actitud para ignorarla o hacerla  a un lado, anteponiendo objetivos particulares, lo que se le puede criticar a Rodríguez Zapatero en su papel de  interlocutor, primero, como seguramente era su deseo al comenzar su aventura política en Venezuela, y de alcahuete del gobierno, posteriormente, que fue en  lo que verdaderamente se convirtió su  gestión. Esa, al menos, es la impresión que ha dejado en la mayoría de los venezolanos y de la opinión pública en general, por lo que, salvo prueba en contrario, el señor Rodríguez Zapatero ha salido muy mal parado de su incursión en Venezuela.

Entendemos que de haberse alcanzado el acuerdo de Santo Domingo, Zapatero se hubiese cubierto de gloria ante los medios y la comunidad internacional, por ayudar a lograr un dialogo que él siempre había defendido como la solución imperativa a la crisis venezolana; algo que muchos en la región deseaban para que, por lo menos formalmente, se le diese una tregua a la actual situación de desvalimiento en que se encuentran los venezolanos.  El empeño de Zapatero por tratar de llevar a cabo ese dialogo fue tal, que lo condujo en su  ansia  desmedida por alcanzar el objetivo deseado, a no fijarse en los medios empleados para ello, pasando por encima de los derechos y anhelos legítimos de gran parte del pueblo venezolano, que no eran necesariamente los de la oposición conformada por la Mesa de la Unidad, ni mucho menos los del gobierno.  Llegando en este sentido, al extremo de dar declaraciones en las cuales le restaba importancia al referéndum revocatorio, que debía haberse celebrado el año pasado, o sugiriendo acuerdos con condiciones que, en el fondo, convalidaban tácitamente a la asamblea constituyente  convocada, inconstitucionalmente, por Nicolás Maduro a principios de mayo del 2017  y electa, del mismo modo, a finales de julio de ese mismo año.

Rodríguez Zapatero nunca comprendió que el pueblo venezolano, el verdadero opositor al régimen,  no estaba presente en ese dialogo, pues era un dialogo que le costaba asimilar tanto en el contenido  de su agenda como en el de sus intenciones.  Por eso  el  “gran edecán” en que se convirtió Zapatero, es la imagen con la cual se le recordará en Venezuela. Su pecado será ese, el de haber tratado de colaborar no con una propuesta de reconciliación nacional, pues en Venezuela no existe un  bando armado  en situación de beligerancia contra el gobierno, sino con un  grupo de políticos y funcionarios de turno que se han creído que el país les pertenece.  El de no haber sabido distinguir, en definitiva,  donde estaban los malos y donde estaban los buenos.

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