1 mayo, 2025

Francisco, en la Casa del Padre

No dudo, creyente como soy, que el papa Francisco debe estar gozando de la Gran Gloria de Dios. Si en los 12 años de pontificado debieron ser ríos de tinta los usados para dar cuenta de su gestión, ahora mismo deben ser los océanos los que la están proveyendo para pasar revista alrededor de su vida y de todo cuanto hizo para poner en práctica sus pensamientos de una Iglesia inclusiva, sencilla, humilde, libre de ese clericalismo que actúa como “una forma de mundanidad que ensucia el rostro” de las religiones.

Del único hasta ahora papa americano, y latinoamericano para sano orgullo de la región, parecería que ya se sabe todo. Aun así, merece homenaje y toco algunos aspectos como su firme posición contra lo que entendía como una equivocada actitud de cierta jerarquía y ciertos pastores, que muestran excesos, maltratos y hasta “venden” los servicios como si fuera el “supermercado de la salvación”, opuesto a lo que hizo y quiso Jesús, esto es una congregación del pueblo de Dios, santo y pecador, en constante camino para servir especialmente a los pobres, a los marginados, a los migrantes.

Fue calificado de reformista, revolucionario, comunista y no faltó quien lo llamara ‘hereje’ debido a su forma de gobernar y guiar a la Iglesia, con afán de volverla más cercana a los desfavorecidos. “¿Quién soy yo para juzgar?”, diría al responder sobre la unión homosexual. Consecuente con sus ideas autorizó la bendición de esas parejas, pero no para el sacramento del matrimonio, porque -dijo- “la homosexualidad sí es pecado”. Pugnó por una Iglesia pobre para los pobres, e instó a todos los pastores que vivieran de esa forma; él lo hizo siempre, viajó en bus, pagó hoteles de habitaciones sencillas, vistió modesto, lavó y besó los pies de presos en Roma; inclusive sus funerales serán los más austeros que se recuerden.

Francisco fomentó la unión de los cristianos en general. “Hay que dar testimonio juntos y no alejados unos de otros, y peor unos contra otros”, enfatizaba al tiempo de explicar que todas las religiones “son formas de comunicarse con Dios; no que todos sean lo mismo”. Y del dicho al hecho, su papado se caracterizó por relacionarse con otras religiones (judíos, musulmanes, ortodoxos, evangélicos) y con no creyentes. Le valió la censura de los sectores más conservadores, que fueron muy duros cuando habló sobre discutir la posibilidad de que los divorciados puedan volverse a casar y de comulgar, o cuando declaró que algunos piensan que “para ser buen católico tenemos que reproducirnos como conejos”, pero no es así -anotó- porque es necesaria una paternidad responsable, lo cual incluye la abstinencia no el uso de anticonceptivos.

Exhortó a ser más cuidadosos en la selección de los candidatos a ser sacerdotes y evitar así los abusos y la pederastia. Abolió el secreto pontificio en casos de violencia sexual. Condenó a quienes “construyen muros y no puentes”, también a “los que pagan con gas pimienta en vez de pagar con justicia social”. No son buenos cristianos, dijo. Descalificó a los medios de comunicación que no son claros y transparentes, y les pidió “no caer en la enfermedad de la coprofilia (atracción por los excrementos)”. Fue enfático en su invitación a evitar las ‘enfermedades” de ciertos pastores: Alzheimer espiritual, rivalidad y vanagloria, patología del chisme y la cizaña, indiferencia, caras fúnebres y corazones de piedra, entre otras.

En el marco de la partida de Francisco, el argentino que nunca visitó su país durante el papado, que sí llegó a otras 66 naciones, y que la tierra lamenta su muerte, un ecuatoriano, el cardenal Luis Gerardo Cabrera participará en el Cónclave y, por tanto, gozará del privilegio de elegir y de ser elegido sucesor de Pedro. Que sea el Espíritu Santo el que ilumine a los cardenales y nuevamente tengamos a un grandioso Santo Padre. Ya veremos qué ocurre y quién será la cabeza de la Iglesia más poblada de la tierra, la Católica.

 

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