29 abril, 2024

Trozos de cielo añil

Sopla el viento achubascado, y entre nublado y nublado hay trozos de cielo añil. Así comienza un célebre poema de Antonio Machado en el que pinta un estado de ánimo y del paisaje que muy bien podría servir para describir la situación de la política en la actualidad llena de nubes negras y tormentas, entre las cuales hay quienes encuentran o ven, a su manera, claros de cielo azul. 

Vivimos en una época en la cual el mundo se ha reducido a la confrontación de las izquierdas y de las derechas en plural, que lo abarca todo, convirtiendo el espectro político en una banalidad seria que esconde objetivos e intereses no precisamente vinculados a una determinada ideología política o a una doctrina en particular. Estamos en la era de los personalismos consecuencia de un agotamiento de los idearios de las organizaciones políticas, tradicionalmente divididas entre conservadores y liberales en una lucha por mantener unos, otros por cambiar, los principios éticos, religiosos, económicos y sociales que sostenían el mundo conocido. Pasados casi dos siglos, apenas han cambiado de nombre, mientras que su contenido doctrinario se ha radicalizado, sin que su puesta en práctica por los modelos socialistas y capitalistas hasta ahora experimentados, haya llegado a satisfacer con sus más y sus menos, a las deterioradas clases media, alta y baja, o a disminuir de manera significativa la marginalización y la pobreza. 

La diferencia entre izquierda y derecha es que la izquierda aboga por un sistema ideal en el que la riqueza es repartida equitativamente entre el colectivo. Por su parte, la derecha promueve un estado de bienestar alcanzado a través de los derechos individuales.

A la mayoría de las personas lo que le importa hoy en día, no es si quien los gobierna hoy o desea gobernar mañana es republicano, liberal, monárquico, socialista o un defensor de la capa de ozono, sino más bien que le resuelvan sus problemas cotidianos, tener trabajo y gozar de la seguridad, tanto social como policial, que les garanticen su presente y su futuro, junto al de su familia; en pocas palabras: poder vivir decentemente. Si eso se los proporciona alguien que ayer fue de izquierda o de derecha y hoy es todo lo contrario, les da lo mismo. Pero, por supuesto, también se fijan en los dirigentes corruptos, aunque no puedan hacer más que votar en su contra.

En un mapa tan diverso como ese, lleno de gobiernos que escogen el juego democrático o simplemente la fachada, enmarcados en una constitución, con presidentes, poderes legislativos, tribunales de justicia y elecciones populares, detectar hoy en día un liderazgo político que destaque por su comportamiento institucional o ético o por haber ejecutado alguna política social efectiva, no efectista, se ha convertido en una búsqueda casi tan difícil como la de hallar una aguja en un pajar. Una tarea ardua para el ciudadano común sumido en su lucha diaria, de la que casi no tiene conciencia, que realiza de repente y de un tirón, después de años de paciencia y de aguante, un día de esos en que tiene que ir a votar y la desesperación es su única guía. No ocurre siempre, pero ocurre. Es entonces cuando aparece alguien como Nayib Bukele en El Salvador, con un estilo personalista, rebelde si se quiere o antisistema, más allá de las ideologías y de los partidos políticos que las representan, que toma las decisiones requeridas sin que le importen los convencionalismos o las tradiciones, los acuerdos partidistas o las pautas internacionales. 

Recibido por Trump y rechazado por Biden, Bukele es defensor del matrimonio entre un hombre y una mujer, así como de la familia tradicional, contrario al aborto y un crítico de los Estados Unidos y de la ONU. Miembro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, con el que rompió para fundar su propio partido Nuevas Ideas, muchos lo colocan dentro de la mal llamada derecha alternativa al lado de Trump y Bolsonaro. Respaldado por una mayoría abrumadora del pueblo salvadoreño gracias a su política de control territorial y guerra contra las maras y demás bandas criminales que azotaban al país, y criticado por su opositores y por organismos internacionales como Human Rights Watch o el Alto comisionado de las Naciones Unidas por el empleo de violencia innecesaria o la violación de los derechos humanos, Bukele está convirtiéndose en un paradigma para los dirigentes centro y suramericanos que están viendo  en él la encarnación de un modelo de liderazgo posible de implantar en sus respectivos países cargados de problemas no muy diferentes a los de El Salvador, y que pareciera tener en Daniel Noboa, el flamante presidente ecuatoriano que acaba de rebelarse contra una institución como el Derecho de Asilo de larga tradición en Iberoamérica, un representante más de esa tendencia. Otro que bien podría ubicarse en dicha lista es Milei, que no necesita copiar a nadie porque cuenta con sus propios artilugios puestos ya en práctica, algunos de ellos durante su llamativa campaña electoral.

Y aunque todavía es muy pronto para saber si el cielo podrá verse algún día sin aquellos nubarrones negros o habrá otros nuevos, la gente seguirá eligiendo mientras pueda a esos trocitos de azul añil que por ahora son lo que más se parece a lo que necesitan. Y qué importa si al final se equivocan, ¿no es acaso lo que han venido haciendo durante todos estos años?



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Mucho se ha jugado con las palabras y aún con los conceptos. Como que los problemas de fondo pueden esconderse en un basurero revuelto, y de esta manera, el País, ese ente que necesitamos forjar, queda atolondrado impidiendo que avancemos.

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